En primavera los días son más largos, los parques y los campos florecen y dejamos atrás las duras condiciones climatológicas del invierno. No obstante, a muchas personas no les alegra la llegada de esta estación, sino todo lo contrario. Y cada día son más. ¿La razón? Son alérgicas.

 

Una alergia es una reacción exagerada del cuerpo humano hacia elementos externos a los que es especialmente susceptible. Dentro de estos elementos destacan los pólenes de las plantas (sobre todo gramíneas), cuya presencia en el ambiente se acentúa en esta época, pero también algunos alimentos, productos químicos, ácaros del polvo, o las picaduras de insecto.

Las alergias de primavera son, por lo tanto, una enfermedad que afecta a no pocos jóvenes hoy en día, ya que si entre el 15% y el 20% de la población las sufre, este porcentaje se duplica en los menores de 25 años. Quedamos entonces con un tercio de nuestra juventud que es alérgica, cifra que se agrava cada año debido a las aglomeraciones en los medios urbanos, donde más se manifiestan las reacciones alérgicas, y, sobe todo, al calentamiento global.  Pero además, junto al crecimiento del número de alérgicos, debemos mencionar que cada año estas molestias se manifiestan con una duración mayor, empezando desde el mes de marzo hasta septiembre, debido a la mayor sensiblidad a distintos tipos de pólenes.

Sin embargo, es difícil evaluar a qué porcentaje de población afecta este fenómeno, ya que muchos alérgicos no saben que lo son. Son muchos los que identifican los síntomas de picores en la piel y los ojos, estornudos, rinitis, tos y picor en la garganta como un resfriado de finales de invierno. Por ello, es muy general que se opte por tratar este malestar con antihistamínicos que desensibilizan y alivian, pero que no hacen remitir la reacción alérgica y, como pasa con la mayoría de los medicamentos, su uso repetido hace que el cuerpo humano se acostumbre a ellos y dejen de ser efectivos.

El diagnóstico de la alergia sólo se efectúa, a veces, bastante tiempo después de sufrirla, cuando la persona decide realizarse las pruebas médicas. Este estudio se realiza normalmente aplicando extractos de factores alérgenos en la piel, para ver si se produce una reacción, aunque se puede complementar con análisis de sangre o pruebas de provocación, sometiendo al paciente de forma controlada al elemento al que es posible que sea alérgico. Sin embargo, la cita para someterse a estas pruebas, que son indispensables para conocer de dónde proviene la alergia, pueden demorarse cerca de 6 meses dentro de la Seguridad Social, o bien acudir a la consulta de un alergólogo privado donde el estudio puede costar entre 150 y 200€.

Detectada la enfermedad, y sabiendo que será sufrida de forma crónica cada primavera, los alérgicos deben someterse a un complejo tratamiento para poder superarla. Y decimos que este es complejo porque precisa combinar diferentes medicamentos y, sobre todo, por su elevado precio. Efectivamente, existe un medio para superar la alergia y evitarse cada primavera las molestias citadas, pero no todos pueden acceder a él. Las vacunas permiten que, tras un tratamiento de entre 3 y 5 años, el alérgico tolere la sustancia alérgica, pero su coste es prohibitivo para los jóvenes de clase trabajadora. Porque una familia obrera con sus miembros en paro o en empleos precarios no puede permitirse desembolsar 100 euros de golpe en un tratamiento. El precio de la vacuna es desorbitado, pues aún teniendo en cuenta que la Seguridad Social se hace cargo de aproximadamente el 60% de su coste, cada pack con dos o tres dosis cuesta desde 100€.

Así, todo aquel que no puede permitirse abonar cerca de 500€ anuales, debe conformarse con medicamentos menos efectivos y a largo plazo más caros, o bien a pasar la primavera con un par de paquetes de pañuelos de papel en el bolsillo cada día. Vemos entonces en el fenómeno de las alergias un reflejo de las desigualdades sociales, siendo una enfermedad que, si bien la naturaleza no entiende de clases sociales y afecta de forma indiscriminada, el acceso a su curación no es posible para todos.

Rocío Negrete

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