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Durante el debate de la moción de censura que presentó VOX contra el gobierno el pasado mes de octubre, los fotógrafos situados a la derecha de la tribuna del Congreso de los Diputados que cubrían la intervención del fascista Abascal captaron la imagen de éste y de otro fotógrafo, Bruno Thévenin (vinculado a Más País), situado en el lado opuesto. Thévenin llevaba una camiseta del St. Pauli, equipo de fútbol alemán de la segunda división de la Bundesliga, conocido por su antifascismo. El antifascista retratando al fascista. Como en la política burguesa nada es casualidad, sería ingenuo pensar que esta imagen lo era: servía de hilo para alimentar las denominadas redes sociales, que es el único frente que no ha abandonado la socialdemocracia.

Para quienes no son seguidores del fútbol alemán, esta fotografía permitió que se conociera algo más acerca del Fútbol Club Sankt Pauli: equipo fundado en 1910 en Hamburgo que, efectivamente y por decisión de sus más de 20.000 socios, enarbola la bandera contra el fascismo y el racismo; y que asimismo lucha contra el sexismo, la homofobia o cualquier otro tipo de discriminación. Se trata de un equipo de fútbol diferente, muy implicado en la vida social y política del barrio de Hamburgo al que pertenece, y con quienes allí viven y trabajan. El club transmite una actitud ante la vida, configurándose como un símbolo del deporte auténtico, independientemente de los éxitos deportivos que el equipo logre (hasta la fecha, ninguno reseñable). Especialmente a partir de la década de los ochenta del pasado siglo, ha acentuado sus características que lo diferencian de los otros equipos. Tanto es así que en el pasado mes de diciembre y ante el cambio de camiseta del equipo, los socios decidieron que en la misma figure el acrónimo FCKNZS (“Fuck nazis”: lo que viene siendo, más o menos, que les jodan a los nazis). Ya en febrero de 2016 los jugadores saltaron al campo con una declaración política en sus camisetas: “Kein Fussball den Faschisten“ (ningún fútbol para los fascistas), lema que figura asimismo en la grada principal del Millentor Stadion, el campo en el que juega el equipo.

Ahora el St. Pauli es un equipo con un fuerte arraigo popular, pero no siempre fue así. Si bien en la Alemania de Hitler contravino entre 1933 y 1940 las leyes de nazificación del estado y la sociedad, por las cuales solo podían jugar en los equipos deportivos los “arios”, al permitir jugar en sus filas a dos futbolistas judíos; lo cierto es que el actual equipo tiene sus orígenes en una asociación deportiva de hamburgueses acomodados que perseguía la promoción del liberalismo y la extensión del sentimiento nacionalista entre sus integrantes.

Pero cien años dan para mucho y el St. Pauli de los últimos cuarenta años es el que ahora conocemos: un equipo de las capas populares, un equipo de barrio de los de toda la vida, un equipo que entiende el fútbol como un deporte social, un equipo comprometido con su entorno, que por ejemplo impulsó la creación del Lampedusa FC St. Pauli (equipo de fútbol aficionado formado íntegramente por refugiados-). En definitiva, un equipo cuyos aficionados y socios pertenecen de forma mayoritaria a la clase obrera y que tiene ciertas coincidencias con la corriente de equipos que se alinean contra el fútbol moderno; a pesar de que, como miembro de la Bundesliga, forma parte de la mercantilización en la que se encuentra inmerso hace décadas el deporte rey por antonomasia.

Porque sí, efectivamente en el fútbol también se dan las contradicciones de la sociedad capitalista. Comenzó siendo un juego, un deporte que enfrentaba a dos equipos de dos barrios, dos pueblos, dos ciudades distintas; pero llegó un momento en el que se pagaba por jugar, llegó un momento en el que se profesionalizó. Con el trascurso de las décadas, se pasó de la profesionalización al negocio, se mercantilizó y se creó la industria del fútbol, la cual mueve a su alrededor cifras multimillonarias (fichajes de futbolistas estrella, patrocinios comerciales, derechos de retransmisión en televisión, venta de camisetas…). El fútbol pasó de ser un deporte popular, en el que los aficionados lo eran de sus equipos locales, a la ultramercantilización del mismo. La búsqueda de negocio, la claudicación de los dirigentes de los estamentos que dirigen a nivel mundial el fútbol (FIFA) ante los intereses del capital, les llevó a decidir que el mundial de fútbol de 2022 se vaya a jugar en Qatar, país árabe que alcanza los 50°C en verano, por lo que el mundial se celebrará en el mes de noviembre.

En el caso concreto de España, en la primera y segunda división, todos los equipos excepto cuatro adoptaron a partir de 1990 la forma jurídica de Sociedades Anónimas Deportivas. En muchos casos, esto facilitó el acceso a sus direcciones de empresarios especuladores, nacionales o extranjeros, quienes, siguiendo la lógica capitalista, anteponen el lucro al deporte: realizan inversiones pensando en los beneficios económicos que éstas les pueden reportar. La liga tiene nombre de banco, los estadios tienen sobrenombres comerciales, la publicidad lo inunda todo (camisetas, césped tras las porterías, gradas de los campos, fondo de las ruedas de prensa, etc.), los horarios de algunos partidos se planifican no en función de los socios y aficionados de los equipos sino de los potenciales televidentes (algunos situados a miles de kilómetros del lugar de partido), la prensa idolatra a algunos futbolistas y les dedica una atención desmesurada, las equipaciones cambian cada año y se venden a precios desorbitados (y alguien las compra), salvo honrosas excepciones las canteras de los equipos brillan por su ausencia…

El futbolista Ivan Ergic resumió en el año 2005 cuál era a su parecer la situación del fútbol profesional: “Convierten a los futbolistas en una ficción. Cada vez importa menos lo que ocurre en el terreno de juego: se habla de sus vidas privadas, se fomenta su imagen, su estética. Una rueda de prensa es tan importante como un partido. Siguiendo una lógica holliwoodiense, separan a los jugadores de la realidad, mostrándolos en vallas publicitarias, televisiones, revistas o videojuegos. Al final, no hay diferencia entre un futbolista y un personaje de Disney. El jugador es un producto y el aficionado es un consumidor. La profesionalización los ha separado completamente”.

Los equipos que se reclaman, tanto en España como en otros lugares del mundo, como integrantes del movimiento contra el fútbol moderno ven en el St. Pauli un ejemplo a seguir y –bajo el influjo de un cierto romanticismo– consideran que “otro fútbol es posible”. No es cierto. Llegado el nivel de desarrollo actual de la industria del fútbol, allí donde exista una posibilidad de realizar negocio y de mercantilizar cualquier faceta de éste, allí habrá una empresa dispuesta a sacar el máximo beneficio y desnaturalizar este deporte.

Otro fútbol profesional es posible, sí; pero no dentro del capitalismo. Derrotemos al capitalismo, destruyamos la base material y técnica sobre la que se asienta el capitalismo y lograremos cambiar el actual modelo mercantilizado del deporte en general y del fútbol en particular. Indudablemente, el carácter antifascista y su actitud frente a la mercantilización del deporte de equipos como el St. Pauli, son un ejemplo que hay que valorar, ya que la lucha contra el fascismo es una plataforma desde la que se puede extender la lucha contra el capitalismo y por el avance de posiciones hacia el socialismo.

Coque

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