Para cualquier comunista, la imagen de la destrucción de una estatua de Lenin tiene un efecto muy poderoso. Quizás nadie recordaba que en Kiev se alzaba todavía una estatua del gran revolucionario ruso, pero la visión reciente de su derribo recuerda dramáticamente a lo acontecido por allá en los inicios de 1990, cuando se desmembró la Unión Soviética y, casi automáticamente, genera paralelismos en nuestro pensamiento.

La Ucrania de hoy no es socialista, ni mucho menos. No conviene olvidar que tampoco lo es Rusia, pero es cierto que el gobierno ruso está haciendo una utilización de ciertos símbolos de la época soviética para legitimarse ante su propio pueblo y ante sus vecinos. Al mismo tiempo, en Ucrania existe una gran división respecto a la propia historia del país: existen quienes se enorgullecen del pasado soviético y mantienen fuertes vínculos con Rusia y existen quienes, como el movimiento Svoboda, herederos directos del fascista Simon Petliura, simbolizan con la destrucción de la estatua de Lenin una reafirmación de su profundo carácter anticomunista y nacionalista.

Ucrania no quedó fuera de los efectos de la crisis capitalista. En los últimos años, el país vio caer hasta un 50% su PIB y se vio azotado por una tremenda inflación, llegando incluso a estar al borde de la bancarrota en varias ocasiones, lo cual empujó al gobierno a buscar alianzas con las potencias extranjeras, ya de por sí muy presentes en la escena ucraniana. El dilema entre la elección de la UE o de Rusia como socio preferente en lo económico, reactivado tras la ruptura de las negociaciones con la UE para un acuerdo de asociación, ha generado la movilización de los sectores pro-europeos, en alianza con los elementos  más reaccionarios del país para tratar de desestabilizar a un gobierno, presidido por Viktor Yanukovich, que busca desesperadamente un salvavidas económico que ponga al país en la “senda del crecimiento económico” capitalista.

El problema es que Ucrania es un país de importancia geoestratégica enorme, lo que la sitúa en el punto de mira de las principales potencias mundiales. Por su territorio pasan las principales rutas de suministro de gas ruso y asiático hacia Europa, lo que  ha generado repetidos conflictos a varias bandas (Ucrania-Rusia-UE) en el pasado reciente. Cualquier disputa sobre los términos contractuales del suministro entre Rusia y Ucrania tiene automáticamente consecuencias prácticas muy visibles (desabastecimiento o subida de precios, por ejemplo) en los países centrales y orientales de la Unión Europea, por lo que el interés de la UE es enorme por acercarse a Ucrania.

Entre Rusia, la UE y Ucrania la interdependencia en términos energéticos es absoluta: mientras que una buena parte de los miembros de la UE dependen principalmente del gas ruso, el 60% del comercio total de Rusia con la UE se basa en el suministro de hidrocarburos, de los cuales el 80% del gas se suministra a través de Ucrania. Estas transacciones constituyen, además, la principal fuente de ingresos del monopolio ruso Gazprom, recordemos que de propiedad estatal.

Pero no es únicamente el control del suministro gasístico lo que preocupa a la UE y a Rusia. La UE viene desarrollando hace años la llamada “política de vecindad”, orientada a garantizarse aliados estables entre los países de su entorno geográfico más inmediato, susceptibles de acercarse a otras potencias. Ucrania es esencial dentro de esta política, la cual además viene acompañada de un objetivo menos identificable a primera vista como es el de evitar, por todos los medios, cualquier posible retorno de antiguos países socialistas a vías de desarrollo alejadas de los intereses de los monopolios de base europea. De ahí que estas campañas europeas tengan siempre un fuerte componente anticomunista que enlaza con las posturas internas más reaccionarias, como es el caso de Svoboda. 

En lo que toca a Rusia existen fuertes lazos históricos con Ucrania. Pero seríamos ingenuos si pensásemos que lo único que mueve a Rusia es el recuerdo sentimental del Rus de Kiev. Rusia necesita asegurarse el mantenimiento de sus alianzas económicas y políticas en las antiguas repúblicas soviéticas, hoy muy cortejadas por los EEUU, así como mantener su base naval en Sebastopol (Mar Negro) si quiere seguir siendo respetada en el escenario de las pugnas interimperialistas.

Las leoninas condiciones que la UE pretendía colocar a Ucrania a cambio de hacerla socia preferente, cuyas consecuencias para las condiciones de vida de la mayoría no puede obviar cualquier gobierno mínimamente preocupado por su población, junto con el hábil juego de Rusia a la hora de plantear la vinculación de Ucrania a la Unión Aduanera que mantienen la propia Rusia, Bielorrusia y Kazajstán (marco de integración económico  regional enfocado principalmente al libre comercio), coronado por la reciente compra de 15 mil millones de dólares en deuda ucraniana por Putin, han exasperado a la fracción oligárquica ucraniana más vinculada a los intereses de la UE, generando estas movilizaciones fuertemente difundidas por los medios burgueses.

Pero no sólo la UE y Rusia tienen interés en Ucrania. Los EEUU están jugando fuerte en el actual escenario, como demuestra la presencia de hasta dos senadores yankis en las manifestaciones de Kiev. EEUU no ha parado de intervenir, abierta o encubiertamente, en las antiguas repúblicas soviéticas, promoviendo las “revoluciones de colores”, por ejemplo, que en la misma Ucrania lograron acabar temporalmente con el gobierno de Yanukovich, entonces Primer Ministro, o convirtieron en firmes aliados estadounidenses a  países como Georgia o Kirguizistán.

Alguien podrá preguntar: ¿qué se le ha perdido a EEUU tan cerca de los Urales? Es fácil contestar a esto: contrarrestar la influencia rusa, dificultar los intentos de avance europeos y ganar un nuevo peón en una zona de enorme importancia en la pugna interimperialista. Estados Unidos quiere tener todos los puestos de avanzada posibles para tratar de contener el creciente poderío ruso. Estos puestos se irían añadiendo a los ya existentes en países como, precisamente, Georgia (donde está la base militar de Ganci) y Kirguizistán (base de Kritasanisi), pero que se sumarían también a la lista de bases del lado norte del “anillo centroasiático” que circunda Irán, Afganistán y Pakistán y cuyos límites tocan precisamente las fronteras tanto rusas como chinas, donde Uzbekistán y Kazajstán, también con presencia militar estadounidense, son de gran importancia. Al mismo tiempo, la dialéctica que preside las relaciones EEUU-UE determina el interés que para los estadounidenses puede tener influir en la política ucraniana y colocarse como intermediario en las relaciones energéticas ruso-europeas.

China tampoco se ha quedado de brazos cruzados en lo tocante a Ucrania. Muy recientemente ambos países han declarado la voluntad de reforzar su “asociación estratégica” en áreas como agricultura, energía, recursos, construcción de infraestructura, finanzas, alta tecnología, aviación y aeroespacio, lo que se enmarca dentro de la propuesta china de construir una “franja económica de la Ruta de la Seda”, es decir, una cada vez mayor relación económica y política entre la propia China y los países de Asia Central, fundamentalmente las antiguas repúblicas soviéticas. Es fácil vislumbrar de los párrafos anteriores que esto choca frontalmente con los intereses rusos y estadounidenses.

Lo que no debemos olvidar, si analizamos con seriedad el escenario internacional, es que nuestra firme oposición a la firma de cualquier acuerdo de la UE con Ucrania, fruto de la experiencia propia sobre lo nefasto de la UE para los derechos y las condiciones de vida de la clase obrera y sectores populares de los países miembros y asociados, nunca será una defensa de los intereses de otras potencias inmersas en la pugna interimperialista, sino del pueblo trabajador ucraniano, que nunca gozó de mejores condiciones de vida que en la época soviética.

La clase obrera ucraniana, en alianza con los sectores populares cuyas condiciones de vida empeoran día a día como consecuencia de la crisis capitalista, debe forjar su propio camino, su propia vía de desarrollo, ajena a los intereses de las potencias capitalistas y evitando que la situación les lleve, como ya denunció Lenin, a luchar bajo pabellón ajeno en una guerra en la que ellos serán los únicos perdedores.

Á. G.

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