Es curioso cómo los medios de comunicación hacen uso del tema de las personas refugiadas. Generan alarmas, crisis humanitarias, sensiblería, miedo... En definitiva, manejan la opinión pública en la dirección necesaria a sus intereses y ejercen de aparato ideológico legitimador del racismo institucional. El caso de los y las refugiadas es una clara muestra de que los mass media son parte del poder y tienen un destacadísimo y preponderante papel para generar consensos y permitir legislaciones y decisiones políticas en la UE (Unión Europea), que de otra forma deberían levantar olas de protestas generalizadas y de solidaridad de clase.

Poco o nada se habla ya de refugiados, una vez que estas personas están confinadas en campos de concentración, eufemísticamente denominados campamentos. Encerradas en Turquía, en algunos casos se ha constatado el trabajo gratis en naves industriales montadas con la maquinaria robada en Alepo, para pagar así el coste de su refugio. Los beneficios que proporciona el trabajo esclavo lo conocen bien Siemens y unas cuantas industrias más que hicieron caja con el uso de mano de obra presa. Negocio redondo ahora para la oligarquía del país anfitrión que recibe dobles ganancias por tan “humanitaria” tarea de hacinar en su territorio a las personas que osan alterar “la placidez de la civilizada Europa”. Pero también se instalan estos centros de exterminio en el espacio común, eso sí, en el extrarradio para que no sean muy visibles.

Una vez reducido el asunto a cuotas y dinero, no se utiliza el espantajo de las violaciones masivas como en las pasadas Navidades en Alemania. Resultó eficaz para generar temor y desconfianza, para justificar las expulsiones y para deshumanizar a quienes pedían refugio. Da igual que de todas las personas detenidas únicamente una fuera refugiada; dan igual las violaciones el resto de días. Importa el uso demagógico del hecho, e importa el origen y el color del violador porque sirven a otros fines.
El uso propagandístico de las personas que, huyendo de las guerras generadas por la OTAN, llegan hasta las fronteras de la UE, ha servido para legitimar el espacio Schengen. Espacio que a modo de inmensa urbanización permite mirar por la ventana, pero no pasar, y que deja a la clase obrera de esa inmensa “urbe” con libertad de moverse dentro, de un sitio a otro para explotarnos sin necesidad de pasaporte. Así, la socialdemocracia clama por la restauración de Schengenland (momentáneamente en suspenso esa “idílica” comunidad), para que algunos Estados refuercen sus fronteras internas y den un carácter positivo ante la clase obrera a lo que no es más que un espacio de explotación, una fortaleza blindada con muros y vallas asesinas. De paso, exportamos nuestro eficaz instrumento de tortura, las conocidas concertinas, probadas ampliamente para mutilar y matar, y que disuaden mucho al tiempo que hacemos caja. ¡No se derrochan nichos de negocio por cuestiones éticas!

Quienes piden refugio son presentadas como personas bárbaras, violadores en masa, oleadas e invasiones que no tenemos capacidad para asumir, se animalizan y cosifican... Con esos argumentos repetidos hasta la saciedad y con una escasa beligerancia social y política se modifica el derecho de asilo y refugio hasta hacerlo inexistente legal y prácticamente. Se externaliza y se subarrienda el control migratorio, generando campos de concentración extramuros de la UE; se justifica y se defiende como positivo el espacio Schengen (que tiene una gran fosa común en su frontera sur del estrecho), y el racismo pasa a ser algo natural en nuestras vidas. El fascismo de las instituciones europeas no se percibe como tal por la clase obrera, y en vez de levantar banderas de solidaridad de clase y de lucha contra la barbarie capitalista, desviamos la mirada hacia lo que nos mandan desde los centros de poder. ¿Hasta cuándo?

Ana Muñoz

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