Para Lucía es algo normal pedirle permiso a su novio Ernesto cuando va a salir. Él pudo convencerla de que eso sería saludable para la relación.

Logró también, ya con más autoritarismo y menos sutilezas, que ella consultara la ropa antes de ponérsela porque no podía andar con cualquier cosa por la calle.

¿Acaso Lucía es una muchacha escasa de neuronas, insegura de sí misma, poco inteligente? No. Lucía es, en este caso, víctima del control de su pareja, que es, a su vez, parte de la dominación masculina que se ha asentado en las sociedades donde el orden patriarcal sigue teniendo un alcance tremendo.

Hay aún en estos tiempos muchas Lucías y Ernestos; criticada ella por “boba” o “sumisa”, alabado él en su círculo “por ser quien manda y lleva las riendas”.

A estas alturas, y en un espacio donde la mujer se ha empoderado en muchas áreas, los micromachismos siguen lacerando su completa autonomía y puede comenzar con restricciones aparentemente inofensivas, algo que pudiera pasar como celos, pero realmente sienta las bases de la violencia emocional y la van dejando acomodarse.

Algunas investigaciones sobre el tema apuntan a manifestaciones de maltrato psicológico como frecuentes en las relaciones de noviazgo y preludio de actos físicos donde se lastimará a la muchacha, basadas en las concepciones de género arrastradas de generación en generación.

La agresión con golpes o el abuso sexual es la cara más visible del asunto, pero no la única. Otras formas menos estridentes, aunque igualmente peligrosas, se instalan y los jóvenes también se van haciendo parte de ellas.

Es falsa la creencia de que ser violento se hereda o es innato al ser humano. Es un problema social, y la que se ejerce por motivos de género, tiene, además, una dimensión simbólica, pues implica relaciones de poder desiguales entre hombres y mujeres y están culturalmente establecidas, legitimadas.

Tampoco es que esté en boga hablar y recalcar estas temáticas. Está vinculado a la identificación de un problema y la apertura de ciertos espacios para levantar la voz e insistir sobre ellas porque sigue haciendo falta.

Lo demuestran, por ejemplo, los resultados de estudios realizados en la Universidad de Ciego de Ávila que indican como manifestaciones habituales de violencia en la pareja: los celos, la vigilancia constante y prohibiciones con la forma de vestir.

El ciento por ciento de las encuestadas para esa pesquisa se consideraba víctima de maltrato físico “en diferentes niveles de frecuencia (siempre el 2,4 por ciento; frecuentemente el 1,2; algunas veces el 80,5; el 15,9 considera que casi nunca).”Ojo: “casi”.

Estas cifras ponen una alerta, si se asume que la violencia es un fenómeno que se reproduce. Encontrarlo en etapas de la juventud y la adolescencia enciende alarmas para trabajar desde varias áreas por su erradicación.

Utilizar las redes sociales como método de control se ha vuelto común. No es privativo de los muchachos, las novias también caen en esa trampa. La falta de comunicación en cualquier tipo de vínculo emocional siempre pone en riesgo la relación y sobre ella también es necesario mirar.

El maltrato, el machismo que le da origen y lo sostiene en muchas ocasiones, se puede llegar a instalar y naturalizar con tanta fuerza que cualquiera puede volverse su rehén. Por eso, aunque haya quienes piensen que es moda y no es primordial, volver sobre el tema, mientras exista, puede ser un camino para cortarle las alas.

Lisandra López Pérez de Corcho


Publicado en www.invasor.cu el 19 de agosto de 2019

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