Si se vincula la racionalidad de la economía exclusivamente a la mejora del salario y de las condiciones de vida de los trabajadores/as, no existen diferencias entre la ideología liberal y una ideología economicista, predominante en aquellos sindicatos que han abandonado la posición clasista.

 

Para romper teóricamente con el capitalismo los trabajadores/as tienen que contar con su Partido Comunista para politizar todas las luchas. El obrero, en el marco del capitalismo, es un ser humano reducido a la dimensión de un individuo productor y consumidor de mercancías. Esa es la representación de un individuo egoísta incorporado plenamente a la lógica del capital.

Desde una posición economicista, este individuo varón, laborante, solitario y competitivo ve en el socialismo simplemente la existencia de todos los individuos en la opulencia. Es decir, el sistema económico entendido apenas como más eficaz en la producción y distribución de la riqueza.

Los sindicatos que dicen ser de clase e “independientes” se plantean el capitalismo como un problema resoluble, no como un modo de producción al servicio de la burguesía y por tanto señalado por la lucha de clases. Identifican la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores/as con la mejora de la economía capitalista. Al hacerlo, aceptan que el mundo y la sociedad capitalista estén regulados por las necesidades de dicha economía.

La separación teórica del territorio de la empresa, como el lugar de la explotación capitalista y del territorio de la sociedad, como lugar del consumo, la vida social y la democracia burguesa, oculta el hecho de que el capitalismo no solo es producción de mercancías, sino también circulación de mercancías y producción de relaciones sociales y de individuos asimilados a su lógica.

La constitución de la sociedad imperialista es cristalización del conjunto de mercados de productos, servicios, conocimientos y deseos ya presentes en la fase premonopolista del capitalismo.

La economía de mercado no podría desplegarse, sin producir, al tiempo, una sociedad de mercado, una política de mercado y un individuo de mercado. Sin luchar simultáneamente en los terrenos del trabajo, la lucha ideológica, política y económica, el apoyo mutuo, es imposible construir un ser humano social, al que le repela la miseria de la vida en el capitalismo.

En el marco de la globalización capitalista, los proyectos asociativos, económicos, políticos y culturales no pueden prosperar más allá de una dimensión que sirve, sobre todo, para demostrar que el capitalismo es democrático porque permite expresiones relativamente contradictorias (siempre que no pasen de ser marginales).

La destrucción de la globalización capitalista no depende sólo de la lucha contra la explotación, sino, sobre todo, de la ruptura de las condiciones políticas y culturales que dominan la vida social y hacen posible y “natural” dicha explotación.

La lógica del capitalismo no es solo una lógica económica, sino que es, también una lógica social e ideológica. El capitalismo produce mercancías pero también ideología capitalista, con la que individuos cuya subjetividad y deseos han sido incorporados a la lógica del beneficio privado. Esta ruptura de la dimensión social de la clase obrera, propicia la competencia de unas personas con otras y explica la cierta complicidad entre explotados y explotadores, es decir la lucha entre quienes sustentan con su trabajo la posición de poder de quienes viven a su costa.

La “despolitización” sindical consiste en su incorporación a la teoría y a la política del capitalismo y a la transformación de la “izquierda” en izquierda reformista y apesebrada. Está despolitización les impide la crítica a la subjetividad y convierte al reformismo de izquierda en impotente y cómplice.

Impedir la explotación exige la crisis del orden político que hace posible su despliegue ininterrumpido. Esto supone la construcción de una subjetividad antagonista de clases, desde los lugares de la sociedad donde, constantemente y a pesar de todo, se suceden las luchas y las resistencias.

Cuando el sindicalismo se limita, exclusivamente, a defender las condiciones de trabajo de los asalariados/as, no consigue superar la división contradictoria de los intereses inmediatos de éstos.

Sin desarrollar una poderosa crítica del orden de relaciones sociales que posibilita la explotación, no se puede organizar políticamente el conflicto que subyace en la condición de las personas trabajadoras, bajo la forma de múltiples intereses contrapuestos entre sí.

Sacar la lucha contra la explotación del campo meramente de la economía y colocarla en el campo de la lucha de clases, exige romper con las categorías dominantes y proponer unas categorías que expliquen cómo se construye la explotación, la adhesión y el sometimiento de los trabajadores/as.

La ideología “economicista” mira sólo dentro del proceso de producción, de la relación salarial, del empleo. Sólo ve salario y mercado de trabajo, corriendo el riesgo de confundir la mera alienación con conciencia de clase.

Ante el vacío teórico de esta mirada ingenua y “creyente”, la ideología socialdemócrata avanza como una metástasis. Otorga a la distribución de la riqueza la capacidad de corregir la fuerza excluyente del mercado. Experimenta, ante el momento de la producción, cada vez más totalitario, una indiferencia simétrica a la atracción que dicho momento productivo ejerce en la ideología dominante capitalista.

La “inteligencia” socialdemócrata, centrada en la circulación del capital e indiferente al momento productivo propone, sobre todo, medidas paliativas, lucha de frases y crítica artística.

La “modernización economicista” consiste en aceptar la unidad de fines entre los intereses de la clase obrera y el beneficio del capital, entre el desarrollo de la tecnología y el avance del socialismo.

La izquierda reformista del sistema burgués piensa que el proceso de globalización capitalista es ilegítimo solo si se produce una distribución desigual de la riqueza, llegando a asimilar el socialismo o PODER OBRERO con un modo más justo de distribución de la riqueza.

A través de la lógica de funcionamiento del sistema, el proceso de producción y distribución están unidos en una trama política y cultural que determina todas las relaciones sociales.

La izquierda reformista del sistema burgués no se plantea la abolición del trabajo asalariado. Solo intenta mejorar el precio de su venta en el mercado, respetando siempre los resultados del capital.

Pero esa lógica es la misma que la lógica del empresario o de D.Capital.

J.A.

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