Hemos de reconocer que el capitalismo ha tenido la virtud de revolucionar las fuerzas productivas como nunca en la historia había ocurrido. Y nada más. Aquí no cabe aquel gag de la película “La Vida de Brian” de ¿Qué han hecho los romanos por nosotros?

 

Hoy es más obvio que nunca que el desarrollo de esas mismas fuerzas productivas, cada vez más socializadas, está hipotecado por las relaciones de producción capitalistas, que aseguran la apropiación de la riqueza en menos manos que ayer.

La reproducción a escala ampliada toca a muerto si atendemos los indicadores económicos actuales y sobre todo el expolio que el capitalismo ha venido haciendo de los recursos naturales para conseguir el crecimiento económico. La producción de combustibles fósiles como el petróleo convencional alcanzó su cenit a nivel mundial en el 2007 y desde ahí en adelante el mundo ha sobrellevado su escasez como ha podido, principalmente a través del fracking, el gas de esquisto y las arenas bituminosas.  La escasez de otras materias que son necesarias para mantener la producción tecnológica: litio, neodimio, cobre, cobalto, uranio, etc., también se encuentran en lo que Richard Heinberg1 denominó “Peak Everything”: el cenit de todo.

La geopolítica actual con su aroma a “Guerra Total” como la define Andrés Piqueras2, es fiel reflejo de la descomposición del capitalismo.

La empresa siempre ha producido para el beneficio, para el lucro; y para conseguirlo el capitalismo a lo largo de su historia sometió a pueblos, explotó a la humanidad y despojó la naturaleza, aumentando gradualmente su nivel de violencia.

Según la FAO, a nivel mundial, se desperdician o pierden alrededor de un tercio de los alimentos que se producen, mientras que el número de personas que sufren hambre aumentó hasta alcanzar los 828 millones en 2021, según UNICEF.

La producción se somete al beneficio y no a satisfacer las necesidades de la población. Harvey3 acuñó el término de desposesión al nuevo proceso que consiste en el uso de métodos de la acumulación originaria para mantener el sistema capitalista decrépito actual, mercantilizando ámbitos hasta entonces cerrados al mercado. La sanidad, las pensiones, la educación, el resto de servicios sociales, la justicia, hasta la seguridad del estado debe entrar en el proceso de acumulación. Quien no paga no se cura, no se educa, no se le protege, en definitiva, no sirve. Si no revalorizas, no vales.

En esa lógica, se entiende cómo gracias al beneficio, hoy hay más de 27 vacunas administradas en el mundo contra la covid-19. Pfizer, Moderna, J&J, AstraZeneca y BioNTech facturaron 71.000 millones en 2021 por ellas. Sin embargo, el ébola todavía no tiene vacuna y arrastra 15.000 muertos desde 1976, eso sí, africanos. Hay multitud de enfermedades “no rentables”, es decir raras, para las que no hay inversión posible.

Y el cuidado del planeta, sigue el mismo modelo. Según cálculos de la European Environmental Bureau (EEB), la obsolescencia programada, o “el timo de la estampita” es la responsable de la emisión anual de algo más de 48 millones de toneladas de CO2. Y la transición verde es una quimera...

Ni el mundo resiste más, ni la humanidad, que no es ajena al mismo ni a sus problemas, aunque pareciera a ojos de algunos y muchas que sí. Está claro que hay que enfocar el futuro de forma distinta y que las opciones del decrecimiento económico son contradictorias con las relaciones de producción actuales. El capitalismo no puede decrecer. Tampoco puede ser sostenible.

Como decimos habitualmente, este sistema no tiene nada más que aportar a la sociedad. Su momento histórico pasó y debemos cambiar de escenario.

El desarrollo de las fuerzas productivas no puede seguir orientado a mantener la escala ampliada, sino que su evolución pasa por borrar el factor del valor de la producción y “valorizar” la usabilidad de las mercancías y los servicios, en coherencia con las necesidades humanas, y no de las implementadas a sangre y fuego por las campañas de márquetin del capitalismo, apoyado en el fetichismo de las cosas.

Y obviamente, esa nueva concepción de desarrollo productivo, solo es posible cambiando radicalmente las relaciones sociales que intervienen en el proceso. ¡Socialismo o barbarie! El viejo axioma se nos presenta más definido y actual que nunca.

Kike Parra

1 Heinberg es ecólogo y profesor universitario estadounidense, especializado en temas relacionados con los aspectos medioambientales y sociales.

 2 Dr. en Sociología por la Universidad de Valencia (1994), actualmente es profesor titular de la Universidad Jaume I de Castellón, en donde imparte clases desde 1991.

 3 David Harvey (1935) es un geógrafo y teórico social marxista británico.

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