Nuevo asesinato racista a manos de un perro del Estado. Nuevo negro despreciado en el país de las maravillas. Nueva atrocidad.

El pasado 25 de mayo un policía asesinaba a sangre fría a George Floyd, ciudadano afroamericano de EEUU. El video que grabó el despiadado suceso no deja duda ni indiferencia. No solo es terrible la cara de George, ahogado hasta la muerte, sino que la cara del policía, disfrutando al ver como agonizaba es verdaderamente repulsiva y no puede hacer otra cosa que despertar la rabia que, desde luego, ha despertado.

Pero por desgracia, este trágico suceso no es algo anecdótico. Es la cotidianidad dentro de un sistema profundamente racista y una expresión brutal y descarnada del racismo institucional. El pasado mes de febrero un policía, junto a su hijo, acribillaba a balazos a un joven negro que corría haciendo footing. ¡Un negro corriendo en un barrio pijo! ¡Ladrón!

Y no, tampoco son hechos protagonizados por unos policías racistas que se han colado por ahí. Es el sistema quién los quiere ahí y es el sistema el que los educa para que así sean. Además cubre con un manto de impunidad sus acciones. De ahí también el hartazgo de un pueblo demasiado acostumbrado a que los culpables nunca sean juzgados ni haya justicia con las víctimas de los abusos y asesinatos policiales.

Y es que ser baleado por la policía es la principal causa de muerte entre los hombres jóvenes afroamericanos en el país de las oportunidades. Aproximadamente 1 de cada 1000 hombres y niños negros en Estados Unidos pueden esperar morir a manos de la policía.

Datos que revelan que ser negro, latino y simplemente de clase trabajadora o capas populares pobres te pone en el punto de mira de las armas del Estado. Porque sí, no hay que olvidar que esto se ha convertido en una cuestión de clase. Puede que si eres negro, pero trabajas en Wall Street y llevas trajes de marcas pijas no tengas las mismas papeletas para morir a manos de un madero bastardo. Obviamente las papeletas las tienes si vives en un barrio humilde y trabajas, si tienes suerte, por un salario mínimo.

Las agresiones en EEUU al pueblo son constantes, sangrantes e impunes. Tampoco hay que olvidar que muy pocos, por no decir ninguno de esos esbirros del estado pagan por sus actos, más bien son condecorados por el mérito que han tenido de matar un hombre a sangre fría.

Pero… ¿acaso esta violencia policial se da únicamente en Yankilandia? Obviamente queda claro que por desgracia no es así. En nuestro país, ese país que los políticos se llenan la boca definiéndolo como demócrata, se tortura. Se tortura a manos de las fuerzas represoras del estado del capital. Y se tortura y se reconoce incluso por el tribunal de justicia europeo (organismo que no es precisamente revolucionario). No hace falta más que googlear un poco para conocer miles de noticias sobre agresiones policiales en nuestro país. Agresiones que hemos visto incluso en el reciente confinamiento. Nunca pasa nada, que para eso ya se idearon los códigos penales y gozan de presunción de veracidad. Y si pasa y algún torturador es condenado - muy pocas veces sucede- pues en ese caso tampoco cumplirán la condena. Los gobiernos, da igual el color, les otorgaran el indulto. Entre 1991 y 2017 39 policías, mossos y guardias civiles condenados por torturas fueron indultados, dando muestras de la impunidad de la que goza la tortura en este país.

Recordamos, esto también es una cuestión de clase. En un sistema en el que los gastos militares y policiales superan a los gastos en educación no podemos esperar más que agresiones y represión. El capital nos necesita tranquilitos/as y sumisos y a base de golpes nos fuerzan a ello.

La población negra, latina, blanca, capas populares de EEUU ha salido a la calle, movidas por la rabia y la desesperación de ver como se mata a sus hermanos, hijos, padres… Ojala esto sirva de chispa para exigir que basta ya. Basta ya de agresiones, basta ya de asesinatos, basta ya de opresión. Las personas más castigadas por el covid 19, por el desempleo, por el hambre, el pueblo trabajador y las masas desesperadas han tomado las calles para expresar su repudio al último asesinato. La ira ha estallado en las calles, pero ese movimiento espontaneo necesita organizarse en una dirección y objetivos concretos. Convertir el torrente destructivo en masas con una dirección revolucionaria significaría un gran paso en el proceso de construcción de una sociedad distinta. Ese es un aprendizaje que nunca debimos/debemos olvidar de otras experiencias similares a la actual durante el siglo XX. Porque solo el pueblo organizado salva al pueblo.

Alba A.K. y Tomillo

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