El lenguaje es una expresión acabada de la ideología. Y la ideología dominante nos ha ido cambiando las palabras para envolver y ocultar lo que el sistema de dominación ha hecho con las personas ancianas. Desecharlas socialmente, aparcarlas y amontonarlas mientras aún respiran para poder hacer negocio. El proceso empezó hace años, cuando el capitalismo descubrió que incluso de las personas que ya no podía explotar en el mercado laboral, podía obtener un beneficio. Carne humana como nicho de mercado.

Así, los centros ya no se denominan geriátricos, que es un lugar destinado al cuidado de las personas ancianas que se alojan en él, desde el reconocimiento de que dichas personas tienen necesidades específicas de cuidados y atención. Esa denominación viene cargada de imágenes negativas y mejor se oculta la vejez, ahora son residencias. Una acepción mucho más anodina, que se nos presentan como una idílica casa donde residen personas de edades y condición similares. De pacientes se pasa a usuarios, y de ahí a clientes y en última instancia a ser “el o la” de la número tal o cual. Absoluta despersonalización y deshumanización. Las idílicas residencias son un lucrativo negocio   que además va subiendo las tarifas conforme el “cliente” va teniendo cada vez más necesidades de “paciente”. Hasta pagar exorbitadas sumas para que te dejen en una silla de ruedas absolutamente dopado. El producto se mantiene con unos mínimos vitales, aseadito o aseadita, para las visitas familiares y haciendo caja mientras se pueda. Tampoco importa mucho pues la clientela está garantizada, una población mayor de 65 años de 9.055.580. La demanda supera a la oferta pues hay unas 372.985 camas y hasta se puede trampear excediendo la ocupación permitida.

El negocio es de lo más rentable, desde 2008 hasta 2018 creció un 10 % en sus beneficios y la previsión para el 2020 era alcanzar los 4.850 millones. Pese a las huelgas y reivindicaciones de algunas plantillas, denunciando sus condiciones laborales  precarias y la situación que vivían las personas residentes, era preferible mirar para otro lado. No ver las deficiencias y la escasez de personal ni los tiempos de atención insuficientes. Un servicio público en manos privadas, exactamente de fondos buitre, lo que viene a ser una dolorosa ironía.

En esas condiciones no extrañan las estadísticas aterradoras de muertes por covid en estos centros. Más del 60 % de las personas fallecidas en este país estaban en un centro para mayores.  En Bélgica representan más de la mitad, en Italia el 40 % de los casos, y en Suecia más del 90 % de los fallecidos por coronavirus tenían más de 70 años y aproximadamente la mitad vivía en geriátricos. En este último país no hemos visto imágenes del horror y abandono de cadáveres, sino que optaron por la inmunidad de rebaño. Parece muy civilizado, sin embargo esa opción ha supuesto la eliminación deliberada de las personas ancianas, un cheque en blanco para eliminar a la población más vulnerable. Es el sacrificio de las personas vulnerables que ya defendió algún gobernador de EEUU y lo mismo que defiende la patronal castellano-leonesa: que se mueran las personas mayores y las vulnerables pero que se salve la tasa de ganancia. 

La muerte masiva de personas no ha sido la única realidad dura, tal vez la expresión más violenta y atroz del capitalismo del descarte humano ha sido dejar morir a esas personas en soledad y sin ningún tipo de asistencia. En una angustiosa agonía y abandono. La documentación hecha pública acredita que ante las deficiencias del sistema sanitario público, castigado por décadas de recortes y falta de inversión, se practicó la selección y el triaje humano. Las órdenes fueron no trasladar ancianos con síntomas de coronavirus de las residencias de mayores a los centros sanitarios. Sacrifiquemos la carne humana que nos sobra, hay suficiente alimento para continuar manteniendo la trituradora del capitalismo…, o eso se creen. 

Ana Muñoz.

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