“No puedo aceptar que se me trate como si fuera el afectado de un terremoto, no se trata de un fenómeno natural. Aquí hay culpables”. Quien así se manifestaba días después del derrumbe del puente Morandi de Génova, ocurrido el pasado 14 de agosto, y que ha ocasionado la muerte de 43 personas y 16 heridos de diversa consideración, es Ennio Guerci, uno de los 664 afectados por los desahucios tras el desastre. Aquel día, sobre las 12.00 horas del mediodía y en plena estación estival, miles de personas viajaban en sus coches por la autopista de peaje A10. Unas para ir a sus trabajos respectivos, otras simplemente para disfrutar de sus vacaciones al lado del mar. Eso era sin contar con que súbitamente un tramo de 200 metros del viaducto, a su paso por Génova, se venía abajo arrastrando a decenas de vehículos con sus ocupantes en una caída al vacío de más de cuarenta metros de altura El espectáculo era horrible, dantesco. Las dos vías del puente en ambos sentidos se habían hundido, y los coches y camiones que habían caído sobre las casas y edificios construidos debajo del puente se agolpaban unos encima de otros en un amasijo espantoso de chatarra, escombros y desechos humanos. Algunos cuerpos yacían destrozados en el interior de los automóviles mientras que otros, entre ellos el de algún niño, habían sido arrojados al exterior impactando violentamente en el suelo a muchos metros de distancia. ¿Cómo podía ocurrir aquella hecatombe en la Italia de 2018? No era Bangladesh ni la India, donde miles de obreros/as del textil, vilmente explotados/as, mueren aplastados/as por el hundimiento de “los talleres de la miseria”. Aquí estamos hablando de un país que, según el FMI, es la tercera economía europea y la séptima mundial. Entonces, ¿Por qué tamaña catástrofe?

 

Culpables impunes

 

Según Ricardo Morandi, ingeniero del puente, “desde hace años se imponía un mantenimiento constante por la corrosión, así como cubrir todo con elastómeros de muy alta resistencia química”. Por su parte el gobierno italiano acusa a Atlantia, multinacional responsable del puente, y de la que es socio la española ACS del multimillonario Florentino Pérez, de “que tenía la obligación de ocuparse de la manutención ordinaria y extraordinaria de la autopista A10”. Además dos técnicos de Autostrade, filial italiana de Atlantia y propiedad de la familia Benetton, aseguraban hace unos días haber presentado en noviembre de 2017 un informe en el que se advertía a la empresa del “deterioro que presentaban cables y pilones”. Entonces, ¿Por qué no se hizo nada? ¿Por qué no cumplieron con su responsabilidad? Todo apunta a que la razón se halla en el ahorro de los costes para obtener mayores beneficios. Siempre la sacrosanta “tasa de ganancia” que tan magistralmente explica Karl Marx en su Libro III de “El Capital”. La misma que los capitalistas de todo pelaje quieren mantener o incrementar al precio que sea. Incluido el de decenas de muertos, como es el caso aquí. Un capitalismo que asesina sin remordimiento ninguno, y al que todo le está permitido. Hoy es en medio de una autopista mal conservada, como ayer fue destrozando países como Irak. Siria o Afganistán o como mañana podrá ser en cualquier otro rincón del planeta en el que el capital impere. ¡Qué no habríamos visto, oído y clamado en los enajenantes medios de comunicación burgueses si se hubiera tratado de un atentado yihadista! Sin embargo, en el que comentamos, y después, según dicen, de investigar las causas del desastre, las familias de las víctimas sólo podrán esperar algún dinero de la multinacional homicida y una multa gubernamental por la atrocidad cometida. Mientras, los culpables, sí signore Guerci, los Benetton, Florentino Pérez y Cía., como otros de sus compinches en otras ocasiones, seguirán en ultrajante impunidad. Y hasta la próxima.

 

José L. Quirante

 

 

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