La crisis estructural del capitalismo ha degradado aún más –si cabe– las condiciones de vida de la juventud obrera y de extracción popular. A la precariedad, que ya era una constante en el empleo juvenil, se ha sumado la extensión del paro a la mayoría de los jóvenes. Hoy en día el 57,2% están en desempleo, sin ingreso alguno que les permita cubrir sus necesidades de consumo.

De esta manera la inmensa mayoría de los jóvenes se ven obligados a permanecer en el hogar familiar. El porcentaje de jóvenes que vive aún con sus padres es del 60,89%, el cual aún es mayor entre los jóvenes de 18 a 24 años: un 86,3%.

Entre estos jóvenes menores de 25 años podemos distinguir un sector juvenil que ha vivido toda o casi toda su edad laboral en condiciones de crisis capitalista (en 2008 tenían menos de 20 años). Nunca han tenido empleo constante; cuando no se encuentran en paro, están condenados a las prácticas, los periodos de prueba y la temporalidad. Con el fin de evitar esta situación, habitualmente alargan su formación (en el periodo 2002-2008 el incremento de las matrículas en FP fue de un 1,04%, mientras que en el periodo 2018-2012 ascendieron un 30,23% ).

En contraste, podemos distinguir un sector de jóvenes entre 25 y 30 años que sí vivieron en edad laboral durante un periodo de “bonanza” más o menos amplio. Una parte importante dejaron los estudios antes de finalizar la educación obligatoria, solo finalizarla o tras terminar un Grado Medio de FP para introducirse en empleos no cualificados o poco cualificados (la tasa de abandono escolar fue en torno al 35% entre los años 2004 y 2009 ); y otra parte continuaron los estudios hasta finalizar la universidad para así acceder a los empleos de mayor cualificación.

En el caso de los primeros, la destrucción de fuerzas productivas como medida del bloque oligárquico-burgués para salir de la crisis, ha supuesto la expulsión de más de 549.800 que consiguieron trabajo en la construcción (una reducción del 77,8% con respecto a la juventud empleada antes en este sector), otros 473.300 que engancharon en la industria (reducción del 57,8%) y otros 460.100 que trabajaban en el comercio (reducción del 40,4%). En este periodo se destruyeron un total de 1.982.700 empleos (el 42,89%) .

Como es lógico, estos jóvenes obreros han visto empeorar sustancialmente sus condiciones de vida. La parte de ellos que ha conseguido mantener el empleo se encuentra bajo una fuerte presión por parte de los patronos. La enorme tasa de paro (no solo juvenil) aprieta las tuercas a los trabajadores que siguen en activo; si el trabajador no rinde al máximo nivel cobrando lo mínimo, el patrono le recuerda que hay otros cientos de trabajadores dispuestos a ocupar su puesto de trabajo. Así es que, a pesar de trabajar, la remuneración salarial se reduce y empeoran las condiciones de trabajo. Ni siquiera cubre los gastos básicos para mantener una vivienda (el sueldo medio es de menos de 1.000€ y el alquiler medio asciende a 640€ ) y menos aún una familia.

Entre aquellos jóvenes de 25 a 30 años que han perdido su empleo o no tienen empleo de forma más o menos constante, se dan dos tendencias: la de aquellos que se encuentran en el hogar familiar porque nunca marcharon o han tenido que volver (de los cuales una parte continúa los estudios, atestiguado por los datos ya aportados antes) y la de aquellos que siguen emancipados a pesar de no tener ingresos salariales al margen del subsidio de desempleo (solo un 56,7% está ocupado y el 85,1% no estudia ).

Mientras que los primeros consiguen mantenerse a duras penas gracias a la ayuda familiar, los segundos viven una situación de empobrecimiento muy aguda, que aún se agrava más en el caso de tener hijos (6 de cada 10 tienen ) o personas dependientes. Cada vez se dan más casos en los que este grupo de jóvenes obreros recurren al trapicheo o la mendicidad como forma de obtener dinero rápido (degradándose hacia el lumpenproletariado). Otra salida que se les plantea es enrolarse en las Fuerzas Armadas, el único sector ocupacional juvenil que ha crecido durante la crisis y nada menos que un 19,77% (evidenciando otra salida a la crisis que prepara el capitalismo: la militarista).

 

En el caso de los jóvenes mayores de 24 que continuaron su formación hasta obtener un título universitario o incluso un nivel mayor, cuando salen al mercado laboral se dan cuenta de que los empleos cualificados que pretendían ocupar ya apenas existen. Los empleos juveniles categorizados por el INE como “Técnicos y profesionales científicos e intelectuales” (profesores, médicos, científicos sociales, científicos naturales, ingenieros, abogados...) se han reducido un 8,56%; los categorizados como “Técnicos: profesionales de apoyo” (técnicos, especialistas, encargados, supervisores, etc., muy relacionados con la industria y la construcción) un 50,34%; los categorizados como “Empleados contables, administrativos y otros empleados de oficina” un 33,18%.

No es casual que, en 2012, 302.623 jóvenes españoles se encontraban en el extranjero; pero como la situación ahí tampoco es mejor, los primeros ya están volviendo.

Y yo me pregunto: en vez de cargar el peso de la crisis sobre nuestras espaldas, ¿no es menos doloroso formar –mediante unidad y organización– un frente obrero y popular que estirpe el cáncer capitalista del organismo social?

Adrián J. Bertol

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