Durante los insólitos 18 y 19 de noviembre de 2015 las calles de Barcelona se impregnaron con un insólito olor a estiércol debido al trabajo con fertilizantes orgánicos en un Parque Agrario del Prat de Llobregat.

El 9 de febrero de 2016, la capital catalana y su área metropolitana amaneció, otra vez, marcada también por lo insólito: las galerías del metro y del tren se llenaron de humo de basura quemada, lastrando el servicio durante la jornada.

 

Y el 12 de febrero de 2016 en el mismo Prat, fueron a estrenar la línea 9 que uniría nuestra Barcelona con su Aeropuerto. También fue Ada Colau quien tuvo que lidiar con otro fenómeno insólito puesto los trabajadores del metro en huelga le vinieron a decir que actuaba con ellos igual que lo hacía CiU.

¡Tremendo! Ella que había apoyado V de vivienda, que exigía el cumplimiento de la Constitución, que fue portavoz de la PAH, la reina del perfomance político, la punta de lanza del cambio y ala izquierda del barco de ese proceso que llevaba a Catalunya a Ítaca, al Edén.

El proceso. Ese proceso que ha unido a todas las clases sociales en una alianza transversal y sacrosanta que ha de solucionar todos los problemas habidos y por haber tan sólo a condición de soltar el lastre de formar parte de España, de su gobierno por completo reaccionario, y de sus gentes.

Con insólita indecencia desde las galeras del barco en viaje al Edén, los trabajadores del Metro estaban, insólitamente, en huelga luchando por un convenio digno y Ada Colau tuvo la ocurrencia de decir que la huelga era incompatible con la negociación. Luego se retractó y dijo “que se había puesto muy nerviosa”. ¡Normal! La huelga coincidía con el Mobile World Congress, un acontecimiento que dejaba más de 400 millones de euros en beneficios para aquellos que los recogían, fundamentalmente hoteleros y proxenetas.

El MWC no es la primera vez que ponía a la alcaldesa muy nerviosa. Durante la primavera de 2015, los técnicos de las subcontratas de Movistar estuvieron en una insólita huelga indefinida durante 75 días que abandonaron sin gloria y con una deuda sustanciosa. Ada Colau les había prometido que vetaría el MWC como medida de presión a su favor desde la alcaldía. ¡Pero al final no pudo ser! A eso se le podría llamar traicionar pero es que el MWC es importante para hacer rodar el ciclo del dinero y eso pone nerviosa a Colau, tan nerviosa como una huelga de metro durante su celebración. Porque sabe de dónde viene el poder y quién marca los límites de su “Gobierno del Cambio”: El Capital.

El Capital quiere un buen MWC o se irá a otra ciudad. ¡Así de simple! Y el Capital quiere seguir explotando a los trabajadores del metro o al de las subcontratas de Movistar. Y el Capital también deja a la gente en el paro, en la miseria y sin casa. Y esa gente se refugia en una estación abandonada y hace fuego porque en invierno hace frío. Y pasa que un día el humo lastra el servicio de tren y de metro. Y a veces, como metáfora más real que el teatro alienante que nos montan, Barcelona huele a mierda. Porque Ada Colau no quiere combatir al Capital, en el mejor de los casos quiere domarlo, pero quien quiere domarlo acaba sirviéndolo.

Al revés del realismo mágico, en Catalunya irrumpe la tozuda realidad como lo insólito para manchar lo maravilloso. El rumbo a Ítaca empieza a parecer un cuento chino y los del gobierno del cambio con su abono y comida biológica, performances, 15-M y batucadas se desenmascaran porque la clase obrera sigue sufriendo y luchando. No va a encontrar en el oportunismo de Ada y otros tantos más que vías muertas.

Detrás de lo maravilloso, la realidad sigue ahí, la lucha de clases sigue ahí menos insólita de lo que parece una vez desechamos los engaños del oportunismo. Bajo la crisis general del capitalismo cada clase social tiene un carril de sentido único: o nos siguen explotando cada día más o la clase obrera y el pueblo trabajador construye su propio mundo sobre las ruinas del capitalismo.

R. Fernández

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