Desde hace más de un lustro Siria sangra por los cuatro costados. Sin embargo, una ciudad situada al noroeste del país y la de mayor población, focaliza la atención internacional: Alepo. En esa urbe martirizada con continuos bombardeos, el pueblo sirio y el Ejército Árabe Sirio libran una importante y decisiva batalla contra el imperialismo norteamericano y sus aliados, entre ellos España, cuyo objetivo es derribar al Gobierno del presidente electo Bachar el Asad, el malo de la película que los medios de comunicación occidentales tratan de vendernos.

Todo empezó cuando, después de ser elegido presidente por el Partido Baath Árabe Socialista en julio del año 2000, Bachar no satisfizo las expectativas de Occidente, es decir, en lo económico establecer una política neoliberal a ultranza y en lo político apoyar el expansionismo norteamericano en Oriente Medio y el sionismo israelí. Su política contraria a los intereses yanquis y demás lacayos en la codiciada zona y su defensa explícita de la causa palestina, le serían imperdonables. La máquina desestabilizadora, puesta a punto por la CIA con las llamadas primaveras árabes, fracasó en el caso sirio, lo que no fue óbice para que la central de inteligencia norteamericana siguiera con su maquiavélico plan para acabar con el régimen de el Asad. Primero contratando y armando a mercenarios venidos de todo el mundo para fabricar una “oposición” y, en 2011, inventándose una Guerra Civil a medida, cuando de lo que se trata realmente es de un país, Siria en este caso, defendiendo su soberanía nacional frente a la injerencia imperialista de Estados Unidos, la Unión Europea, Turquía y distintos países árabes.

Capitalismo agonizante

Hoy el conflicto parece dirimirse en Alepo, y aunque el Tío Sam y sus aliados aseguran combatir también a los yihadistas presentes en suelo sirio, la verdad es que siguen sosteniendo a diversos grupos de terroristas a quienes ellos llaman “rebeldes” u “oposición siria”, ocasionando con ello desolación, miles de muertes y una diáspora masiva de trágicas consecuencias, como comprobamos cada día en el drama de los refugiados. Pero lo que esa “unión sagrada” de países imperialistas para dominar el mundo y sus riquezas niega al Gobierno sirio, es decir, defender el destino de su país de toda injerencia extranjera, se lo otorga ella misma bombardeando despiadadamente la ciudad iraquí de Mosul y masacrando indiscriminadamente a su población. Sin que este agravio al derecho internacional aparezca ante la opinión pública (¡Oh, milagro de los medios de comunicación occidentales!) como algo reprobable e ilegítimo, sino como “una operación militar de envergadura para liberar Iraq de los terroristas del Estado Islámico”. Ardid eficaz en algunos países de la castigada región como Afganistán, Libia, Egipto, Túnez y, por supuesto, el país más próspero del mundo árabe hasta la invasión yanqui en 2003: Iraq; gracias a magnicidios cometidos impunemente, eliminación de dirigentes y masacre de pueblos enteros opuestos a los designios imperialistas, pero, en el caso sirio, “el hueso” parece más duro de roer. Hasta el punto que puede se le atragante al Imperio, lo que le imposibilitaría avanzar hacia Rusia, Irán y, hasta incluso, la República Democrática Popular de Corea, como bien señalaba el analista político José Antonio Egido en una reciente entrevista en Unidad y Lucha. Una cosa, sin embargo, queda clara en este asunto: tanto lo que ocurre en Alepo, como lo que acontece en Mosul, son las dos caras de una misma moneda: el imperialismo, que, como lo calificaba Lenin en su libro “El imperialismo, fase superior del capitalismo”, es eso, “capitalismo de transición o, más propiamente, capitalismo agonizante”.

José L. Quirante

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