Hoy, 6 de diciembre, nos acerquemos al medio de comunicación que queramos en todos ellos se festejará que tal día como este España entró en la “democracia”. Al igual que un mantra oriental, se nos repetirá sin descanso que el “pueblo español” decidió “libremente” otorgarse una Constitución y que con ella se cerró “el capítulo más oscuro de nuestra historia”.

 

Pero ¿qué se celebra realmente tal día como hoy? Ni más ni menos que el cambio en la forma en que la burguesía ejerce la dictadura del capital en este país. La burguesía celebra aquel consenso social que le permitió durante décadas ejercer su dictadura sin el grado correspondiente de respuesta obrera y popular organizada.

No conviene olvidar que aquel consenso social, que se fraguó en los Pactos de la Moncloa y que tuvo su imagen icónica el 6 de diciembre de 1978, contó con el inestimable apoyo de un Partido Comunista de España, en profunda descomposición eurocomunista, que vendió vilmente a la clase obrera española, poniéndola a los pies de los caballos del capital.

Nunca es demasiado útil jugar a hacer historia contrafactual, pero parece que no es difícil imaginarse cuán distintas hubieran sido las cosas si en lugar de un PCE servil al capital, la clase obrera y los sectores populares del estado español hubieran contado con un Partido Comunista que hiciera honor a su nombre.

Nuevos nombres, viejos discursos.

Hoy, cuando el consenso social del 78 es cada vez más cuestionado por la clase obrera y los sectores populares y en la que, como pocas veces antes, se abre ante nuestros ojos una oportunidad histórica para quebrar este sistema caduco y moribundo, vuelven a entrar por la puerta los viejos fantasmas del reformismo y el oportunismo, travestidos con nuevas caras y ropajes, pero con el mismo viejo discurso de siempre.

Cada vez que la clase obrera tiene ante sí una oportunidad inmejorable para su emancipación, la burguesía, demoniacamente sabia, no tarda en alimentar nuevos recambios oportunistas que “echen arena a los ojos de la clase obrera”.

Ayer era un PCE que, con todo el descaro del mundo, nos decía que era posible llegar al socialismo a través de las elecciones y junto a él un PSIOE que nos presentaba a un juvenil Felipe González que, puño en alto, nos prometía “cambios”.

Hoy, el PCE sigue en su penosa decadencia prometiéndonos recuperar el estado de bienestar y, por supuesto, llegar al socialismo gracias a IU. A su lado, un PSOE, que engaña cada vez a menos gente, busca en el “compañero Sánchez” su nuevo Felipe González. Y junto a ellos un terremoto oportunista que amenaza con quedarse con todo el pastel socialdemócrata y reformista.

O tempore o mores! como decía Cicerón. El nuevo Felipe González ha resultado ser un Pablo Iglesias que, también él, puño en alto nos promete el cambio, al tiempo que con un discurso ladinamente ambiguo trata de atraer a este sí y a este también, importando poco que uno sea un trabajador y otro el patrón que le explota.

Y a todo esto, una clase obrera cada vez más empobrecida, más sumida en la miseria, más hambrienta y más harta de corruptos y corruptelas se convierte, para nuestros amigos oportunistas, en mera espectadora cuya única tarea es depositar un voto el día de las elecciones.

La Segunda Transición, los oportunistas al rescate.

Sí. El consenso social del 78 es cada vez más cuestionado. El recambio de un Rey por otro, más flamante y más joven, es sólo la punta del iceberg, el grito desesperado de una oligarquía que tiene miedo y que busca desesperadamente recomponer el viejo consenso social, una Segunda Transición. Desde luego que la monarquía le resulta totalmente prescindible, llegado el caso; pero tener que cambiarlo sin que se haya muerto el anterior es indicativo de una situación política marcada por eso que desde el PCPE hemos dado en llamar “crisis en la cúspide” y a la que acompañan el cuestionamiento de los dos grandes partidos, el hartazgo general hacia “los políticos” y la validez de las propias elecciones.

En el espectro de organizaciones políticas y sociales que componen la llamada “izquierda” es frecuente escuchar permanentes llamados a la “unidad”, a “acabar con los sectarismos”, a poner en marcha “un frente común”, etc. Habitualmente a esa reclamación le acompaña una metáfora, podríamos llamar, viaria, que dice algo así como: “Hagamos juntos el camino hasta donde coincidamos y marchemos separados después”

Por seguir con la metáfora, ¿y qué pasa si resulta que ya hemos llegado a la encrucijada de caminos y hay que elegir una senda o la otra? Uno de los caminos que se abren a nuestros pasos, por agradable que parezca, nos lleva de vuelta al capitalismo; el otro, aunque parezca duro y pedregoso, es el único que nos lleva a nuestra emancipación como trabajadores y trabajadoras.

Nuestro camino.

Dejemos a un lado del camino (nunca mejor dicho) las metáforas y, con ellas, a los oportunistas de todo pelaje que tratarán de rescatar a la oligarquía regalándole una Segunda Transición al precio de la eternización de la esclavitud obrera y popular.

Si analizamos de forma científica el desarrollo del capitalismo y, en particular, la crisis que estamos viviendo, la única lectura sensata es que este sistema se encuentra en una etapa de muerte histórica en la que ya nada tiene que ofrecer ni a la clase obrera ni a los sectores populares. El carácter estructural de esta crisis sistémica supone que cualquier rasgo democrático que pueda pervivir en nuestras sociedades es, en términos objetivos, un lastre para el desarrollo del capitalismo y, más concretamente, para la supervivencia de la burguesía como clase dominante.

La propia profundidad de la crisis capitalista y su carácter se traducen en que plantear la recuperación del estado de bienestar como algo factible es, en el mejor de los casos, una nuestra de ignorancia; en el peor de los casos una estrategia intencionada con la que tratar de engañar a la clase obrera.

La clase obrera necesita volver a enarbolar sus banderas, necesita volver a construir un discurso propio, independiente del de la burguesía, que tenga como eje central la destrucción del capitalismo y la construcción de una sociedad socialista-comunista.

Articular un frente obrero y popular es el camino que tenemos por delante y que el PCPE está decido a continuar. Otras sendas llevan a otros lugares pero ninguno es el Socialismo

Este 6 de diciembre la clase obrera no tiene nada que celebrar; sino todo un camino que recorrer. ¡El tiempo apremia!

Armiche Carrillo.

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