La pandemia de la COVID-19 está aireando las limitaciones de la sociedad capitalista. Y también lo hipócritas y manipuladores que son sus gestores políticos. En marzo, todos podíamos ver las chapuzas e improvisaciones que se cometían, pero tendíamos a disculparlas porque nadie había anticipado una crisis tan grave. Nueve meses después, la única solución que nos ofrecen los gobiernos capitalistas sigue siendo el estado de alarma y toque de queda.

Ante la falta de una respuesta social organizada, porque el sistema no puede permitirse parar el ciclo de producción capitalista, la única medida ha sido cerrar o limitar el sector hostelero, aunque las estadísticas parecen confirmar que las limitaciones de horarios y aforos en bares y restaurantes no están frenando la curva de contagios.

Ante la incapacidad del capitalismo para detener la pandemia, estamos viviendo una continua batalla ideológica para culparnos como individuos: el problema somos nosotros, por irresponsables e inconscientes. Se criminaliza que socialicemos: si nos contagiamos es culpa nuestra por tomar cervezas o quedar a cenar, mientras tenemos que seguir trabajando, utilizando transportes públicos hacinados o siguen abiertos centros comerciales para que no se detenga el consumo. Nuestro deber como buenos ciudadanos es ser funcionales al ciclo de reproducción capitalista: producir y consumir. El sistema, además de explotarnos y oprimirnos, utiliza la COVID para culpabilizarnos, lo que, unido al miedo por la enfermedad y el aislamiento social, está generando problemas psicológicos en muchas personas.

En Cantabria, el presidente autonómico es el mediático Miguel Ángel Revilla. Para muchas personas es un gran político, con mucho sentido común, muy simpático, que defiende su tierra… Quienes vivimos en Cantabria sabemos que, sobre todo, es un oportunista, un populista y un bocazas. En las últimas semanas, Revilla ha aparecido en varios medios de comunicación haciendo un llamamiento a la responsabilidad individual. Parece que el aumento de los contagios en Cantabria es por nuestra culpa.

Lo cierto es que, después de la primera ola de contagios y siendo previsible la segunda, en Cantabria no se ha hecho prácticamente nada para contenerla: no se ha invertido en sanidad, las consultas de atención primaria siguen siendo en su mayoría telefónicas. No se redujeron las ratios por aula en la educación ni apenas se contrató más profesorado, se intentan suspender las vacaciones escolares de noviembre pero se anulan las actividades deportivas para niños. No se ha invertido en fortalecer los Servicios Sociales. Vamos hacinados a trabajar o estudiar porque no se ha invertido en mejorar el transporte público (en algunos casos incluso se han reducido frecuencias y aforos).o hay ningún plan para apoyar a las familias que se han quedado en paro ni para apoyar a los miles de trabajadores de hostelería.

Pero, ante la manifiesta incompetencia y falta de previsión, para Revilla el problema principal es que nos gusta ir a los bares y quedar con amigos o familia. Lo dice el mismo Revilla que abrió fronteras con otras comunidades el primer día que pudo hacerlo, reuniéndose con el lehendakari para darle publicidad; el mismo que animó a venir a Cantabria en verano y a que hiciéramos vida normal para recuperar la economía y el consumo; el mismo que invitó a los madrileños a venir en el puente del Pilar justo cuando peor estaba la curva en esa comunidad; el mismo que afirmó que el cierre de fronteras en Asturias y Euskadi era una pésima noticia; el mismo que cuando el TSJC anula la decisión de suspender las vacaciones escolares de noviembre decreta el cierre perimetral por municipios culpabilizando al profesorado de esa medida.

Una cascada continua de improvisaciones, contradicciones y falta absoluta de una planificación que, en lugar de oponer nuestra salud y la actividad económica, ponga todo el potencial de la sociedad al servicio del pueblo y garantice nuestro bienestar en todas las facetas de nuestra vida.

María Revuelta

uyl_logo40a.png