De vez en cuando el cine latinoamericano nos reserva alguna que otra sorpresa impresionante. En 2009 fue el thriller antifascista en el “El secreto de sus ojos” del pibe Juan José Campanella; en 2015, la denuncia implacable de la pedofilia en el seno de la Iglesia Católica chilena en “El Club” de Pablo Larraín o, en 2016, el azote de la especulación inmobiliaria en “Doña Clara” del brasileño Kleber Mendonça Filho. Ahora es otra película, “El ciudadano ilustre”, proveniente de la industria cinematográfica argentina, una de las más consolidadas en América Latina, la que nos sobrecoge y conmueve. La historia de Daniel Mantovani, un famoso y reconocido escritor argentino afincado en Europa desde hace 40 años y que recibe el Premio Nobel de Literatura, es singular y desconcertante.

Desde las primeras imágenes de la entrega solemne del importante galardón, los jóvenes cineastas bonaerenses Gastón Duprat y Mariano Cohn han querido que el espectador aprehenda la personalidad inconformista del novelista: “Dos sensaciones encontradas me invaden al recibir el Premio Nobel de Literatura - explica Mantovani -, por un lado me siento halgado, muy halagado, pero por otro lado, y esta es la amarga sensación que prevalece en mí, tengo la convicción que este tipo de reconocimiento unánime tiene que ver directa e inequívocamente con el ocaso de un artista, este galardón revela que mi obra coincide con los gustos y las necesidades de jurados, especialistas, académicos y reyes. Evidentemente yo soy el artista más cómodo para ustedes, y esa comodidad tiene muy poco que ver con el espíritu artístico. El artista debe interpelar, debe sacudir, no aceptar el mundo tal como es.”

Fascismo sociológico

Un temple rebelde que le hizo dejar a los 20 años de edad su pueblo, Salas, en la provincia de Buenos Aires. La misma localidad que ahora, en una entusiasta carta del ayuntamiento, le invita para nombrarlo “Ciudadano Ilustre”. Contra todo pronóstico, el flamante Premio Nobel de Literatura en plena crisis existencial, decide cancelar su apretada agenda y acepta la invitación del pueblo que nunca abandonó realmente y sobre el que edificó su obra literaria. El regreso será finalmente traumatizante. El encuentro con la población, con sus antiguos amigos, con el primer amor, al principio efusivo, generoso y cordial, se irá tornando desapacible, interesado y agresivo a medida que el preclaro galardonado pone en evidencia su manera de pensar, su visión crítica de la vida, del arte, del oficio de escritor, del pueblo que le vio nacer, etc., etc. Pronto los rencores, las envidias y el rostro mediocre y brutal del fascismo sociológico que impregna la ciudad y aliena a sus habitantes aparecen con ferocidad y ensañamiento.

La película, que ha ganado el premio al mejor actor (Oscar Martínez) en el Festival de Venecia 2016 y el Goya al mejor filme de habla hispana, goza de un guión redondo, está bien contada, tiene clima, humor negro y tensión. Suficientes ingredientes como para incitarnos a ver esta peli, y así poder cavilar sobre un asunto muy cercano a nuestra peliaguda y preocupante realidad política y social.

Rosebud