“Las oligarquías imperialistas si no pueden ejercer el control directamente sobre sus zonas de interés, se preocupan de generar el suficiente caos al punto que no supongan una amenaza a su dominio”.

Es imposible comprender el escenario internacional de la lucha de clases sin analizar detenidamente la “política” que las distintas clases sociales están llevando a cabo. Lo que, a su vez es inviable sin tener presente el marco de la crisis estructural del capitalismo.

En este escenario, las implacables leyes de la caída tendencial de la tasa de ganancia y de la concentración y centralización del capital exigen de las oligarquías un permanente esfuerzo de recolocación estratégica en el plano internacional en competencia con las otras fracciones nacionales de la oligarquía y, naturalmente, contra la clase obrera y los sectores populares.

El desarrollo del capitalismo y su ascenso a un nivel superior, el imperialismo (“capitalismo parasitario y en descomposición”, al decir de Lenin) configuró un nuevo escenario en el que el tradicional marco nacional ya no era suficiente para garantizar la subsistencia de la burguesía como clase dominante. La exportación de capitales (o Inversión Extranjera Directa, en términos de la economía burguesa) ya no constituyen simplemente un rubro más de los negocios de la burguesía; hoy son parte insustituible de su estrategia para perpetuarse como clase dominante. De ahí que los intereses de la burguesía sean cada vez más internacionales. Todo lo cual no menoscaba en lo más mínimo la importancia que el Estado nacional sigue jugando como base de apropiación privada de cada burguesía nacional.

La geoestrategia imperialista y el Estado islámico.

Las llamadas relaciones internacionales nunca se dan en un plano de igualdad. Las distintas burguesías se enfrentan o se coaligan en función de la posición que ocupan en la cadena imperialista.

El ascenso de posiciones en la cadena imperialistas de los países que componen los BRICS, las nuevas alianzas que se tejen, como la Organización de Cooperación de Shanghai o el fortalecimiento del eje UE-EEUU mediante el TTIP, auguran no un mundo multipolar pretendidamente más seguro, sino un escenario internacional de agudización de los conflictos y las pugnas imperialistas por el control de los recursos naturales en el marco de una lucha de clases que se acentúa, en la que la clase obrera poco a poco va fortaleciendo su organización y su combatividad y todo ello sobre el telón de fondo de un capitalismo moribundo y de una burguesía consciente de ello, pero que no va a rendirse pacíficamente.

Si hay un fenómeno que ha sacudido la escena internacional es la aparición del llamado Estado Islámico (ISIS). Este grupo terrorista nació gracias al caldo de cultivo que EEUU y sus aliados han estado creando desde hace décadas con sus permanentes intentos de controlar todo el Próximo y Medio Oriente, área que concentra el 72% de la producción y reserva de petróleo del mundo.

Realizar un atentado no es en sí costoso, lo verdaderamente difícil en sostener en el tiempo una organización con miles de hombres, armamentos y pertrechos. A la sazón, se estima que ISIS recibe un millón de dólares diarios por la exportación de petróleo de las zonas ocupadas en Siria, Irak o Kurdistán, que se blanquea en Ceyhan (Turquía), desde donde se transporta por mar a Israel y de allí se vende a Occidente, a través de las compañías Aramco (de capital norteamericano y saudí) y Exxon Mobil.

Cada vez más informaciones apuntan a EEUU como inspirador del Estado Islámico. Son conocidas las fotos del senador republicano John McCain reunido en Siria con Abu Bakr Al Baghdadi, hoy líder de Estado Islámico y más conocido como el Califa Ibrahim. Por otra parte, las dictaduras petroleras del Golfo Pérsico (Arabia Saudí, Catar, Emiratos y Kuwait) le destinan gran cantidad de apoyo económico, logístico y protección política.

Está atestiguada la venta de armamento al ISIS por parte de países de la OTAN. Concretamente, vehículos blindados, municiones, morteros o cohetes por mediación de Bulgaria, Rumania, Croacia y Ucrania. Además de entrenamiento militar fundamentalmente en Turquía. País que, incluso, atiende a sus heridos en un hospital destinado a tal efecto.

Sin todo este entramado de apoyos, es impensable la actuación de ISIS en Libia, que culminó con el asesinato de Muhamad Ghadaffi y la desmembración de facto del país, convertido ahora en un reino de taifas en manos de unos señores de la guerra que siguen recibiendo financiación occidental gracias a la venta del petróleo libio.

Acabada su tarea, fueron enviados a Siria con el mismo propósito, pero la cosa no salió como se esperaba y el pueblo sirio plantó cara a la agresión y sigue en pie de combate. El pecado de ambos países fue pretender mantener una política independiente con respecto a las oligarquías occidentales.

El fenómeno del Estado Islámico está repitiendo todo lo acontecido con los talibanes afganos en la década de los 80. EEUU financia, entrena y arma a unos integristas para desestabilizar un país (en aquel caso Afganistán); y, andando el tiempo, los  freedom fighters (al estilo Osama Bin Laden) pretenden mantener una política independiente y se revuelven contra sus antiguos protectores.

La política de las oligarquías imperialistas sigue una hoja de ruta explícita: si no pueden ejercer el control directamente sobre sus zonas de interés, se preocupan de generar el suficiente caos al punto que no supongan una amenaza a su dominio.

Esta política de la “caotización” es una expresión de la tendencia a la reacción que muestra el capitalismo en su fase imperialista. La guerra es un recurso más que la oligarquía coloca sobre la mesa cada vez con más frecuencia para defender sus intereses.

En este sentido, ISIS ha logrado cumplir uno de los objetivos de la fracción imperialista euro-norteamericana: balcanizar el Próximo y Medio Oriente: debilitar Siria, amenazar Líbano, dividir Irak, desmembrar Libia y evitar la consolidación de la influencia rusa y china en la zona, así como poner en riesgo la proyectada construcción de varios oleoductos y gaseoductos fuera del control euro-norteamericano.

La respuesta de la clase obrera.

Lo apuntábamos al principio, es imposible comprender lo que sucede ante nuestros ojos a escala internacional sin tener en cuenta el desarrollo de la lucha de clases en el marco de la crisis estructural del capitalismo.

Coherentemente con esa idea, el camino que hoy le toca recorrer a la clase obrera no es el que marcan ni los portavoces de la burguesía ni los representantes del oportunismo (sea este IU, PODEMOS o cualquier otra variante).

La única lucha con visos de victoria para los pueblos es la que vincula la lucha contra el imperialismo a la lucha contra el capitalismo por la sencilla razón de que el imperialismo es el capitalismo en su fase histórica última. En otras palabras, el imperialismo no es una actitud agresiva de la burguesía (que por otro lado siempre tiene); el imperialismo es el desarrollo lógico del capitalismo fruto de su propia dinámica interna. Entonces, las pugnas entre las distintas burguesías son la consecuencia del imperialismo, no sus causas.

Desatender esta enseñanza básica del marxismo-leninismo es lo que lleva a sostener que eso que algunos llaman “multipolaridad” es garantía de paz y seguridad. Si la política (expresión concentrada de la economía, como apuntaba Lenin) que lleva a cabo la burguesía es imperialista, su expresión es la reacción en todos los órdenes, sea ésta a manos de una oligarquía todopoderosa o de varias en lucha.

Esos imperialistas humanitarios (a lo Alba Rico o G. Achcar), muchos de los cuales, y no por casualidad, hijos del troskismo, que pretenden mantener una hipócrita y cómoda equidistancia entre agresores y agredidos que les caen antipáticos (caso de Siria, por ejemplo) si bien no tienen ninguna influencia en las decisiones de los centros imperialistas, en cambio sí producen un efecto terrible en la articulación de un movimiento antiimperialista verdaderamente efectivo en el seno de los pueblos.

Armiche Carrillo

uyl_logo40a.png