Los próximos días 2 y 3 de noviembre se debate en la ONU la resolución de condena al bloqueo que EE UU mantiene, de forma ilegal e ilegítima, contra el pueblo de Cuba, contra su sistema social, contra su revolución, y contra su soberanía.

Esperemos que, una vez más -y son treinta ya-, el gobierno revolucionario alcance una nueva y contundente victoria en esta batalla.

En el lado contrario, quienes votan contra esta resolución, están los gobiernos más violentos y criminales, encabezados por EE UU y por el sionismo.

Son ya sesenta años de bloqueo, con que el imperialismo yanki ha pretendido rendir al pueblo cubano, y derrotar a la revolución liderada por Fidel, y hoy por Díaz Canel.

Pasadas todas estas décadas, a las que hay que añadir decenas de intentos de asesinatos contra F. Castro, y los más diversos actos terroristas por parte de EE UU, como la voladura de un avión comercial, la difusión de plagas y enfermedades, etc., el pueblo de Cuba sigue firme en el desarrollo de su proyecto social, y en la defensa de la revolución. El imperialismo, un día tras otro, muerde el sabor amargo de su derrota frente a un pueblo digno y unido en sus principios.

Cierto que el pueblo resiste, pero también es cierto que paga un alto precio de sacrificios y privaciones, bajo amenazas incesantes de todo tipo. Este es un heroísmo que toda la Humanidad tiene que agradecer. Porque su lucha es por ellos mismos, pero lo es también por el futuro de todos los pueblos, por el futuro de la Humanidad entera.

La gran diferencia, con otros sistemas políticos, es que en Cuba el pueblo construye una realidad en la que la persona está situada en el centro de todo su proyecto social.

Hoy, la manipulación que se realiza recurriendo a las tecnologías de comunicación masivas ha adquirido una dimensión nunca antes conocida. Todo vale, lo mismo un rapero vendido que un “intelectual” que escribe al dictado de sus amos de fuera que le pagan en dólares para tratar de rendir a la nación. Y el pueblo resiste, y avanza en la construcción de un sistema social propio, que lo coloca en una instancia superior de desarrollo social. No pocas agencias internacionales tienen que reconocer los positivos índices sociales y de felicidad del pueblo cubano. Y un hecho incuestionable: la esperanza de vida en Cuba hoy es de 78,9 años, mientras que en EE UU es de 76,1 años. Cuba hace realidad, de forma masiva, aquél principio del Ché: La condición superior que puede alcanzar el ser humano es la de ser revolucionario.

Tomo tan solo un ejemplo: la reciente aprobación del nuevo Código de las familias.

Reconozco mi asombro de cómo la dirección revolucionaria se adentró en este extraordinario proceso legislativo de cambios profundos, en tema tan sensible y complejo como es el de los afectos. Y donde elementos atávicos, grabados durante siglos con el fuego de la ideología dominante, hacen enormemente difíciles los procesos para socializar un nuevo sistema de valores. En una situación de fortaleza cercada, como es el caso de Cuba, sería muy fácil decir: Eso ahora no toca.

Pero no solo la revolución decidió que sí toca, sino que implementó todo un proceso de elaboración, con el debate protagonista de las masas, que es absolutamente extraordinario, increíble.

El hecho de regular, con una mentalidad revolucionaria absolutamente avanzada, las más diversas y disímiles situaciones de las personas en sus relaciones afectivas, y su articulación en una variedad de modelos familiares, demuestra la superioridad social que ha alcanzado el pueblo de Cuba a partir del proceso iniciado en enero de 1959. La doble filiación, el matrimonio igualitario, el reconocimiento de muy diversas formas de familia, la primacía de los afectos sobre las convenciones y los legalismos, el apoyo y la solidaridad en los afectos, y las garantías jurídicas que se establecen para todas esas situaciones, han dado lugar al nacimiento de un nuevo universo social de libertad, igualdad, respeto y no discriminación.

Puedo pensar qué es lo que pasaría en este país nuestro si se abriera un proceso similar, incluyendo ese principio asambleario que en Cuba se plasmó en más de 76.000 convocatorias plenarias en una gran cantidad de colectivos organizados de todo tipo. Sé que aquí no pasaría nada bueno, que se hurtaría el debate sereno y profundo del pueblo, que los más diversos grupos de presión desatarían una feroz campaña de manipulación con sus opresores medios masivos que haría imposible la expresión soberana del pueblo. Eso no ocurrió en Cuba, donde el pueblo preguntó, opinó y debatió con total soberanía, aunque algunos, una vez más sin éxito, sí que pretendieron sesgar e impedir este debate soberano.

Un pueblo tiene que tener una especial fortaleza para asumir ese protagonismo en tarea tan compleja y avanzada. El pueblo cubano ha demostrado que tiene esa fortaleza.

Hay que preguntarse: ¿Cómo ha construido Cuba esa fortaleza de su pueblo en un escenario de sesenta años de cerco y ataque por parte de la mayor potencia criminal?

En primer lugar porque esa revolución se hizo con el pueblo y para el pueblo, y esto, más allá de una declaración retórica, ha sido el factor determinante de la práctica política revolucionaria. El protagonismo del pueblo viene de las enseñanzas de Martí, adquiere una dimensión práctica superior con el triunfo revolucionario de Fidel, y se consolida con la aplicación a todas las esferas de la vida de la concepción materialista del mundo, que se expresa en la condensada ideología del marxismo-leninismo. Todo ello regido por una elaborada concepción dialéctica de la lucha de clases, que se pone a prueba en miles de situaciones en las que el pueblo y la dirección revolucionaria tienen que responder a los más diversos ataques del imperialismo y sus lacayos.

Ese pueblo cercado, y permanentemente agredido por la mayor potencia imperialista, ha hecho de la solidaridad internacionalista un factor de fortalecimiento del propio proyecto de nueva sociedad. Porque sin la solidaridad la Humanidad nunca avanzará. Cuba, desde los primeros años sesenta, ha jugado un papel extraordinario en el apoyo incondicional a las luchas de emancipación de los pueblos. Baste para fundamentar esta afirmación lo realizado por Cuba en Angola. Pero no solo en esos primeros momentos, sino que, producto de la sociedad con principios propios, la solidaridad ha seguido sin parar en los momentos más difíciles de la pandemia. Baste citar aquí la presencia de la brigada Henry Reeve en Italia, además de en muchos otros países.

Situadas las cosas en estos términos, los demás pueblos del mundo tenemos que recibir el mensaje.

No es posible pretender que Cuba cargue con todo el peso de la lucha antiimperialista. Esta situación que vive Cuba nos devuelve un emplazamiento, que si bien no lo plantea la revolución cubana porque su compromiso y su generosidad son de un mundo superior, sí que las organizaciones revolucionarias y antiimperialistas tenemos que asumir y llevar a la práctica. Hoy la mejor ayuda que se puede dar al pueblo cubano es practicar la más alta solidaridad política con su revolución, que en ocasiones puede tomar forma de ayuda material, pero que en lo esencial significa la defensa más firme y decidida de la revolución, la denuncia de todas las agresiones del imperialismo que se materializan en el bloqueo genocida y criminal, y el más contundente debate ideológico, no solo con los enemigos declarados de la revolución socialista sino también con todo tipo de reformistas que, con mayor o menor ingenuidad, con sus tibiezas, terminan actuando de comparsas de los enemigos de la Cuba revolucionaria.

En las condiciones actuales de la lucha de clases internacional, donde las potencias imperialistas nos están poniendo al borde del inicio de la Tercera Guerra Mundial, como expresión de la barbarie de la dictadura del capital que aliena y embrutece a las masas para utilizarlas como carne de cañón de su parasitario proceso de acumulación de capital, la defensa de la revolución cubana ha de ser un baluarte en los objetivos de lucha del movimiento revolucionario en todos los países. Un baluarte, que constituye un extraordinario punto de apoyo para dar comienzo a la necesaria construcción de un potente Frente Mundial Antiimperialista, que agrupe a todas las fuerzas de la paz y el progreso social en una acción mundial coordinada para abrir una nueva etapa civilizatoria. Tarea que hoy se plantea con la mayor de las urgencias.

Por todo ello, y una vez más aquí, es obligado expresar el reconocimiento y la gratitud al pueblo cubano, y a su dirección revolucionaria, por el heroico y consecuente esfuerzo en defensa de la soberanía y de la construcción del socialismo, para el futuro de la Humanidad.

Carmelo Suárez

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