La crisis que se ha desarrollado en el mundo tras la aparición del virus Covid19 y su difusión masiva por gran parte del mundo, evidencia la enorme debilidad, podríamos decir, la debilidad estructural sobre la que se asienta la sociedad moderna, o sea, la sociedad burguesa. Debilidad estructural que se extiende por todas las fases y sectores de la sociedad y cuyo origen es la base mercantil, individualista y no colectiva en que se asienta la sociedad del capital. El propio origen de la enfermedad, trasluce, en una visión mínimamente crítica, con una evidente suspicacia al foco inicial de la enfermedad: China, la ciudad de Wuhan, un centro dinámico y estratégico de la economía china, que se ve afectado por el desarrollo de un nuevo virus, cuyo origen proyecta muchas incógnitas aún no resueltas. En un panorama de guerra económica entre dos mercados: el chino y el estadounidense, la aparición de dicho foco viral ha producido una enorme pérdida económica para China que aparte de los ingentes recursos humanos, económicos y sociales que ha tenido que destinar para combatir el virus, hay que sumar el clima de desconfianza que “hacia lo chino” se ha generalizado en todo el mundo. Obviamente esto ha supuesto un gran triunfo para su adversario económico: EE.UU. La relación causal está evidenciada; sólo hay que sacar las oportunas consecuencias.

En cada uno de los aspectos sociales, se podría hacer un análisis de cómo repercute en una sociedad organizada en torno al plusvalor, a través de la mediación del mercado, en una crisis humana donde la sociedad ha de responder conforme a criterios y valores colectivos y comunitarios; es ahí donde se evidencian los límites históricos de esta sociedad.

Pero como toda esta sociedad está enteramente supeditada, y su razón de ser, es el desarrollo del proceso de valorización del capital, esta crisis sanitaria sirve para que desde el gobierno de España y los gobernantes de la U.E. desarrollen todo un programa de implementación de medidas que allanen el camino a una nueva reforma social y laboral en aras del capital: El gobierno de España destinará 200.000 millones de euros para la puesta en pie de medidas que se encamina a flexibilizar aún más la jornada laboral, la implementación del llamado teletrabajo, (fórmula bajo la que se encubre medidas de sometimiento del trabajo al capital, intensificando la explotación del mismo en el marco ya del tiempo de ocio y espacio propio del trabajador, con la consecuente reducción del valor de la fuerza del trabajo), préstamos a las empresas, que permitan un nuevo ciclo financiero que dé oxígeno al capital bancario y todo ello enmarcado en la amenaza del virus que permitirá un enorme consenso social en torno a estas medidas de ajuste. Y se anuncian nuevos recortes de plantilla, ERES y ERTES con los que las grandes multinacionales vuelven a repercutir su crisis de sobreacumulación sobre los asalariados.

Sea un hecho consciente o meramente circunstancial, el asunto es que el coronavirus sirve de perfecta justificación para que el capitalismo afronte una nueva crisis cíclica de producción y acumulación, ésta viene ahora bajo la forma de un virus que reestructura a fondo las relaciones humanas, y expande un alarmismo social que encubre lo absurdo que es que dichas relaciones se sostengan bajo la irracionalidad de una ciega ley del valor; el capital es el virus con que la humanidad infecta unas relaciones sociales que reducen todo lo de humano que tiene y que la sustituye por la cosificación de las mismas. Es evidente, y a las pruebas objetivas nos remitimos, que el capitalismo, como organización de la vida social, no puede hacer frente a situaciones que impliquen un esfuerzo de ayuda humanitaria, solidaridad popular y organización consciente y eficaz. No puede hacer frente a situaciones que supongan organizar el esfuerzo colectivo en favor de la propia sociedad, sin estar ausente de criterios de mercantilización y de beneficio privado. Es por eso, que este tipo de crisis sanitarias mundiales ponen sobre el debate actual la caducidad de una sociedad basado en el capital y la propiedad privada.

Alexis Dorta.

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