la mujer, en el seno del sistema capitalista, no será nunca capaz de alcanzar una liberación total ni una completa igualdad de derechos, cualquiera que sea su participación –activa o no- en la producción. ¡Muy al contrario! Sigue habiendo  una contradicción insuperable entre su significado económico y su dependencia y su situación sin derechos en la familia, el estado y la sociedad.” A. Kollontai

 

Dicen que la mujer y el obrero comparten, compartimos, un destino común, desposeídos como estamos ambos del control sobre los medios de producción. Y sí, la contradicción principal es la de capital-trabajo, pero la de género no es reducible a las contradicciones secundarias (generacional, xenófoba, etc.). La contradicción de género es transversal a las clases sociales y tiene un carácter específico, distinto que otras contradicciones. Requiere un análisis específico, no es un capricho para llamar la atención. Estas cosas me pasan por la cabeza cuando pese a la existencia de lavadoras, secadoras, aspiradoras y avances técnicos - ya no hace falta lavar pañales y tender en un romero- pero la realidad es que las trabajadoras seguimos encerradas en un círculo de cuidadoras sin sueldo, como nuestras madres, abuelas y parece que también nuestras hijas. Sería tan fácil encontrar una solución binaria a esa relación entre patriarcado- en cuanto ideología que considera la supremacía masculina frente a la inferioridad femenina como algo natural - y la sociedad capitalista. Pero constato, con datos y mirando a alrededor, que las trabajadoras no podemos separar los problemas como clase social de los problemas como género.

La violencia del sistema contra las conquistas de las clases explotadas adquiere un perfil especialmente virulento para la parte femenina de nuestra clase, como consecuencia de la estructura patriarcal de la sociedad y la doble opresión que sufrimos las mujeres, que se convierte en triple en el caso de las mujeres inmigrantes. El capitalismo nos quiere medio-empleadas, medio desempleadas, medio-cuidadoras, invisibles, según las necesidades de los monopolios. En todo caso, mano de obra barata y sobre explotada.

Vivimos en un mundo que es a la vez clasista y patriarcal y nos otorga a las mujeres un papel subsidiario. El empeoramiento en  las condiciones de vida, la privatización de la sanidad, el  aumento de la opresión y de las tareas de cuidados,  las agotadoras   jornadas, las  pésimas condiciones laborales, la discriminación y  la sobreexplotación son eslabones en una larga cadena de esclavitud. La división sexual del trabajo existe en todas las clases sociales, pero se concreta de forma muy diferente en cada una de ellas.

Por tanto no hay comunidad de intereses entre todas las mujeres, como no hay posibilidad de desdeñar las contradicciones transversales y secundarias para engendrar esa nueva sociedad sin clases explotadas y géneros oprimidos que llamamos socialismo.

El proyecto de sociedad socialista debe reconocer que las contradicciones de género existen entre las capas populares y la clase obrera. Habrá que denunciarlas y combatirlas. Si el conflicto que vivimos con el capitalismo, nos lleva a entender que es necesario el cambio de sociedad, no sólo una parcelita de la sociedad, también parece lo más cabal asumir las reivindicaciones de género como propias de la clase obrera. Y debemos comenzar ahora en lugar de esperar el triunfo revolucionario. En la pugna de la ideología burguesa con la obrera, nos encontramos que esta última tiende a interiorizar y reproducir ciertas cuestiones de la clase hegemónica que impone su ideología y la clase antagónica no desarrolla la propia superestructura. Alejandra Kolontai puso de manifiesto que las nuevas relaciones de género de la clase obrera (la moral sexual proletaria) no es sólo una superestructura que surgirá una vez se haya transformado la base económica mediante la toma del poder revolucionario, sino que la ideología y la construcción de los géneros de una clase ascendente, se forman en el proceso mismo de lucha contra el enemigo de clase.

Lola Jiménez

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