Mohammed, Hussein, Bassim, Mousa, Ahmad, Amir, Ibrahim, Nidal, son algunos de los nombres –entre muchos otros– que engrosan la triste lista de niños asesinados por los constantes ataques del ejército israelí contra los palestinos.
Son infantes que crecen en una espiral de violencia, sufriendo traumas sicológicos y hambre. Israel asesinó a 2 103 niños –1 673 en Gaza y 430 en Cisjordania– desde septiembre del año 2000, según los datos de una organización israelí de derechos humanos: B'Tselem. La Agencia Anadolu denunció como uno de los mayores problemas enfrentados por los niños palestinos su detención arbitraria: al menos 140 permanecen en las cárceles israelíes.
Los medios de prensa dedican escasos espacios al tema y jamás explican que, desde 1955, los palestinos viven en campos de refugiados, y los niños se ven obligados a padecer penurias a causa de los desplazamientos forzados.
Como si tal genociodio fuera poco, la Franja de Gaza, uno de los territorios más densamente poblados del planeta –en apenas 360 km2 viven más de dos millones de personas– está bloqueada por aire, tierra y mar, lo cual acarrea sufrimiento por carencias materiales.
Los niños palestinos pueden despertar y encontrarse con que sus padres ya no están, o que el día inició con el sonido de las metralletas, o abrir los ojos y ser escudos humanos. Anadolu informó que más de 700 000 menores en Gaza han sido sometidos a la destrucción de sus escuelas, de sus familias y de sus casas.
Mientras los niños y las familias sufren estos desmanes, el mundo contempla con horror lo que sucede en Palestina. ¿Dónde está el Consejo de Derechos Humanos? ¿Qué organismo multilateral exige por el respeto a la vida y a los derechos de los menores?
Hasta que la mirada a esos derechos mantenga un sesgo político habrá un doble rasero para medir qué es o no una violación de ellos. Si continúa así, entonces seguirán tronchándose vidas inocentes como las de los niños palestinos.
Publicado el 24 de agosto 2022 en www.granma.cu