No deja de sorprender la lucidez con que el Libertador Simón Bolívar pronostica el papel que jugarían los vecinos del Norte: «Cuando extiendo la visión sobre este continente, veo que está a la cabeza una nación muy belicosa y capaz de todo como los Estados Unidos». Esta profecía se cumpliría con los hechos criminales de una nación imperialista que pretende dominar el mundo. Los Estados Unidos, país meca del consumismo, efectivamente parecen destinados a plagar el planeta de destrucción, hambre y miseria, invocando el nombre de la libertad, tal como lo vaticinó Bolívar.
En atención a lo expuesto, recordemos que en 1839, el periodista estadounidense John O’Sullivan escribió un artículo justificando la expansión territorial de EEUU, con el argumento de que el estadounidense era un pueblo «escogido por Dios» y destinado a expandirse, no por opción propia sino porque ese era su destino, al que no podían renunciar ni evitar, pues hacer tal cosa sería rechazar la voluntad divina. También afirmaba este periodista que los estadounidenses tenían una misión que cumplir: extender la libertad y la democracia y ayudar a que las «razas inferiores» progresaran.
Racismo reciclado
Las ideas de O’Sullivan no eran nuevas, pero llegaron en un momento de gran agitación nacionalista y expansionista en la historia de ese país, y se convirtieron en la doctrina básica de justificación del expansionismo estadounidense, resumidas bajo el enunciado «Destino manifiesto», original del propio O’Sullivan. Esta doctrina estaba basada en un concepto claramente racista que dividía a los seres humanos en «razas» superiores e inferiores, y que daba pie a la noción de que era deber de las superiores «ayudar» a las inferiores.
Como miembros de una raza superior, la anglosajona, los estadounidenses debían cumplir con su deber y misión. La doctrina del «Destino manifiesto» se consolidó en la década de 1840 con la anexión de Texas y la declaración de guerra a México, y reapareció fortalecida y todavía más sublimada, convertida ahora en «la obligación del hombre blanco», en un poema escrito en 1899 por el indo-británico Rudyard Kipling a raíz de la ocupación estadounidense de Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
El mito racial anglosajón está de nuevo en pleno florecimiento desde la victoria electoral de Donald Trump. Su promesa de construir un muro en la frontera con México fue uno de los ejes de su campaña electoral, y dirige su acción contra los mexicanos, el 52% de los millones de migrantes sin estatus legal que trabajan en los empleos más precarios en EEUU, a quienes Trump tildó de «violadores, delincuentes y narcotraficantes». Pero México, no lo olvidemos, perdió más de la mitad de su territorio a manos de la rapiña estadounidense, por lo que puede legítimamente afirmarse que los verdaderos inmigrantes ilegales son los estadounidenses que hoy ocupan tierras que históricamente pertenecían al país de los aztecas.
Y en las últimas semanas, como una versión actualizada del «Destino manifiesto», Trump anunció sanciones contra Venezuela, en un acto de intromisión inadmisible en los asuntos internos de nuestro país. El asedio a Venezuela, ahora transformado formalmente en bloqueo económico y amenaza de invasión, no tiene otro fundamento que la sobrevivencia del capitalismo.
ENRIQUE GARCÍA ROJAS. Especial para TP
Profesor de Literatura
Publicado en la web de Tribuna Popular el 12/10/2017