Desde que en 1620 el barco Mayflower con 102 pasajeros a bordo pertenecientes a una secta religiosa llamada “Los peregrinos” zarpara del puerto inglés de Plymouth hasta las costas del Estado de Massachusetts, el clamoroso “sueño americano”, el mito de la tierra prometida que deslumbró a millones de personas de todo el mundo haciéndoles creer que en esos territorios del norte de América hallarían una vida mejor, no ha hecho más  que desmerengarse con el paso del tiempo. Hasta el punto de que son pocos hoy los que siguen creyendo en aquella ilusa entelequia, y muchos, sin embargo, los que sufren cruelmente las terribles consecuencias de aquella rentable falacia. Una mentira que acarreaba en sus entrañas la mezquina doctrina de que la iniciativa individual puede conseguirlo todo con sólo proponérselo, y sobre la que se izó toda la mitología triunfadora de la nación yanqui. Y aquel invento funcionó su tiempo. Millones de personas de numerosos países, empujadas por la miseria, los desastres de las guerras y el fascismo, migraron durante los siglos XIX y mitad del XX a un inmenso país y a un sistema capitalista que, después del implacable genocidio indio, precisaba mano de obra para desarrollarse. Después, ya en el paraíso anhelado, el embrujo se esfumaba y la ley del más fuerte golpeaba a los pobres de la tierra. Y así hasta nuestros días.

Caos sanitario

Hoy ese país, Estados Unidos de América, en el que se miran con embeleso los países capitalistas occidentales, y tras haberse lucrado en dos guerras mundiales y haber expoliado y marginado a la parte más vulnerable de su población, confirma el declive (económico, político, social, cultural, moral, etc.) en el que se halla irremisiblemente sumido. Miren, hace poco tiempo leí por ahí que, por ejemplo, “la sanidad en Estados Unidos es el equivalente legislativo a una explosión en una fábrica de espaguetis”. Símil que ejemplifica perfectamente el caos sanitario que impera en la casa del Tío Sam. Casi la mitad de los/as norteamericanos/as, y son unos 300 millones, recibe seguro médico como parte de su compensación salarial, perdiendo esa prestación social cuando pierde el empleo. Asimismo, unos 40 millones de personas (una población casi como la española) no tienen seguro médico de ninguna clase. Gente que si se pone enferma se lo tiene que pagar todo de su bolsillo, y si no puede, o se declara en quiebra o se hipoteca ad vitam aeternam. Habiendo sido esa vorágine sanitaria la que ha posibilitado, unida a la demencia senil del fascista Donald Trump, la muerte por Coronavirus de más de 225.000 personas cuando escribo estas líneas. Todo un récord mundial.

Puro capitalismo

Por otra parte, la discriminación racial y la violencia institucional, desde aquel “I have a dream” revelado por Martin Luter King en 1963, con su secuela de crímenes y abusos perpetrados por la policía y la extrema derecha han aumentado exponencialmente, igualmente los asesinatos por armas de fuego (en 2019 cerca de 40.000 muertos, según la organización Gun Violence Archive), también ha subido considerablemente el paro (según informa el Departamento de Trabajo, más de 33 millones de trabajadores/as norteamericanos/as, el 22% de la población activa, ha solicitado el subsidio por desempleo), asimismo ha crecido la pobreza y la pobreza extrema (según Philip G. Alston, relator de derechos humanos de la ONU, 40 y 18,5 millones de ciudadanos/as respectivamente malviven así). Situación catastrófica que ha enterrado definitivamente aquel quimérico “sueño americano” del año catapum, convertido así en una auténtica pesadilla, en un delirio esperpéntico.

Y no serán unas elecciones presidenciales como las del 3 de noviembre, de sospechosa organización y con candidatos diferenciados ideológicamente sólo por el color de sus corbatas, las que cambiarán el rumbo de las cosas. Los USA seguirán defendiendo el capitalismo puro y duro y el criminal imperialismo, y nosotros/as, los/as comunistas del mundo entero, seguiremos combatiéndolos revolucionariamente.

José L. Quirante