Suele haber una intensa confrontación en torno al feminismo. Incluso desde posiciones antagónicas se acaba definiéndolo como un movimiento homogéneo, negando que al igual que la sociedad, en su seno hay lucha de ideas y diversas concepciones que responden claramente a una posición e interés de clase.

El feminismo no es algo neutro y apolítico en defensa de derechos en abstracto, de búsqueda de inclusión y de equidad. Esa, desde luego, es la concepción que nos impone la ideología dominante y, que, le es muy funcional para seguir manteniendo la dominación, subordinación y la explotación. Ese feminismo nunca hará una crítica al capitalismo, sus estructuras y sus guerras. Por el contrario, será su inestimable aliado, lo sustentara y legitimará. Ese feminismo, al que se denominó la criada del capitalismoi, hay que combatirlo y denunciarlo. Pero no puede cegarnos el hecho de que sea el hegemónico, para confundirlo con el todo, hasta llegar al punto de considerar que la lucha feminista no puede enmarcarse la lucha global por el Socialismo.

No son incompatibles la lucha de clases y las luchas feministas. No al menos para quienes defendemos un feminismo de clase. La dominación de clase puede entenderse como una matriz general de la cual se desprenden toda una serie de inequidades, pero no eclipsa la lucha de determinados tipos de feminismos en contra de dominaciones que deben ser comprendidas en su especificidad. Porque ninguna de las opresiones que vivimos bajo el capitalismo puede ser desdeñada, el feminismo que defendemos no es una alternativa a la lucha de clases, es otro frente de lucha dentro de ella, y todas las opresiones han de comprenderse e integrase en el marco general de la lucha de clases para alcanzar una nueva sociedad de personas libres e iguales.

Tampoco son incompatibles la lucha antiimperialista y las luchas feministas. Aunque en este campo desde hace bastantes años la imagen de la mujer y las reivindicaciones feministas han sido instrumentalizadas para dar legitimidad a guerras, intervenciones y revoluciones de colores. El esquema se repite una y otra vez.

Así por ejemplo la propaganda alrededor de la imagen de la mujer ha hegemonizado los discursos de “intervención humanitaria” vía feminismo. De esa manera se justificó la guerra en Afganistán para la liberación de las mujeres sometidas a los talibanes. Igualmente la imagen de la mujer se ha convertido en el eje articulador de los relatos mediáticos en contra determinados estados que construyen su propio camino y no se pliegan al imperialismo. Nicaragua ha sido atacada desde esas posiciones feministas (y colonialistas añado), también Venezuela y, recientemente, Cuba a raíz de un artículo publicado en Granma por Javier Gómez Sánchez sobre la violencia de género. Otras mujeres, Feministas de Abya Yala, salieron en defensa de la revolución cubana y de los logros para las mujeres de la Isla como el derecho a trabajar, estudiar, el derecho a la salud, vivir con una pareja o a separarse, elegir o no la maternidad, entre otros.

Volviendo a ese matrimonio tan bien avenido de cierto feminismo con el imperialismo y la coartada moral que le ofrece para sus intervenciones contra los pueblos soberanos, nos reencontramos con esas blogueras, reporteras, líderes de organizaciones feministas o promotoras de movilizaciones que hace unos años tan buenos resultados ofrecieron en las llamadas “revoluciones de colores” de regreso , con renovados bríos, para justificar la injerencia en Bielorrusia. También haciendo uso ahora del “tirón” propagandístico de las mujeres, en una nueva cosecha de nombres femeninos a los que otorgar lo que las urnas no dieron, arropadas por rostros anónimos, con todos los medios (incluidos los denominados progresistas) les dedican grandes titulares y, a falta de color, directamente la denominan “la revolución de las mujeres”. Y nos presentan un panorama de indefensas mujeres al frente de las movilizaciones, espontaneas por supuesto, cuya comunidad de intereses no son demandas específicas de género, sino que todas ellas nos dicen están unidas por su oposición al régimen. Será por eso que enarbolan una bandera colaboracionista con el nazismo.

Frente al colaboracionismo, nuestras luchas feministas no pueden separarse de un amplio movimiento de mujeres contra la guerra imperialista como parte fundamental de la lucha antiimperialista. 

Ana Muñoz


(i) Nancy Fraser

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