La crisis del comercio mundial producida en 1847 había sido la verdadera madre de las revoluciones de febrero y marzo de 1848, y que la prosperidad industrial, que había vuelto a producirse paulatinamente desde mediados de 1848 y que en 1849 y 1850 llegaba a su pleno apogeo, fue la fuerza animadora que dió nuevos bríos a la reacción europea otra vez fortalecida.

Lamartine discutía a los luchadores de las barricadas el derecho a proclamar la República, alegando que esto sólo podía hacerlo la mayoría de los franceses; había que esperar a que éstos votasen, y el proletariado de París no debía manchar su victoria con una usurpación. La burguesía sólo consiente al proletariado una usurpación: la de la lucha.

La emancipación del proletariado es la abolición del crédito burgués, pues significa la abolición de la produccíón burguesa y de su orden. El crédito público y el crédito privado son el termómetro económico por el que se puede medir la intensidad de una revolución. En la misma medida en que aquellos bajan, sube el calor y la fuerza creadora de la revolución.

Nadie se mostraba más fanático contra las supuestas maquinaciones de los comunistas que el pequeñoburgués, que estaba al borde de la bancarrota y sin esperanza de salvación.

Hasta el más mínimo mejoramiento de su situación es, dentro de la república burguesa, una utopía; y una utopía que se convierte en crimen tan pronto como quiere transformarse en realidad. Al convertir su fosa en cuna de la república burguesa, el proletariado obligaba a ésta, al mismo tiempo, a manifestarse en su forma pura, como el Estado cuyo fin confesado es eternizar la dominación del capital y la esclavitud del trabajo.

¿Qué condiciona la entrega del patrimonio del Estado a la alta finanza? El crecimiento incesante de la deuda del Estado. ¿Y este crecimiento? El constante exceso de los gastos del Estado sobre sus ingresos, desproporción que es a la par causa y efecto de los empréstitos públicos.

Para sustraerse a este crecimiento de su deuda, el Estado tiene que hacer una de dos cosas. Una de ellas es limitar sus gastos, es decir, simplificar el organismo de gobierno, acortarlo, gobernar lo menos posible, emplear la menor cantidad posible de personal, intervenir lo menos posible en los asuntos de la sociedad burguesa. Y este camino era imposible para el partido del orden, cuyos medios de represión, cuyas injerencias oficiales por razón de Estado y cuya omnipresencia a través de los organismo del Estado tenían que aumentar necesariamente a medida que su dominación y las condiciones de vida de su clase se veían amenazadas por más partes. No se puede reducir la gendarmería a medida que se multiplican los ataques contra las personas y contra la propiedad.

El otro camino que tiene el Estado es el de procurar eludir sus deudas y establecer por el momento, en el presupuesto, un equilibrio -aunque sea pasajero-, echando impuestos extraordinarios sobre las espaldas de las clases más ricas. Para sustraer la riqueza nacional a la explotación de la Bolsa, ¿tenía que sacrificar el partido del orden su propia riqueza en el altar de la patria? ¡No era tan tonto!

En Francia, el fabricante tenía que convertirse necesariamente en el miembro más fanático del partido del orden. La merma de su ganancia por la finanza, ¿qué importancia tiene al lado de la supresión de toda ganancia por el proletariado?

El impuesto es el pecho materno del que se amamanta el gobierno. El Gobierno son los instrumentos de represión, son los órganos de la autoridad, es el ejército, es la policía, son los funcionarios, los jueces, los ministros, son los sacerdotes. El ataque contra los impuestos es el ataque de los anarquistas contra los centinelas del orden, que amparan la producción material y espiritual de la sociedad burguesa contra el ataque de los vándalos proletarios. El impuesto es el quinto dios, al lado de la propiedad, la familia, el orden y la religión.

En la misma medida en que aumenta la población, y con ella la división del suelo, encarece el instrumento de producción, la tierra, y disminuye su fertilidad, y en la misma medida decae la agricultura y se carga de deudas el campesino. Fácil es entender la situación en que se encontraron los campesinos franceses: su explotación se distingue de la explotación del proletariado industrial sólo por la forma. El explotador es el mismo: el capital. Individualmente, los capitalistas explotan a los campesinos por medio de la hipoteca y de la usura; la clase capitalista explota a la clase campesina por medio de los impuestos del Estado. El título de propiedad del campesino es el talismán con que el capital le venía fascinando hasta ahora, el pretexto del que se valía para azuzarle contra el proletariado industrial. Sólo la caída del capital puede hacer subir al campesino; sólo un gobierno anticapitalista, proletario, puede acabar con su miseria económica y con su degradación social. La república constitucional es la dictadura de sus explotadores coligados; la república socialdemocrática, la república roja, es la dictadura de sus aliados.

La dominación burguesa, como emanación y resultado del sufragio universal, como manifestación explícita de la voluntad soberana del pueblo: tal es el sentido de la Constitución burguesa. Pero desde el momento en que el contenido de este derecho de sufragio, de esta voluntad soberana, deja de ser la dominación de la burguesía, ¿tiene la Constitución algún sentido?¿No es el deber de la burguesía el reglamentar el derecho de sufragio para que quiera lo que es razonable, es decir, su dominación?

La burguesía, al rechazar el sufragio universal, con cuyo ropaje se había vestido hasta ahora, del que extraía su omnipotencia, confiesa sin rebozo: “nuestra dictadura ha existido hasta aquí por la voluntad del pueblo; ahora hay que consolidarla contra la voluntad del pueblo”.

 

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