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Otra vez la retórica, la demagogia, la mentira y la traición se apoderan del deporte más popular en España.

Hemos asistido atónitos a una manipulación grosera de lo que pretendía ser un proyecto para enriquecer a los ricos y ningunear y orillar a los pobres, ¡nos suena, ¿verdad?!; lo cotidiano, lo normal, lo habitual, lo de todos los días en todos los frentes.

El relato de lo acontecido podría comenzar con una famosa frase de El Padrino, cuando Don Vito recibe a uno de sus subordinados y le dice al oído: “Voy a hacerte una oferta que no me podrás rechazar”. Comenzamos, por tanto, el guión situando a los actores en el mundo del Hampa, donde se mueven con una jerarquía y protocolos establecidos a través de la imposición por la fuerza, pero sin ninguna nota escrita, sin ningún documento que los delate.

El fútbol, como deporte popular, ha sido robado por los presidentes y sus juntas directivas que, al socaire del negocio, han acudido en masa para dirigir los clubs, manipular a través de los estatutos, para convertirlos en herramientas de acaparación, acumulación y centralización del capital que ellos poseen y representan indirectamente. Todo el mundo sabe lo que es Florentino Pérez en el mundo de la oligarquía; todo el mundo sabe qué significaba Núñez en el Barça; Jesús Gil en el Atlético de Madrid; todos relacionados con el negocio de la construcción, del ladrillo, de la especulación, de la corrupción; alguno más prudente, otros más alocados y escandalosos.

Todos los clubs de fútbol disponían de estructuras asimiladas a sociedades deportivas sin ánimo de lucro, pero con la llegada de las televisiones de pago que uno de los gobiernos de Felipe González (F.G.) impulsó, produjo un cambio sustancial tanto en el usuario (el aficionado) como en los componentes de las direcciones de los clubs. Aparecieron mediadores (Canal +) que utilizaban a plataformas (Movistar) que habían surgido en la borrachera de privatizaciones (Telefónica) que el “socialista” F.G. había generado para canalizar aquella máxima de propaganda liberal que tanto eco tuvo en su día: “España es el país dónde más rápido y posible puede hacerse uno rico”.

El fútbol, como deporte de masas, siempre ha tenido un componente sociológico popular que también servía al bloque dominante para utilizarlo como adormidera en los grandes conflictos que la lucha de clases provocaba. Pero, como todo deporte, es un juego y caprichosamente, a veces entra la pelota, pero otras veces, no, y provoca enaltecimiento de los sentimientos positivos y negativos. Para sofocar tal contradicción, los nuevos dirigentes toman las medidas para intentar minimizar esos riesgos, pero entran en una espiral que no se detiene y que no tiene salida. Así, aumentan los presupuestos para comprar a los mejores jugadores; estos cobran unas cantidades que salen de la lógica del mercado laboral. Se generan deudas imposibles de gestionar y, evidentemente, de pagar; impagos a la Seguridad Social; masivas manifestaciones de aficionados perdedores; solicitud a los ayuntamientos para que ayuden a los clubs locales para evitar su desaparición,... Toda una retahíla de acontecimientos que entran de lleno en el campo de la alienación y del control de la conciencia colectiva, arma trabajada en departamentos especializados de los estados.

Es así que estalla la crisis de sobreproducción del capitalismo en 2008 que tiene una naturaleza general y que se desarrolla con una marcada caída de la tasa de ganancia. La libertad de los capitales hace que asomen los petrodólares para comprar equipos que tienen un nombre en el mercado futbolístico por sus éxitos deportivos en algún momento de su dilatada existencia. Pero, ni incluso con estos capitales, se asegura la viabilidad económica y financiera, y menos con la aplicación de medidas sanitarias que prohíben la asistencia de los aficionados a los estadios.

Agobiados por deudas e incapaces de generar nuevos recursos a través de los ingresos clásicos, se produce la presentación de la SUPERLIGA con el amparo de 12 iniciales clubs que tienen previsto la incorporación de otros hasta completar la veintena de equipos, con una competición cerrada que generaría monstruosos ingresos. Esconde el proyecto presentado la elitización de un deporte como el fútbol que va a tener dos multinacionales de la comunicación como gestores exclusivos de este proyecto que ha unido a distinguidos miembros de la oligarquía de Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y España. Neflix y Amazon acarrearían con esa gestión.

Sin pelos en la lengua, aseguró el presentador/dinamizador Florentino Pérez que la situación financiera de la mayoría de equipos conducía a su desaparición, y lo hacía a través de un discurso lleno de demagogia y populismo, recurriendo al “en beneficio del fútbol y de los aficionados”. Pero, ¿cómo no?, las huestes mafiosas de los propietarios de las competiciones nacionales (la Premier, la Liga, la Bundesliga, el Calcio) contraatacan movilizando a sus fuerzas vivas (los hooligans) y consiguen detener el proyecto sectario (el VAR ha trazado la línea pillándoles en órsay)

Se acaba el primer capítulo, ha terminado una batalla, pero la guerra continuará con nuevos métodos de intervención. Se seguirá persistiendo, no tienen otro camino. Mentiras en la defensa, trampas en el centro del campo y faltas en ataque constituirán el dibujo escogido, y ¿el árbitro?..., Montesquieu ha sido comprado.

Victor Lucas

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