¿Os acordáis de cuando la aparición de internet y la web 2.0 se celebró como una conquista de la libertad de expresión y la comunicación horizontal? De pronto, se abría todo un mundo en el que los usuarios podían interactuar y colaborar entre sí como generadores de contenido. La jerarquía comunicativa parecía desvanecerse y los dueños de los medios de comunicación tradicionales, veían tambalear su chiringuito mediático por estos nodos horizontales y de base que podían cuestionar y producir contenido propio. El público pasaba de ser un mero receptor pasivo a tener un rol activo como emisor. La comunicación pasaba de ser monocanal a ser dialéctica. El pensamiento crítico tenía el humus perfecto sobre el que germinar. La utopía digital parecía cristalizar.

Sin embargo, el sistema capitalista seguía vigente, su derrocamiento no se había producido. Por lo que parecía contradictorio el advenimiento de esta revolución comunicativa en el interior de un sistema que no admitía concesiones a su erosión. ¿Estábamos ante el enésimo caballo de Troya del capitalismo? Efectivamente, el capitalismo en su afán de barnizar democráticamente su apariencia, ofrecía un nuevo ejemplo de disidencia controlada, un nuevo espejismo de libertad tutelada. Y es que toda esta revolución comunicativa ultramoderna, seguía repitiendo los esquemas de la vieja tiranía. Los medios de producción -en este caso, las plataformas como Youtube, redes sociales tipo Facebook, Twitter, etc.- eran y son tuteladas por el gran capital y no por los sectores populares. Estas plataformas digitales estaban encaminadas a ser mastodontes económicos que cotizaran al alza en la Bolsa, bancos de datos e información personal suministrada obedientemente al poder (CIA, Interpol, OTAN, etc.) y cómo no, tenían su particular filtro ideológico censor asociado a las ideas de la clase dominante. No estábamos muy lejos de la máxima de Marx: “La libertad de prensa es la libertad del dueño de la imprenta”. Casi 200 años después, todo había cambiado, pero todo seguía igual. Al igual que sucede con las elecciones burguesas que nos ofrecen la (falsa) sensación de participación democrática, cuando generamos un contenido en Facebook, Twitter o Youtube tenemos la (falsa) sensación de libertad de expresión. Es asombrosa la capacidad que tiene el capitalismo de disfrazar su naturaleza violenta, autoritaria y censora, bajo el paraguas de la “libertad”.

El reciente caso de la suspensión temporal de la cuenta de Twitter de Donald Trump tras el asalto al Capitolio, ha significado un ejemplo formidable en el desvelamiento de esta censura digital. Un caso de censura, paradójicamente muy aplaudido entre los sectores tildados de progresistas. Nuevamente, las ramas no nos dejan ver el bosque. Y es que por más que detestemos a Trump, el fondo del asunto es que los dueños de estas plataformas de comunicación pueden eliminar cuentas, opiniones y contenidos que atenten contra sus intereses. ¿Pero si Trump es capitalista cómo es posible que le censuren? El capitalismo en USA para salir a flote necesitaba cambiar de piel, y la apuesta por Biden como rostro de un capitalismo amable sustituía al peón Trump (representante de una parte de la oligarquía yanki que ha sido derrotada temporalmente por la otra) que resultaba ineficaz para gestionar la enésima crisis del capital y había polarizado al país. Por lo que la maquinaria mediática iba a echar el resto para quitarse de en medio a cualquier elemento (Trump), que supusiera un obstáculo en ese proceso de cambio lampedusiano. Esta operación de censura, además iba a consagrar a estas plataformas como paladines de la libertad, la democracia y los derechos humanos.

En España tenemos también reciente el caso de Carmen Flores (perteneciente a “CAS-Coordinadora Antiprivatización de la Sanidad) y su alegato contra la privatización de la Sanidad en Youtube. Un vídeo que fue retirado de la plataforma, alegando Youtube que infringía su política de desinformación médica. Nada más y nada menos, cuando el vídeo de Carmen Flores lo que intenta es luchar contra esa desinformación médica que nos persuade afirmando que la privatización de la Sanidad es positiva para mejorar el sistema de salud y que nos oculta los sucesivos recortes en la Sanidad Pública.

Es decir, Youtube no es esa plataforma inocua y neutra en la que podemos subir la opinión que nos plazca. No, Youtube, como otras plataformas tienen unos intereses ideológicos determinados y quien no pase por su cedazo queda relegado. Lo que estamos observando con todos estos ejemplos y tantos otros, es que siguen un mismo patrón, perpetuar los intereses de la clase dominante y su sistema de producción. La libertad de expresión en el mundo digital está condicionada a no cuestionar las directrices y objetivos del capitalismo.

Este hecho no es inocuo, ya que las redes sociales han desplazado a los medios tradicionales de prensa como fuentes de información. El modo de interacción instantáneo y veloz, su capacidad de seducción persuasiva y la comunicación jibarizada y estandarizada, son los ingredientes para el triunfo de un cambio de paradigma que relega al basurero a esa otra información pausada y que profundizaba en la complejidad de los asuntos. De hecho Facebook es con mucha diferencia la fuente de noticias más ampliamente utilizada en EE.UU. Por lo tanto, el poder que tienen estas plataformas a la hora de servir de correa de transmisión de la ideología de la clase dominante es fundamental. Lejos quedan esos tiempos en que se despachaba despectivamente a estas redes sociales como universo friki y alejado de la realidad. Ahora son tomadas como vectores de poder y configuradoras de un nuevo mapa cognitivo.

Carlos Escolano