Cuando en el 2020, al calor de la rabia popular contra el racismo institucional en lo EEUU, la rabia contra siglos de segregación y miseria, en el movimiento que se denominó “Black Lives Matter”, ante la noticia de que se habían derribado y vandalizado estatuas de figuras de la cultura hispana, los medios de información españoles lo narraban manifestando cierto horror, el mismo horror de siempre, el horror con el que inculcar en las masas animadversión contra todo acto popular de fuerza y resistencia. Razonaban los medios que si bien eran entendible derribar estatuas de esclavistas y héroes confederados, no lo era hacerlo de figuras de la cultura, evitaban así otro tipo de argumentos, como por ejemplo razonar que la celebración explícita de la cultura europea es a su vez la negación implícita de la cultura afrodescendiente, de la cultura nativa, de la cultura de las clases explotadas y masacradas, y a fin de cuentas la negación de su papel en la historia.

Es verdad que derribar estatuas no es hacer la revolución, pero jamás se debe menospreciar el poder de los símbolos, en este caso, de los símbolos de un relato histórico que naturaliza la opresión y bloquea toda conciencia de lucha y resistencia social. Y es que la historia no es un campo de batalla cualquiera, es con mucho una de las principales batallas en el campo de la ideología dominante. Porque en la historia podemos encontrar, tanto la verdad que cual manantial renueva continuamente el presente, o también, su más espuria justificación, cuando no, su flagrante falseamiento. En la historia, los intereses del presente pugnan por los acontecimientos del pasado, teniendo de un lado, los intereses de la clase dominante que pliegan bajo su régimen al presente, y de otro lado, los intereses de la vanguardia revolucionaria que lucha por abrir una brecha de futuro. Cada uno de estos intereses tiene en la historia, como campo ideológico, o su contradicción o su legitimación. Es por eso que se tiran estatuas y se queman símbolos, es por eso también que hay enemigos sagrados, y así los comunistas seguimos siendo los malos de las películas, y es por eso que cuando le tocan la historia a la oligarquía, ésta se agitan entre pretendida indignación y frases del tipo “ya están aquí los de siempre abriendo viejas heridas”.

A nadie se le escapa que, el cada vez más frágil presente hace que hoy, la oligarquía esté más agitada que nunca, de hecho ya no les valen ni sus propios consensos, y el más moderado de los suyos les parece un radical. Ven comunistas en todas partes, y rearman el fascismo organizando la frustración social en torno a los viejos símbolos de orgullo nacionalista. Antes, a la oligarquía le bastaba con fomentar el fundamentalismo identitario en el tercer mundo, ahora lo necesitan potenciar su propia casa, y así, vemos como un día batallones de ultras asaltan el senado norteamericano, y otro día desfilan por el centro de Chueca. Y ahora le ha tocado ser objeto de ataque ni más ni menos que al mismísimo Papa, y resulta que es un bocazas, rojo y antiespañol.

He ahí la clave, lo antiespañol, el símbolo nacional como forma de aglutinar el malestar y de señalar a todo aquel que cuestione sus intereses. Basta decir algo inadecuado, o sencillamente no comulgar con sus emociones, que dicen que son todos, para que te espeten “es que es tu país”, cuando en realidad es al contrario, no es mío, sino que yo soy de él, y por tanto estoy obligado a asumir el pack de cómo hay que ser español para serlo bien, y consagrar mi júbilo en las fiestas del patrón. En este mes de octubre, siempre rojo para quien lucha contra toda tiranía, tenemos un claro ejemplo de esta forma de obligarte a ser de aquí a su manera, y como la batalla de la historia se manifiesta en el monumento. En esta ocasión el monumento es el 12 de octubre, que como es ya sabido, forma parte del corolario nacionalista que ha nutrido, nutre, y como se puede ver a juzgar por los ánimos que ha levantado este año, siguiera nutriendo al fascismo y sus hijos, que en este país son muchos y muy bien situados.

El 12 de octubre es, por decirlo así, el día que en el que se quiere poner fecha de inicio al “imperio español”. Algunos argumentan que este país, el estado español, como nación aspiracional, debe, sin complejos, tener sus símbolos y sentimientos nacionales libres de partidismos, algo que más o menos solo han conseguido los logros deportivos, tal vez será porque entre otras cosas son ahistóricos, no sé, si declararan fiesta nacional el día que la selección ganó el mundial podrían tener más éxito. En cualquier caso, si se trata de dar una fecha festiva a la nación para exorcizar a este país de su pésima historia, ser como Francia con su 14 de julio, o como los EEUU con su 4 de julio, entonces la cosa chirría, porque en ambos casos se conmemora al pueblo emancipándose, y eso es algo que todavía no ha podido ser, aquí los movimientos populares, como en el 2 de mayo o en el 14 de abril, fueron siempre frustrados por la reacción. Otros dirán que no es una cuestión nacionalista, que el 12 de octubre no tiene nada que ver con “ser español sin complejos”, que se trata de una celebración de la cultura hispana, de aquello que une a lo largo y ancho del mundo a millones de hispanohablantes. Pero si esto fuera así, la idea de la hispanidad como germen de una civilización universal y España como madre de naciones, lo cual no es más que una forma camuflada de alimentar el imperialismo españolista, por qué festejar una cultura con un día en el que comenzó la destrucción de otras culturas, si se buscara celebrar la cultura encajaría más que se eligiese otra fecha cultural, algo así como el día que se publicó el Quijote por poner un ejemplo.

Lo cierto es que se mire como se mire, lo que se reivindica el 12 de octubre es el “imperio español”, aquel en el que “no se ponía el sol”, aquel al que se aludía en la cabecera del NODO, o en lo billetes de 1000 pts con los rostros de Cortés y Pizarro, y en todas esas soflamas tan propias de una novelita del capitán Alatriste o de un cuadro de Frederic Remington. Un imaginario de “conquistadores”, de españolazos masacrando indígenas, y metiendo en cintura a ingleses y holandeses, un imaginario de sexo y violencia que tan bien cala en la mentalidad pobre y cerril, en la conciencia del pobre diablo que mientras sirve copas y paellas a turistas ingleses y alemanes sin poder llegar a fin de mes, odia a sus compañeros de trabajo por ser marroquíes y ecuatorianos.

El 12 de octubre lo que se festeja es el genocidio, el expolio, el racismo, el fundamentalismo religioso, la esclavitud, el colonialismo y el imperialismo. Se festeja una mentira, porque se nos habla del encuentro de culturas, y pocas veces se nos dice cómo eran todas las culturas que se aniquilaron. Se nos habla de la civilización que les dimos a los indígenas, y pocas veces se nos dice que consistió en una cultura de la obediencia, de la servidumbre al amo, de la superioridad de lo europeo y del temor al infierno cristiano. Se nos habla del mestizaje de Hernán Cortes al emparejarse con la Malinche, y pocas veces se nos dice quién fue de Francisco Guerrero, el marino que adoptó la cultura maya y luchó contra los conquistadores. Se nos habla del imperio español, y pocas veces se nos dice que hablar de España en los siglos XVI y XVII, es tan falso como hablar de la españa prerromana, o que la vocación ideológica de ese imperio de muchos pueblos y lenguas, no era la hispanidad sino la contrareforma católica.

En resumen, el 12 de octubre es la más clara manifestación del monumento como relato histórico del imperialismo, de la celebración de una gloria que nunca fue para encubrir la miseria que sigue siendo, la explotación vestida de una historia que aspira a ser destino. Es el campo de batalla de los intereses dominantes que, frente a la lógica de la necesidad histórica que encarna el proletariado preñado de futuro, a día de hoy, en estos momentos de crisis social y colapso humanitario, ya solo encuentra cobijo en el irracionalismo visceral de la evocación nacionalista. En esta batalla histórica por atisbar un futuro mejor, cuando alguien cuando lanza una consigna del tipo “viva españa”, qué está afirmando realmente, acaso algo tan ridículo como que su nacionalidad le hace especialmente mejor, que lo que hay aquí es mejor que lo que hay en otros lugares, o es más bien un mensaje político camuflado, una consigna que encierra el proyecto de una minoría que recurre a un significante tan visceral como vacío para movilizar al pueblo, una consigna que lo único que reivindica es algo tan irracional como el sentimiento de pertenencia, no ya a un proyecto de futuro para la humanidad, sino de diferencia y cerrazón, de fanatismo y de genocidio, como en el caso del 12 de octubre. Sin embargo, cuando desde nuestras filas lanzamos la consigna “¡viva la lucha de la clase obrera!”, estamos afirmando tres cosas; la primera, la clase obrera, que no es ninguna evocación romántica de un pueblo elegido, sino una categoría económica de carácter empírico basada en la naturaleza productiva y transformadora del ser humano y que es una condición real de la existencia del sector más amplio de la población. Lo segundo, la existencia de la lucha de clases, que no es la exaltación de ningún ardor guerrero ni batallitas imperiales, es la afirmación del proceso histórico que desarrolla la humanidad y sin el cual no habría emancipación y progreso. Y por ultimo, nuestra adhesión y compromiso con la causa del proletariado. “¡Viva la lucha de la clase obrera!” no se emplea para excluir y odiar, sino para liberar a toda la humanidad.

Eduardo Uvedoble

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