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El 19 de junio de 1953 Ethel y Julius Rosenberg, poco antes de ser ejecutados en la silla eléctrica, escribieron a sus hijos: “…incluso en esta hora, cuando la vida se aproxima lentamente a su fin, nosotros creemos en esta verdad con una certidumbre que hace fracasar a los verdugos (…) la libertad y todo cuanto a la existencia de su felicidad se refiere debe ser, a veces, caramente adquirido (…) hemos comprendido perfectamente que la civilización no ha llegado todavía al punto en el que la vida debe ser salvada por simple amor a la vida (…) Recordaos siempre que nosotros fuimos inocentes y que no pudimos violentar nuestra conciencia…”

Julius y Ethel habían nacido de inmigrantes judíos, crecieron y vivieron en Nueva York. Cuando fueron arrestados tenían 32 y 34 años respectivamente, sus niños solamente 7 y 3. Formaban una familia común, los diferenciaba su preocupación por los que tenían menos.

Ella, oficinista, se había afiliado a la sección femenina del sindicato de la Federación de Arquitectos, Ingenieros, Químicos y Técnicos (FAECT) al que pertenecía su esposo. Desde allí recaudó fondos para infantes huérfanos. Él, ingeniero eléctrico, había sido activista de la Liga de Jóvenes Comunistas, lo que pudo resultar justificación para aquellos que confeccionaban listas negras.

En julio de 1950 Julius fue apresado bajo el cargo de haber reclutado a David Greenglass (hermano de Ethel) para trabajar como espía a favor de los rusos a finales de 1944, cuando éste último servía en el Ejército. En agosto es aprehendida Ethel, y ese mismo mes ambos son acusados de haber conspirado para transmitir secretos atómicos a la entonces Unión Soviética. Interrogados sobre sus actividades e ideas, el juez concluyó que eran comunistas.

A principios de 1951 fueron considerados culpables de espionaje y condenados a muerte. También les imputaron responsabilidad por las bajas norteamericanas en la guerra de Corea. David, fue sentenciado a 15 años de prisión con posibilidad de amnistía. Trece años después confesó que había sido obligado a firmar una declaración y que la acusación que hizo contra los Rosenberg era falsa.

En octubre de 1951, Julius escribía a Ethel: “…nosotros estamos aquí porque no hemos querido someternos.”

En la primavera de 1952 apelaron ante el Tribunal Supremo, que luego de transcurrido el verano, rehusó revisar el caso. Previamente, se habían dirigido al Tribunal de Apelaciones del Distrito. Con relación a esas gestiones, él, en los meses de septiembre y octubre manifiesta en sus cartas: “…si no obtuvimos un juicio imparcial, fue debido a la conducta del juez y del fiscal. Particularmente, la decisión del Tribunal de Apelaciones fue una decisión corrompida, en contra de los precedentes legales y de las garantías constitucionales de los derechos civiles (…) me doy cuenta que nuestro camino se hace cada vez más difícil, ya que se nos niega toda defensa legal…”

Muchas personas se percataron de la naturaleza política de lo que acontecía, consideraban que se había cometido una injusticia, por lo que organizaron comités de apoyo rebasando la geografía del país.

 

Cuando casi concluía el 1952, enviaron a la Casa Blanca una petición de clemencia firmada por miles de ciudadanos, entre ellos el eminente físico Albert Einsten y el experto atómico Harold C. Urey. Los periódicos locales y extranjeros se unieron al reclamo de justicia. Fuera de fronteras, millones de personas suplicaron, inclusive el Papa Pío XII envió un mensaje al Departamento de Justicia.

No obstante, en los primeros meses de 1953, el presidente Dwight Eisenhower negó la clemencia y, aunque su actitud fue criticada internacionalmente, se fijó fecha para la ejecución. Los abogados de la defensa, insistieron ante el Tribunal Supremo en su petición para revisar el caso, pero nuevamente fue declinada.

Estados Unidos, concluida la Segunda Guerra Mundial, rompió la alianza antifascista y comenzó una fuerte confrontación contra el campo socialista llamada Guerra Fría de cara a su hegemonía mundial. Fue una etapa de políticas de extrema derecha en la que se presentó al comunismo como una amenaza para las familias y el desarrollo individual y en la que se construyeron lo que Washington denominó mentiras necesarias.

En febrero de 1950, el senador republicano Joseph McCarthy, lanzó una acusación pública contra supuestos comunistas infiltrados en el Departamento de Estado, a lo que siguió un largo proceso de delaciones infundadas y juicios irregulares contra numerosas personas aparentemente sospechosas.

A través de la correspondencia expresaba Julius a Ethel, en julio de 1951: “Algunos políticos pueden hacer uso de nuestro caso para asustar a las personas liberales y progresistas, pero nosotros estamos descubriendo este complot, y no estamos solos”.

“¿Qué hemos hecho para merecer tanta desdicha? Hemos llevado una vida honrada y constructiva”. Escribía ella angustiada a su esposo cuando se cumplían las primeras once semanas separada de sus hijos, los que poco después serían trasladados a un refugio adoptivo durante un tiempo.

Posteriormente, Michael y Robert Rosenberg, aún de corta edad, permanecerían horas frente a las rejas de la Casa Blanca portando una carta en la que pedían al Presidente la conmutación de la pena de muerte contra sus padres, pero su congoja y confusión no lograron conmover a los bárbaros.

 

Por estos días, China ha señalado que fuerzas políticas estadounidenses están empujando a ambos países a una nueva Guerra Fría con conspiraciones y mentiras sobre la pandemia de Covid-19.

El mandatario Donald Trump, por su parte, ha elogiado a grupos ultraderechistas que se han manifestado contra las medidas de contención al nuevo coronavirus aplicadas en regiones de la nación norteña, algunos hasta llevaban símbolos racistas y fascistas.

El pasado 25 de mayo, en un episodio de violencia policial, un agente asfixió hasta la muerte al afroamericano George Floyd, lo que ha provocado multitudinarias protestas, no sólo en Estados Unidos, reprimidas violentamente.

El jefe de la Casa Blanca ha culpado a grupos antifascistas denominados Antifa, a los cuales tilda de criminales de extrema izquierda y ha amenazado con incluirlos en la lista negra de organizaciones terroristas. Asimismo, considera que la prensa fomenta el odio y la anarquía, criterio que ha provocado agresiones a más de 100 periodistas en las últimas jornadas.

Transcurridos 67 años Estados Unidos no ha cambiado mucho. El 18 de junio de 1953, la pareja Rosenberg dejaba dicho: “… Por la paz, el pan y una vida más bella con toda dignidad, nosotros hacemos frente a los verdugos con coraje y confianza en el porvenir…”

 

Fuente: Georgina Camacho Leyva. Trabajadores.cu

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