Las imágenes del asalto al Capitolio estadounidense han dado la vuelta al mundo, y formarán parte de la iconografía del capitalismo en decadencia por muchos años. Es un hecho histórico, que podría presumirse anecdótico; cientos de hombres (y alguna mujer) blancos y buenos cristianos toman al asalto la sede de la soberanía de la más grande potencia imperialista que la humanidad ha conocido. Vestidos de paramilitar cuales tropas de asalto nazis remasterizadas para un videojuego de PS5 y disfrazados con pieles y cuernos, son la versión hollywoodiense de nuestros pijos del barrio de Salamanca, nuestros guerreros de la JUSAPOL y un matón neonazi.

Más allá de lo poético de ver cómo en la madriguera de la bestia prueban un poco de su medicina, el hecho merece cierto análisis político más allá del “que se jodan” que a más de uno nos ha salido de las entrañas al ver las noticias.

Según una encuesta de YouGov publicada el 6 de enero, el 45% de los votantes republicanos aprueban las movilizaciones que acabaron con el asalto al capitolio, frente a un 43% que están en contra. Este dato nos da pistas sobre el alcance de la crisis de régimen y de las duras contradicciones existentes en el seno del bloque oligárquico burgués estadounidense y de la crisis sistémica del capitalismo imperialista. El ciclo de reproducción ampliada del capital está estancado, la tasa de beneficio tiene una clara tendencia a la reducción desde los años 50 (exceptuando cortos periodos de repunte). En resumen, los capitalistas cada vez deben invertir más en maquinaria y tecnología para ganar cada vez menos porcentaje. La solución mágica de la globalización y el neoliberalismo se agota en los límites físicos del planeta y en el freno de un competidor como China que, con su modelo de “socialismo de mercado”, disputa la hegemonía del bloque imperialista occidental liderado por los EE.UU.

Las guerras de saqueo y rapiña por el control de los recursos y las rutas de distribución no resuelven el problema. Los tratados de libre comercio que permiten extraer recursos y capitales hacia el centro imperialista, aumentando la dependencia y el empobrecimiento de los países de la periferia capitalista, no es suficiente para remontar el ciclo. La impresión desenfrenada de dólares y los mercados de deuda y de futuros han hecho muy ricos a unos pocos, pero su reinado se asienta en un castillo de arena.

La economía verde, las TIC, la Inteligencia Artificial, la computación cuántica o la explotación de recursos en el espacio (ya sea la Luna, asteroides o Marte), son las soluciones mágicas del capitalismo que, o son simplemente blufs como el fracking y el gas de esquisto, o son promesas de un futuro lejano e incierto que necesitan de una inversión ingente de capitales, que simplemente no existen o que llegan a cuentagotas. De esta locura han nacido los nuevos “megamillonarios” que construyen sus monopolios en nuevos filones como el comercio de datos (Mark Zuckenberg y Facebook, Whatsapp, Instagram…), la intermediación comercial y la optimización de la cadena logística (Jeff Bezos y Amazon o Jack Ma y Alibaba) o la economía verde, y no tan verde (Elon Musk y Tesla, SpaceX, Hiperloop…). Pero todo ello es insuficiente, la guerra por el 5G y el internet de las cosas (IoT), por el momento tiene como vencedor a China y su buque insignia Huawei.

Es en este contexto en el que la crisis de la superestructura yankee se expresa en el enfrentamiento entre, por lo menos, dos fracciones del bloque de poder oligárquico burgués. Una que propone insistir y acentuar la política “globalizadora” y guerrerista, en la concepción de multiplicar los focos de guerra por el mundo para el control de los recursos y las posiciones geoestratégicas. Esta línea es la que proponen los demócratas y una parte del Partido Republicano, hoy con el genocida Biden a la cabeza.

La otra línea, encabezada por Trump y una importante fracción del Partido Republicano, plantea un retorno al proteccionismo para llevar la guerra con China primero al terreno comercial y económico, y plantean un repliegue militar para prepararse para una guerra militar frontal con China de consecuencias catastróficas para la humanidad.

Presentar a una u otra opción como antagónicas es un error, o mejor dicho una trampa en la que la socialdemocracia nos quiere hacer caer para vender su crecepelo progresista. Ni Trump es un loco fascista, ni Biden un progresista ilustrado. Ambos responden a los mismos intereses, pero divergen en la óptica sobre cómo resolver un gran problema, la pérdida de la hegemonía y la receta para remontar la tasa de ganancia.

Trump propone un cambio de rumbo, y por ello debía acumular fuerzas entorno a su propuesta, y eso lo encontró en los “valores tradicionales fundacionales”. El nacionalismo blanco, protestante y anglosajón; una fuerza social con valores opuestos al yuppie neoyorquino y californiano que representó la Norteamérica pujante de los 80 y los 90 rebozada en cocaína. Trump abrazó al integrismo cristiano, al neofascismo de las milicias armadas y se hizo abanderado de los obreros afectados por la deslocalización industrial, prometiendo el retorno de la producción que ahora está en las maquilas mexicanas y en China.

El asalto al Capitolio, una vez asumida la derrota electoral y el traspaso de una administración a otra, representa la carta de intenciones de la fracción de la oligarquía que representa Trump. Es un mensaje a Biden, con el cambio de Presidente el problema no está resuelto, las posiciones que representa Trump cuentan con apoyo social y con una fuerza de choque decidida. La complicidad y tolerancia de la policía y la guardia nacional permitiendo el asalto al Capitolio, demuestran que un sector de las fuerzas federales, de la inteligencia y del ejército comulgan con las tesis defendidas por Trump.

No es esperable una guerra a muerte entre las dos fracciones del bloque oligárquico burgués. La razón nos hace pensar que habrá conciliación y pacto, pero tendremos antes nuevos episodios en el enfrentamiento entre las dos fracciones para definir las cuotas de poder e influencia. Sea cuál sea el resultado de la confrontación, ninguno será bueno para la clase obrera ni los pueblos del mundo.

BONUS TRACK, Un cubano dirige el asalto al Capitolio.

Entre las imágenes que nos ha dado el asalto al Capitolio, tenemos la de hombres armados, con chalecos antibalas y prendas militares. Son las famosas milicias. Una de las milicias que participaron en el asalto fue la llamada “Proud Boys” (Chicos Orgullosos).

Pues resulta que esta milicia está liderada por un fulano llamado Enrique Tarrio, uno de esos gusanoamericanos que proliferan en Miami. Un delincuente común que pasó de robar motocicletas en las calles del downtown de Miami a liderar un grupo de supremacistas blancos para asaltar el Capitolio.

Curiosamente, este grupo de “orgullosos” patriotas armados, fue fundado en 2016 por Gavin McInnes, creador de la revista Vice, icono de la posmodernidad y el progresismo de modernillos de los últimos años.

Ferran N.

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