En mi pueblo de la Andalucía profunda – como en muchos otros del resto de España, supongo yo – el cine de calidad brilla por su ausencia. La única sala que existe todavía, exhibe mayormente bodrios cinematográficos que persiguen solamente la rentabilidad comercial. Por eso cuando uno quiere ver cine medianamente potable, no le queda otro remedio que ir a la capital o  proyectar en casa alguna buena historia que - a veces - encierran esos estupendos inventos llamados DVD. Es lo que me ha ocurrido con Hermosa juventud, la última película de Jaime Rosales (Barcelona, 1970), que en el momento de su estreno el pasado mes de mayo me pasó por los bigotes, y ahora se puede adquirir en el mercado del video para disfrute de todos nosotros.

Me habían hablado mucho, y bien, de esta película, de los mejores años de nuestras vidas que el capitalismo tira por la borda en su sicario navegar, y debo admitir que no se equivocaron ni un tanto así. Al contrario, creo que se quedaron parcos en elogios. La historia conmueve y amotina al espectador más impasible. Natalia y Carlos (brutales en veracidad, Ingrid García Josson y Carlos Rodríguez), son dos jóvenes proletarios de apenas 20 años que se aman y luchan desesperadamente por sobrevivir en la España actual. La misma que les condena al paro y a la miseria. Ella, que no ha acabado el bachiller y busca trabajo resueltamente, vive con su madre divorciada y dos hermanos más en un modesto y exiguo piso ubicado en la periferia de Madrid. Él cuida a su madre enferma en su casa, y trabaja cuando tiene ocasión descargando escombros en la construcción, a 10 euros /día. Ambos no tienen grandes ambiciones porque no albergan grandes esperanzas; sólo quieren trabajar de manera estable, vivir juntos y ser felices. Pero eso es mucho pedir a un capitalismo que subsiste devorando a millones de víctimas en cada una de sus crisis, entre otras, esa hermosa juventud dejada en la cuneta de la vida sin ilusión ni porvenir.

Un cine bueno y necesario

Jaime Rosales, que se ha formado en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños de la Habana - una cosa quizás traiga la otra -, y que además posee una obra cinematográfica más bien intimista y hermética, ha querido con Hermosa juventud  alejarse de “un cine de museo” para hacer “un cine social”, es decir “un cine que hable de lo que está ocurriendo a nuestro alrededor”. Un cine - añadiría yo - de innovadora calidad técnica, que observa críticamente la sociedad y que hace reflexionar. Un cine, en definitiva, bueno y necesario.

“Yo no quiero hacer cine político, pero retrato una realidad, la de los jóvenes españoles, y por tanto sale un retrato sicológico, social, metafísico y político. Luego la lectura de cada uno no depende de mí. Además, los gobiernos nos venderán globos de optimismo que nos estallarán y dolerán, y al final quedará el paro: casi una forma de terrorismo social. Y esa es la gran realidad que no podrán esconder”. Espetaba el catalán sin pelos en la lengua en la presentación de su película en la sección “Una cierta mirada” del último festival de Cannes.

Rosebud

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