¿Es la monarquía corrupta? Cuando los medios informan de las actividades económicas de la monarquía, y muestran, a modo de escándalo, los pelotazos millonarios que el Borbón se han procurado durante décadas, no estarán haciendo tal vez una falsa atribución, la de considerar que la casa real procede según la misma justicia que los demás. Acaso no es olvidar el hecho de que siempre ha sido tarea de reyes la gestión personal de todo tipo de favores. Que cuando el poder se ejerce por nacimiento el verdadero escándalo es que siga habiendo monarquía en pleno siglo XXI.

Este es el cuento, mientras que vamos con aires de autosuficiencia dando lecciones de democracia, nos tragamos la fantasía del principito que trajo la democracia. Añadiendo así a la conflictiva, reaccionaria y caciquil historia de España, el “y fueron felices y comieron perdices” desde aquel 1981,  en el que con ayuda de unos y de otros Juan Carlos se consagró como el rey del pollo frito -perdón- de la democracia. De Juan Carlos sabíamos que fue un joven de 18 años, que siendo cadete de la academia militar de Zaragoza, disparó por error a su hermano, también sabíamos que su vida marital no era la de un esposo ejemplar, que le encanta la caza mayor, al alcohol, y las mujeres, y hasta sabíamos que deliberadamente la prensa nunca informaba sobre todo eso. Ahora también sabemos que su economía era más propia de un emprendedor bien relacionado que de un leal servidor del estado en funciones diplomáticas.

Naturalmente las perdices del cuento no son gratis, y ahora empieza a salir a flote la basura acumulada durante décadas, resulta que desde su entronización hay una mordida del Borbón en todo tipo de negocios, desde el tren a la Meca hasta la venta de armas, pasando por toda una colección de testaferros y cuentas en paraísos fiscales que demuestran que la contabilidad de la jefatura del estado era de todo menos sencilla y campechana.

¿Nos asombra esto? La respuesta a esta pregunta es el verdadero escándalo, la auténtica corrupción de un pueblo, que complacido en su degradación, se convulsiona y agita entre banderas rojigualdas hasta con el más inofensivo y conciliador de los socialdemócratas. Por supuesto que no se puede pasar por alto el poder que encubre a la casa real, como si se tratase de los famosos tres monos sabios, el que no ve, el que no oye y el que no habla, el poder judicial no investiga, el poder legislativo bloquea toda iniciativa y el poder de los medios todo lo difumina. Lo cierto es que en la última década, en el estado español, se han operado importantes transformaciones, es lo que se ha denominado segunda transición, el agotado proyecto oligárquico burgués salido de los acuerdos del 78, envuelto además en el contexto de crisis general del capitalismo, requería de un refuerzo en todos los aspectos, concentración de capital, pérdida de los derechos laborales, mayor explotación y precariedad, más represión, derechización del espectro político. Y en lo que respecta a la jefatura del estado, se ha requerido del relevo, eso sí, sin quitar el título de rey al emérito y así seguir siendo  inviolable, y es que sin rey no hay cuento.

Mientras la monarquía sea es la garantía del proyecto oligárquico burgués, no la dejarán caer. Un viejo calambur  decía que “si el rey no muere, el reino muere”, tal vez sea así, y una corona que cada vez tiene menos de cuento de hadas y más de cuentas pendientes, puede ser la peor apuesta de la oligarquía.

Eduardo Uvedoble