A veces, cuando observo y escucho con detenimiento a la gente común que me rodea, me da por pensar cómo entendería yo la sociedad en la que vivo, es decir la sociedad capitalista, si no me hubiese topado un día con el camarada Carlos Marx, siempre vilipendiado por la insidiosa burguesía y también, por qué no decirlo, por algunos/as infames renegados/as del marxismo. Seguro que no estaría escribiendo lo que en este instante sale de mi pluma insumisa. ¿Comprendería yo esa sociedad capitalista a la que me refiero como la comprendieron en general los ciudadanos europeos de mediados del siglo XIX? Es decir, como un mundo en el que “las ideas son más importantes que el resto de las cosas”, según defendía el filósofo idealista alemán Friedrich Hegel (1770-1831). ¿Creería yo, como afirmaba en 1992, el veleidoso politólogo norteamericano Francis Fukuyama en su libro, “El fin de la historia y el último hombre”, que “Estados Unidos es la única realización posible del sueño marxista de una sociedad sin clases”? ¿O más bien sería como el españolito que viene al mundo sólo a ver, oír y callar? No lo sabré nunca. Sería necesaria otra vida para comprobarlo, y aún así estaría por ver.

Encuentro revolucionario

El caso es que un día de aquellos funestos años de plomo del franquismo me encontré, como ya dije más arriba, con el de Tréveris, bueno, en realidad con uno de sus libros más perseguidos por el fascismo: EL MANIFIESTO COMUNISTA. Fue durante mis años de estudiante, en la trastienda clandestina de una librería malagueña cercana a la Ciudad Universitaria. Tendría yo entonces, 19 o 20 años. Fue un encuentro trascendental, revolucionario. Descubrí que la sociedad capitalista en la que vivía era tan transitoria como las formas de sociedad que la precedieron. Que la historia de toda sociedad humana, hasta nuestros días, es la historia de la lucha de clases entre opresores y oprimidos. Y que de esa lucha de contrarios, la vieja sociedad, la sociedad de los opresores capitalistas, deberá desaparecer para dar lugar, cuando - como decía Lenin - “los de arriba no puedan vivir como hasta entonces y los de abajo no quieran vivir como antes”, a una forma superior de relaciones de producción: la sociedad socialista, y después comunista. Aprendí pues el materialismo histórico y dialéctico, es decir el conocimiento racional y científico del mundo, en clara oposición a la concepción cristiana e individualista de la burguesía que pretende detener la marcha de la Historia. Pero a ésta no hay ni habrá quien la detenga.

El mejor homenaje

Así, después de la Comuna de Paris (marzo-mayo 1871), juzgada por Marx en su magnífico libro, “La guerra civil en Francia”, como “la primera forma de estado obrero” y como “el resultado del movimiento obrero del siglo XIX”, vino la revolución rusa de 1905 y el amotinamiento del acorazado Potemkin, anunciadores de la revolución bolchevique de 1917 y de tantas otras que se desarrollaron durante el siglo XX en Europa, África, Asia y América Latina. Todas ellas basadas en las ideas del gran pensador alemán como demostración empírica de su validez científica. Revoluciones que potenciaron también a la clase obrera occidental en su lucha por derechos sociales y laborales jamás conseguidos hasta entonces. Derechos que hoy, ante el repliegue del movimiento comunista internacional, quieren despojarnos. Por eso el mejor homenaje que nosotros/as podemos rendir a quien dedicó toda su vida a la clase obrera del planeta, es fortalecer el Partido Comunista en este bicentenario de su natalicio, en 1818. Para que, conscientes del mundo en que vivimos, siga siendo una esperanzadora realidad la propuesta que Carlos Marx hizo, en 1845, al filósofo alemán Ludwig Feuerbach de que el mundo no sólo se interpreta sino que sobre todo hay que transformarlo..

José L. Quirante