Las redes sociales son una realidad en todo el mundo. Cualquier persona a nuestro alrededor, de cualquier clase social, ideología o cultura, utiliza habitualmente Facebook, Twitter o Instagram, entre otras. La cuestión es: ¿la realidad que vemos en las redes sociales concuerda con la vida real?

Pues bien, en primer lugar tenemos qué son y cómo funcionan las redes sociales. Así, una red social puede definirse como una estructura social compuesta por un conjunto de actores (tales como individuos u organizaciones) que están relacionados de acuerdo a algún criterio (parentesco, amistad, relación profesional, etc.).

En cuanto a su funcionamiento, las redes sociales filtran los contenidos que vemos en función de aquellas cosas que nos interesan, por tanto, las redes sociales no muestran el mundo tal cual es sino en virtud de nuestros gustos y aficiones que, a su vez, son aprendidas a través de nuestras interacciones.

Un ejemplo muy claro de esto es el del algoritmo de Facebook. Se estima que un usuario promedio tiene acceso a, por lo menos, 1500 publicaciones diarias pero, al final, solo presta atención al 20% de eso.

Para entender lo que realmente le interesa, la red utiliza una serie de factores individuales (más de 100.000) que intentan traducir lo que ese 20% tiene de diferente con respecto a lo restante. Y con los datos recolectados este pasa a buscar combinaciones, definiendo lo que debe o no ver el usuario en el listado de su pantalla principal .

Lo interesante de estos datos es la falsa ilusión que las redes sociales pueden generar en la actividad política. La ilusión de llegar a miles de personas, el protagonismo de aquellas personas más activas en las mismas, la creencia de que puede conquistarse la hegemonía entre las masas a golpe de “Me gusta”.

Frente a las “novísimas” teorías que afirman que la “democracia radical” puede lograrse –en los márgenes del capitalismo, por supuesto– mediante el uso de las redes sociales, conquistando la hegemonía política mediante el debate a través de las mismas, ejerciendo la “democracia” a través de las mismas, se encuentra, como un dique inamovible, la realidad.

El trabajo político no puede quedar reducido a postear en las redes sociales nuestra posición política. Tampoco puede limitarse al debate a través de las mismas, sin conclusiones ni trabajo, abierto a todo el mundo y marcado por un simple juego entre intelectuales.

El trabajo político de las y los comunistas, para lo bueno y para lo malo, no se puede medir en cuántos “Me gusta” reciben sus publicaciones. El trabajo de las y los comunistas se debe medir en cuestiones como cuánta gente viene a los actos del Partido a través de tu trabajo, cuántas personas te piden la prensa del Partido, cuántas personas han pedido el ingreso en el Partido por tu trabajo de masas, etc.

Las falsas ilusiones de popularidad que impregnan las redes sociales no nos pueden hacer confundir lo que es un medio con un fin. Evidentemente, sería del dogmatismo más cerril y absurdo el obviar el uso que se le puede dar a las redes sociales como una herramienta de difusión e interactuación del Partido, pero eso no puede significar ni sustituir ni igualar esta difusión con el trabajo de masas.

Luis Muñoz Gutiérrez

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