Es difícil que se mantenga en el imaginario colectivo asociada a la palabra “fútbol” la imagen de un grupo de chavales lanzando una moneda al aire, con una pelota deteriorada, líneas de tiza dibujadas en el suelo y dos porterías oxidadas. Tampoco es fácil ya, pensar en unas instalaciones deportivas accesibles a cualquiera que desee jugar al fútbol en un espacio en condiciones o formar parte de un equipo juvenil, sin tener que abonar por ello una cuota más que desorbitada. Bajar al bar a ver el fútbol – por supuesto en canales de pago - ya no es muy diferente de contemplar un debate electoral, en el que dos grandes formaciones se disputan el triunfo, y otras tantas, de menor importancia, juegan el papel de eternos gregarios, aumentando o disminuyendo posiciones, pero siempre detrás de los grandes equipos

El fútbol, como cualquier característica nacional, incluidos los deportes, es una seña de identidad, un reflejo de nuestra política y de nuestro sistema. Tan difusa es ya la línea, que viendo los telediarios, podemos observar cómo los casos de corrupción política nos son presentados por fases como si de la trama de una serie televisiva sobre la mafia se tratase, mientras que cada vez son más los casos de evasión fiscal entre futbolistas y directivos que salen a la luz. Es decir: la corrupción convertida en mero entretenimiento y el entretenimiento convertido en pura y dura corrupción.

Curiosamente, los casos de corrupción que han zarandeado a jugadores y líderes del fútbol mundial, son los que menor proyección mediática tienen. El descrédito de los partidos mayoritarios es ya cosa vieja e inevitable, no obstante, parece ser que el desprestigio de esos clubes que tanto mesianismo generan en torno a sus escudos y colores, es un tema más delicado.

En cualquier caso, escándalos como el del FIFA-Gate, destapado en 2015 por el FBI y con varias personas relacionadas con casos de fraude, crimen organizado y blanqueo de dinero; la detención de Sandro Rosell, acusado del blanqueo de comisiones ilícitas por los derechos audiovisuales del fútbol brasileño; o el caso del intento de secuestro de Soler a Soriano por el cobro de una deuda por la compra-venta de acciones del Valencia, han sido demasiado obvios como para ocultarse bajo la alfombra. En el recuerdo quedan también los ya célebres desfalcos de Jesús Gil. Tampoco los turbios negocios del multimillonario Florentino Pérez, como la monstruosa plataforma Castor que estuvo a punto de provocar una catástrofe en la costa norte de Castellón, tardarán en olvidarse.

Y es que en los últimos años, y más aún en los últimos meses, se ha hecho patente que el fútbol de élite se juega sobre terrenos pantanosos. La metáfora se hace sola cuando hablamos de los héroes, de los rostros que causan furor cuando anotan sus tantos en forma no solo de goles, sino también de fraudes a Hacienda, cediendo parte de sus derechos de imagen o haciendo pasar parte de sus salarios por éstos para ser también cedidos a paraísos fiscales. Jugadores como Lionel Messi, Neymar, Cristiano Ronaldo, Xabi Alonso o entrenadores como José Mourinho están en el punto de mira de estas prácticas que, lejos de ser condenadas por gran parte de la afición y lo que es peor, de los medios de comunicación, han sido directamente justificadas y dadas por falsas mediante campañas de apoyo, como el hashtag #TodosSomosLeoMessi.

Mientras que modestos clubs como el Benidorm CF (Alicante), el CD Puerta Bonita (Carabanchel, Madrid) o el CD Segorbe (Castellón) han desaparecido recientemente por no poder hacer frente a concursos de acreedores, deudas o falta de liquidez, son los grandes equipos en todo el mundo los que, a base de juegos sucios, se mantienen en las cotas más altas del entretenimiento, habiendo convertido un deporte en una competición entre empresas privadas. Si no, que le pregunten a la afición del Villarreal CF por el nuevo nombre de su estadio, anteriormente conocido como Madrigal, y que en enero de 2017 pasó a llamarse Estadio de la Cerámica por iniciativa personal del empresario y presidente del club, Fernando Roig.

Kevin Álvarez

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