Latinoamérica está pasando por un nuevo ciclo de gobiernos progresistas que, en mayor o menor medida, están dificultando la política de rapiña del imperialismo yanki y europeo. Se puede contabilizar hasta 13 gobiernos en esta tendencia. Entre ellos hay 5 que se podrían calificar de socioliberales (Argentina, Chile, Colombia, México y Panamá), debido a que buscan un crecimiento igualitario de las condiciones económicas y de bienestar, pero limitando la intervención estatal; 4 países socialdemócratas (Brasil, Dominica, Guyana y Honduras), que persiguen cierta igualdad y redistribución de la riqueza mediante la intervención estatal; 3 gobiernos adscritos al llamado socialismo del siglo XXI (Bolivia, Nicaragua y Venezuela), cuya táctica es la nacionalización de los sectores estratégicos; y un país que figura a la cabeza de todos ellos, como piedra angular del movimiento obrero y piedra en el zapato del imperialismo, que es Cuba socialista. Mención aparte requiere Barbados, que, si bien presenta ciertas ambigüedades, solo hace un año que dejó de estar sometido a la monarquía británica, por lo que sería prudente esperar y ver hasta qué punto un proceso soberanista en ese país puede abrir cauces de lucha obrera y popular.
Sin embargo, no es un secreto que Latinoamérica es una zona de especial inestabilidad política, debido fundamentalmente a la injerencia de EE. UU. con el objetivo de favorecer a las burguesías nacionales para que, a su vez, estas les malvendan recursos naturales y se arrodillen ante sus políticas belicistas. Hace solo unos días, la burguesía peruana dio muestra de esta inestabilidad con el golpe de Estado perpetrado contra Pedro Castillo.
Esta clase de intromisiones, más suaves a ojos del espectador y basadas en la judicialización de la política (lawfare), es la nueva estrategia del imperialismo para dominar los pueblos de Latinoamérica. Es cierto que todavía pueden acudir a los golpes de Estado tradicionales (recuérdese el asesinato de Jovenel Moïse, hasta ese momento presidente de Haití), pero, al ser mucho más evidentes, podrían encadenar una respuesta popular imprevisible.
Huelga decir que el gobierno socialista de Miguel Díaz Canel (Cuba) goza de una especial estabilidad dentro de la región debido a que su estructura, por su naturaleza, emana de las masas y penetra en ellas. De entre el resto de gobiernos aquí considerados progresistas, los más estables parecen el de Roberto Arce (Bolivia), el de Daniel Ortega (Nicaragua) y el de Nicolás Maduro (Venezuela). Habría que esperar a ver si Brasil se recupera del golpe de Estado contra Dilma Rousseff, de la falsa condena a «Lula» da Silva y del gobierno ultraderechista de Jair Bolsonaro. El resto de países, ya sea por estar sometidos a un sistema turnista (Argentina, Chile, Colombia, México y Panamá) o por el escaso peso económico internacional (Barbados, Dominica, Guyana y Honduras), podrían ver peligrar su soberanía en cualquier momento.
No hay que olvidar que Latinoamérica es uno de los puntos geoestratégicos más importantes donde se libra la lucha interimperialista. Por un lado, los intereses de EE. UU. y de Europa se hacen valer mediante la presencia de unas 76 bases de la OTAN a lo largo de la región. Por otro lado, Rusia y China comercian sin imponer condiciones previas ni atentar contra la soberanía y la paz. Al contrario, China ha demostrado su intención de ayudar a modernizar las infraestructuras de los países con los que tiene tratados comerciales, como Cuba o Venezuela. A su vez, el Gobierno español, como buen lacayo del imperialismo yanki, apoya los gobiernos golpistas (Juan Guaidó, Jeanine Áñez, Jair Bolsonaro, etc.) y ampara legal y económicamente a los grupos terroristas que buscan la inestabilidad en la región (un caso muy llamativo es el de Leopoldo López).
El aumento de gobiernos progresistas en Latinoamérica puede mejorar sensiblemente las condiciones de la lucha obrera y popular internacional. Una Latinoamérica unida contra el imperialismo yanki y europeo, sobre todo si cuenta con el apoyo de Rusia y China, puede abrir un proceso de confrontación en que la correlación de fuerzas sea más favorable para la clase obrera en su lucha por la toma del poder y la paz entre pueblos.
Gabi