La filosofía es bien simple: desenfunda primero y apuesta fuerte, que el ganador se lo lleva todo

La Halliburton, una corporación estadounidense que se dedica a la prestación de servicios en los yacimientos petroleros, ganó, con la guerra en Iraq, 20 000 millones de dólares. Foto: Russia Today

Cualquier persona razonable que siga el curso de las operaciones bélicas en Ucrania puede llegar a la conclusión de que se trata de una verdadera locura, que va contra toda lógica.

El frenesí de los gastos militares consagrados a «ayudar» al «pueblo ucraniano» a repeler la «invasión» rusa, lejos de disminuir, crece por día, acompañado de una bacanal de reuniones y pronunciamientos dirigidos a manipular los sentimientos, a fin de obnubilar cualquier análisis sensato y ocultar la agenda fascistoide y revanchista de los autores.

Discursos de elevado matiz belicista y juegos de guerra peligrosos, cada vez más temerarios, dirigidos a cruzar línea roja tras línea roja, acercándose a un área sin retroceso posible que puede llevar al mundo a una catástrofe nuclear.

Cualquiera se preguntaría: ¿Los líderes mundiales involucrados o cómplices de esa política agresiva no ven el riesgo? ¿Acaso alguien los ha convencido de que pueden sobrevivir a un conflicto atómico?

No los salvarían ni los más profundos túneles o bunkers, ni viajar y refugiarse en el espacio exterior. Estados Unidos sobreviviría 15 minutos a este tipo de guerra, y Europa mucho menos.

Para entender este asunto, hay que comprender primero que se trata de una sociedad en la cual ambición y estulticia se han aliado para conformar un frente de muy ricos adeptos al poder y al dinero, y que padecen una adicción incontrolable.

El ciclo de la industria de la defensa comienza con los argumentos y discursos que legitiman la necesidad cada vez mayor de armas y de ejércitos más grandes y modernos, amparados en temas que tienen que ver con supuestas amenazas a la seguridad nacional.

Recordemos que el objetivo central de las corporaciones es implantar un modelo de gobierno exclusivamente orientado a los beneficios, o sea, privatizar el Gobierno.

Durante la administración de George Bush se comenzó a subcontratar varias de las funciones más delicadas e intrínsecas del Estado. Para 2001, la «industria de la seguridad interior» se había convertido en un sector que facturaba más de 200 000 millones de dólares, una verdadera «mina de oro».

El sostenimiento del ejército estadounidense es una de las esferas de servicios que más ha crecido en el mundo entero. Los fabricantes de armas –cuyos beneficios se han disparado desde la guerra en Irak– y los consorcios subcontratados para la «defensa» saben que las fortunas se ganan luchando en el extranjero.

A la par, el sector de las «ayudas humanitarias» y la reconstrucción de las zonas destruidas por los conflictos bélicos se han convertido en un mercado emergente muy atractivo, que genera pingues ganancias.

La Halliburton, una corporación estadounidense que se dedica a la prestación de servicios en los yacimientos petroleros, ganó, con la guerra en Iraq, 20 000 millones de dólares en ingresos.

Se trata de una verdadera y exitosa industria, bien articulada, en la que participan, entre otros, fabricantes de armas, gestores de seguridad, ejércitos privados, empresas de reconstrucción y «ayuda humanitaria».

Este gran negocio está en manos del complejo empresarial estadounidense. Su naturaleza es global, pero el mando lo tiene Washington. La guerra en Ucrania hoy les engrosa los bolsillos. El brillo del oro les obsesiona, nada parece que les pueda detener.

La filosofía es bien simple: desenfunda primero y apuesta fuerte, que el ganador se lo lleva todo.


Publicado el 29 de mayo en www.granma.cu/

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