Las grandes lecciones surgen de las grandes experiencias. Lenin escribió El Estado y la Revolución en la clandestinidad entre agosto y septiembre de 1917, en medio de la convulsa coyuntura política que desembocó en la Revolución de Octubre. Gracias a esta obra, los obreros de todo el mundo pudieron leer la tesis marxista del Estado como un instrumento de opresión de una clase sobre otra.

 

En manos de los monopolios, sólo sirve para oprimir a los obreros. Lenin se limitó a traducir a palabras lo que los trabajadores llevaban viviendo en sus carnes durante muchos años, siendo encarcelados, asesinados, operando en clandestinidad o en el exilio…

De igual manera, los sucesos ocurridos el pasado 15 de enero en la embotelladora de Coca Cola de Fuenlabrada, nos enseña el carácter de clase del estado. Los trabajadores, pese a tener ganada una sentencia que obliga a la embotelladora a abrir la fábrica y readmitirles, pese a existir una Ejecución Provisional de Sentencia, vieron como el monopolio Coca Cola pasaba por encima de toda legalidad y, con la colaboración activa del estado y sus fuerzas de represión, entraba en la fábrica para desmantelarla y así alegar que no puede ejecutar la sentencia porque la fábrica no está operativa. Unos convulsos acontecimientos que, esta vez en enero de 2015 y en un polígono industrial de Fuenlabrada, nos sirven para afirmar, igual que hizo Lenin en El Estado y la Revolución, que el estado es un instrumento de opresión de una clase sobre otra, que en manos de los monopolios no sirve más que a ellos, para aplastar mediante la violencia (de alta o baja intensidad) a la clase obrera. Un trabajador detenido y cuatro heridos por la Policía Nacional es una buena muestra de ello.

Pero, leyendo El Estado y la Revolución en el Campamento de la Dignidad de Fuenlabrada, podemos aprender que es posible que los obreros tomen el poder y que sean ellos los que acaben con la violencia de los monopolios. Se puede leer en El Estado y la Revolución, y se puede sentir en el Campamento de la Dignidad. Lenin no pudo terminar su folleto porque vinieron a “estorbarle”, como él dice, la crisis política y los acontecimientos de la Revolución de Octubre de 1917. “De estorbos así no tiene uno más que alegrarse”, decía. Hoy, cuando cada día nos “estorba” más una clase obrera dispuesta al combate, cuando uno observa cómo los trabajadores de Coca cola hacen frente a la violencia de un monopolio y su Estado, sabe que, en palabras de Lenin, estamos más en camino de sentir lo agradable y provechoso de la revolución, que escribir acerca de ella.

Roberto Guijarro

 

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