Gráfico elaborado por la redacción de Unidad y Lucha con datos del INE

Hace ya siete larguísimos años que reventó la crisis con una violencia proporcional a las contradicciones que albergaba. La inmensa capacidad de producir no se correspondía con la capacidad de dar salida al producto. Hacía ya mucho que el capitalismo andaba mucho más allá de los límites de su acantilado, sólo sustentado temporalmente por una nube especulativa. Para caer, sólo hacía falta ver que estaba andando sobre la nada.

Rápidamente los ideólogos del sistema acuñaron una frase simplona, convertida en puro marketing, que lo explicaba todo: “Hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades”. Un escupitajo en los ojos de la clase trabajadora que se remata al cambiar de tertulia, pero no de tertuliano, diciendo hipócritamente que de la crisis se sale “incentivando el consumo interno”.

El sector que con más claridad ejemplifica todas estas contradicciones insalvables ha sido el de la construcción, que se materializó durante años en un descalabro entre el precio pagado por una vivienda y el valor que esta tenía. Parecería un simple error contable si esto no llevara asociado millones de familias en la miseria. Decenas de miles de euros por hogar estaban en juego, decenas de años de explotación laboral ¿quién iba a pagar esa diferencia?

La posición del capital en una situación de riesgo como la que empezó en 2008 es de manual. Los bancos, base central sobre la que se articula la acumulación capitalista, no pueden caer. Si el mercado, ese concepto que sirve para expresar el desarrollo coherente de las leyes capitalistas, entiende que el dinero que declaran tener los bancos no es el que realmente pueden demostrar, se pierde la confianza en el sistema financiero. Inmediatamente se entra en una espiral de huída de capitales, en un corralito, y en la fallida técnica del sistema capitalista español, arrastrando de manera incierta tras de sí a otros países de la zona euro. Realmente Rajoy y Zapatero actuaron, a grandes rasgos, de la mejor manera que podían para salvar al capitalismo español. Otros, que pretenden vendernos una salida de corresponsabilidad, de pagar a medias el desfalco hipotecario, etc., viven en la más absoluta utopía. Las leyes del capital son implacables, no aceptan medias tintas, se alimentan de sus hijos más débiles y cual Dios sangriento exigen el sacrificio de millones de familias para costear su supervivencia. PSOE y PP, como fieles devotos, pusieron la prioridad absoluta de su gestión salvar a los bancos, haciendo que el desfalco hipotecario lo pagara el pueblo. Fueron miles de millones los que se inyectaron en los cimientos de los bancos para evitar su caída y se legisló a medida para asegurar que recuperaran hasta el último de sus euros invertidos.

En el caso de empresas que han tenido que pagar sus deudas, se ha hecho mediante un arreglo para canjearlas por acciones o miles de propiedades inmobiliarias. Pero la clase obrera ¿qué tiene para cubrir ese desfalco? Tras entregar su piso al banco, a miles de familias todavía les pesan millones de deudas que sólo pueden ser pagadas con la entrega esclava de su trabajo y del de generaciones venideras. Una vez más, la fuerza de trabajo es el único "capital" de la clase obrera, entregado con especial crueldad para que la rueda capitalista siga girando.

En el pozo de los sacrificios quedan millones de familias populares sin absolutamente nada. 45.000 ejecuciones hipotecarias de viviendas en el 2014, 123 cada día, más de 5 cada hora, un 12% más que en 2013. Más terrible todavía son los suicidios que no paran de aumentar y que los organismos oficiales se niegan a contabilizar. Sin embargo, lo peor de todo no son los sacrificios ya hechos, si no los que va a seguir requiriendo el capitalismo hasta el fin de sus días.

A. Camarasa

uyl_logo40a.png