El Ébola es un virus tan letal que hasta el fascista Jean-Marie Le Pen lo encomió como la solución ideal al problema de la inmigración a Francia.

Con cargo al erario público, o sea con nuestra pasta (casi un millón de euros), se procedió de urgencia al envío del avión medicalizado y al reequipamiento del (desmantelado por orden de Sanidad) hospital Carlos III, ad hoc para recepcionar como dios manda al sacerdote (RIP), previa expulsión de los pacientes que fueron dados prematuramente de alta o trasladados de centro sin avisar a sus familias. No en vano se trataba de instalar adecuadamente a un vicario de Cristo, español por añadidura, que no es lo mismo que un sinpapeles cualquiera que se puede dejar morir tirado a la puerta de un hospital. O incluso que un español emigrante: los "seglares" nos quedamos sin tarjeta sanitaria al cabo de 3 meses de estar fuera, no así el misionero español.

Con la Iglesia, y con la Comunidad de Madrid, se han topado casos clínicos post-quirúrgicos que, con las bolsas del suero colgando, fueron precipitadamente embalados en ambulancias para su traslado o directamente enviados a casa. Con la Iglesia y servidores se topó también el personal sanitario, presenciando atónito la violación de todo protocolo por Sanidad y por la dirección del hospital, como los enfermeros que desconociendo su función fueron obligados a realizarla bajo amenazas de despido o expediente disciplinario en caso de negativa.

El personal de enfermería alertó sobre el riesgo de contagio y transmisión fuera de los muros del Carlos III. En agosto la OMS reconoció que el virus estaba fuera de control, por lo que dio la alarma a nivel internacional para contener su expansión.