Durante los meses de verano, nuestra rutina cambia. Hay quien tiene la suerte de cortar de raíz con todo y disfrutar sin duda de unas merecidas vacaciones donde reponer una fuerza de trabajo mermada en las largas  jornadas laborales del año. La realidad para la mayoría es que el descanso no llega tanto como haría falta o lo hace parcialmente (reducción de jornada, menos carga laboral…)

A veces el cambio no es laboral, sino solo familiar (los niños no están en el cole…) o incluso afecta solo a la militancia política, que aunque la realidad circundante siga siendo tremendamente preocupante y urja la intervención, las/os camaradas de este partido y de otras organizaciones bajamos el ritmo de la lucha diaria, salvo si tienes que escribir algún artículo para la prensa digital.

Lo que quiero decir en esta introducción es que independientemente de como sea nuestra vida concreta, el verano afecta a nuestra rutina y de una forma u otra la transforma y la cambia por un tiempo. Cuando es para mejor nos acostumbramos con rapidez, pero cuando empeora nuestra situación nos hace sentir mal durante más tiempo.

La vuelta a la “normalidad”, a nuestra realidad alienada, al inicio del curso académico, político e incluso en muchos casos, laboral, supone no diré un trauma, pero sí al menos un bajón anímico que acabamos cubriendo con nuevos propósitos (al igual que al inicio del año), que en caso de cumplirse mejorarán o mitigarán nuestra mierda de vida. Vuelve el fútbol, las series de TV más molonas… y los fascículos imposibles. 

Está claro que no es muy racional esta forma nuestra de actuar, pero es real. Esa tendencia a los nuevos retos surge en los meses de septiembre y enero,  en los meses del comienzo. 

El sistema no desperdicia un ápice su capacidad de intervención social y se anticipa a esta necesidad de satisfacer nuestra frustración y nos ofrece, cómo no, por la vía del consumo, propuestas que nos harán prolongar nuestra loca vida veraniega y aplazar el sopor de lo cotidiano. Así nos ofrece, una multitud de coleccionables semanales cada cual más absurdo: “instrumentos musicales en miniatura”, “fascículos de pastelería creativa” o “casa de muñecas victoriana”. 

Si alguien alguna vez fue capaz de completar alguna de estas entregas parciales llegó a la conclusión de que le salió muy cara la colección, de que está mal diseñada y las piezas no ensamblan bien o de que en realidad no le cambió la vida para nada. 

Como revolucionarias/os, tenemos la tarea pendiente de trasformar la sociedad a través de la lucha diaria y comprometida. Septiembre es buen momento para comenzar este propósito y comenzar a dar  de nuestra capacidad de lucha hasta completar el coleccionable de la revolución y emancipación social. Podemos situar este mes para completar nuestra formación política y avanzar en el análisis de nuestras posiciones e influencia. Siempre serán mejor las “Obras completas de Lenin” que “Completa el cuerpo humano (aunque sea el de Lenin).

En un altísimo porcentaje se abandonan los coleccionables. Esto supone un “fracaso” de expectativas. Sin embargo,  este fracaso no lo vemos así porque “nos perdonamos a nosotros/as mismos/as. Nos ponemos excusas por ese abandono: no me da tiempo, ect… Si lo dejamos nos intentamos convencer.

Se abandonan porque volvemos a la racionalidad de entender que con eso no cambia nuestra forma de vida, no nos hace más felices y no sirve realmente para nada. Que las expectativas puestas en su compra eran solo fruto de la campaña de marketing que acompañó su lanzamiento.

Pero nuestra propuesta de lucha semanal revolucionaria sí que cumple todas las expectativas que planteamos. Cambia nuestra vida. El hecho solo de la militancia activa nos trasforma y nos dignifica. La formación política nos hace más libres y nos sitúa en un estadio superior de valores. Nos hace ser más felices sabiendo que ponemos todo nuestro esfuerzo en la trasformación social, en la emancipación de nuestra clase… en la superación del fin del verano.

Kike

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