Ningún ser humano muere de viejo. Cuando el cuerpo empieza a deteriorarse por el transcurrir del tiempo, es más susceptible de padecer dolencias que al fin acaban con la vida. Enfermedades cardiovasculares o neurodegenerativas, cánceres diversos, etc. son realmente las causantes finales de la mayoría de decesos durante la vejez.

En la edad adulta y más aún, en la etapa juvenil o infantil, las personas también sufren distintas afecciones, pero el sistema inmune consigue triunfar la mayoría de veces y la vida supera estos contratiempos y con o sin secuelas, se abre paso hasta la siguiente etapa.

El capitalismo es un viejo. A lo largo de su historia y de sus fases (mercantil, industrial, financiero o imperialista), ha sufrido distintas enfermedades o crisis. Unas más graves que otras y originadas por distintos desajustes (sobreproducción, endeudamiento, shock de demanda, de oferta, deflación,…). Pero la causa subyacente se esconde siempre en la contradicción capital-trabajo y se manifiesta en la caída tendencial de la tasa de ganancia o en la pérdida paulatina de los beneficios en relación a lo invertido.

De la misma forma que la oxidación provoca el deterioro del cuerpo y lo envejece de manera natural, porque necesita oxígeno para vivir y producir energía que es esencial para realizar actividades vitales como respirar y comer o caminar; el capitalismo necesita aumentar la producción a escala ampliada, lo que consigue mediante la reinversión en capital constante (tecnología, maquinaria,…), desplazando a las y los trabajadores que con sus esfuerzos son quienes generan nuevo valor; dificultando así, por tanto, socialmente su creación y su apropiación por el capitalista. Y así, poco a poco, esta estructura se deteriora exacerbando sus contradicciones.

La enorme inflación que sufrimos actualmente (la tasa de variación anual del IPC en España en agosto de 2022 ha sido del 10,5%) y que nos empobrece, es un mal grave para un anciano. A partir de los años 70, el capitalismo ha evidenciado su agotamiento. En los últimos años, se le ha tratado con ingentes inyecciones de capital (esteroides anabólicos), dopando la economía y alargando su agonía. La subida de precios actual es consecuencia de ese superávit monetario, del estancamiento productivo, etc... El encarecimiento de la energía, de las materias primas, la sangre del capitalismo, permite entrever su escasez, su agotamiento, la dificultad creciente de su extracción a bajo coste.

Pero desde el monetarismo, con su medicina convencional de chamán moderno, entienden que solo subiendo los tipos de interés podrán frenar la escalada de precios. De la misma forma, la medicina paliativa calma el dolor pero no cura la enfermedad. La subida de tipos, necesariamente, nos llevará a una nueva fase, más decrépita que la actual, en que la recesión, con su destrucción de fuerzas productivas traerá más sufrimiento entre la clase trabajadora, sobre la base de mayor explotación y opresión, violencia y belicismo. La carrera para apoderarse de los últimos recursos ha comenzado, pero eso solo puede estirar algo más la existencia de una fracción de este carcamal y depravado capitalismo a costa de otros.

Muchas empresas cerrarán, incapaces de refinanciar su deuda en condiciones más leoninas que las actuales. Y los estados, a los que al principio la inflación le sirve de trampantojo con respecto al monto de su deuda, puesto que la pagan al precio al que se contrajo, a través de unos ingresos inflados, tendrán que recibir nuevos créditos con otras condiciones (mayores tipos y mayor prima de riesgo).

Y esto, justo cuando hay que pagar las medicinas prescritas. La deuda generada para mantener en pie al burgués, según los últimos datos publicados por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Instituto de Finanzas Internacionales, se sitúa en todo el mundo aproximadamente en 296 billones de dólares estadounidenses, lo que supone cerca del 350 % del PIB mundial. Esto no se puede pagar.

¿Debemos aferrarnos a un sistema que agoniza, conectado a la vida por una máquina que mantiene su actividad pulmonar y cardíaca, que sufre el delirio de un tiempo que no volverá y se revuelve violento contra su entorno?

La clase obrera debe aplicar urgentemente la eutanasia al capitalismo moribundo, antes de que el hedor de su descomposición nos atrape y arrastre hacia su tumba; y debemos hacerlo porque nadie muere de viejo.

Kike Parra

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