Editorial Diciembre 2018

El fundamento del capitalismo es la obtención de la ganancia privada a través de la producción de mercancías, es decir, desarrollar con éxito el ciclo de reproducción ampliada del capital y apropiarse de la plusvalía. Con esa fundamentación se legitima la propiedad privada de los medios de producción, y la explotación de la fuerza de trabajo desposeída de todo.

El nacimiento del capitalismo estuvo marcado por el violento proceso histórico en el que se conformó toda la superestructura necesaria para imponer esa lógica parasitaria, llevando a la derrota a la anterior forma de producción y su viejo bloque de poder.

La violencia forma parte de la lógica interna del sistema capitalista. “El capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros”, Carlos Marx.

Por tanto, nada de la visión idílica que la clase dominante pretende dar del “gran avance civilizatorio” que supuso el surgimiento de la formación capitalista. Sin que con ello se niegue el carácter revolucionario de la burguesía en su período de clase emergente.

El capitalismo transitó por su fase de esplendor, cuando las condiciones sociohistóricas hicieron posible que la acumulación de capital fuera, en lo fundamental, el resultado de un proceso económico que Marx sintetizó en la expresión D-M-D´. Es decir, el capital crecía en el proceso de la producción.

Pasada esa fase de esplendor, el capitalismo va sintiendo en carne propia la ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia, enunciada por Marx como determinante histórico implacable de la formación capitalista.

En su inicio el capitalismo necesitó de una acumulación originaria, donde el colonialismo, el esclavismo, la forzada asalarización, y otras formas violentas, fueron imprescindibles para el parto de la formación capitalista.

La violencia es la partera de la historia, es otra lúcida afirmación de Carlos Marx. Que hace referencia a los desarrollos de la lucha de clases, y cómo en esas luchas el desenlace siempre se impone en un escenario de violencia extrema.

Pero esa violencia, en el capitalismo actual, está adquiriendo una naturaleza distinta y, como todo en su actual fase imperialista, ésta se corresponde hoy con el proceso de degeneración y degradación del mismo sistema.

Las conocidas como dos primeras Guerras Mundiales fueron resultado de etapas históricas de profunda crisis económica, y de grandes disputas de las potencias imperialistas en relación a las colonias y a los recursos económicos principales.

En otra línea de desarrollo, la liberación de las colonias y las luchas por la independencia llevaron a guerras que se radicaban en diversos lugares del planeta: Cuba, Vietnam, India, Argelia, Angola, y un largo etc.

En la lucha contra el fascismo, como baluarte del capitalismo, se sitúa la guerra nacional-revolucionaria en España, donde la clase obrera enfrentó con ilimitado heroísmo a lo más reaccionario del sistema de dominación en este país.

Pero, después del triunfo de la contrarrevolución en el antiguo bloque socialista, la guerra adquiere una naturaleza distinta en la formación capitalista. Liberado el capitalismo imperialista del dique de contención que era el bloque del socialismo real, de forma acelerada se expresa con toda crudeza el alto desarrollo histórico de la crisis general del sistema capitalista. Después de una breve euforia por la victoria alcanzada sobre la URSS, rápidamente se pone de manifiesto la gravedad y el agotamiento de la formación capitalista.

En esa situación el imperialismo yanki encabeza las iniciativas para tratar de dar forma a un Nuevo Orden Mundial. Un orden basado en un sistema de soberanías limitadas, y en la amenaza militar como factor de equilibrio determinante del mantenimiento del ciclo de reproducción ampliada del capital.

La altísima internacionalización del capital, el carácter cada vez más social de la producción, la financiarización, la gigantesca concentración y centralización del capital, los grandes desarrollos tecnológicos, la robótica, ponen sobre la mesa que la caída de la tasa de ganancia resulta cada vez más difícil de revertir, a pesar de que los grandes monopolios tienen un poder inmenso sobre la producción y el comercio mundial, hasta el extremo de que unos pocos controlan casi todo.

En esta situación la guerra pasa a convertirse en un factor fundamental para tratar de revertir o, al menos, ralentizar la férula de la caída tendencial de la tasa de ganancia. El saqueo y el expolio militar son cada vez más necesarios para dar continuidad a la acumulación de capital.

Los, siempre sospechosos, atentados a las torres gemelas de Nueva York en el año 2001, fueron la coartada para pasar a una fase superior del proceso de militarización y guerra del sistema imperialista mundial.

Sin el dique del bloque socialista, incrementada -hasta extremos nunca vistos-, la composición orgánica del capital, y en un escenario de violenta pugna interimperialista, la guerra se impone como el recurso imprescindible para tratar de evitar el colapso de la formación histórica capitalista, contener a los pueblos que trazan sus propios caminos y facilitar el expolio de las materias primas. La guerra imperialista llegó para quedarse, hasta que llegue el desenlace de la total destrucción de la formación capitalista.

El gasto militar, en esta situación, no para de incrementarse. Los desarrollos tecnológicos dan lugar a armas cada vez más letales, capaces de destruir el planeta entero varias veces. Armas que, por el acelerado desarrollo tecnológico, quedan convertidas en chatarra en poco tiempo. Los acuerdos de desarme del final del siglo XX se quedan obsoletos, por estos nuevos armamentos. El Nuevo Orden Internacional imperialista legitima todo tipo de agresiones militares, sin el más mínimo respeto del Derecho Internacional y de la soberanía de los países.

El gasto mundial en armamento en 2017 ascendió a 1,73 billones de dólares, lo que supone el 2,2% de PIB mundial. Cinco países concentran el 60% de dicho gasto: EE UU, China, Rusia, Arabia Saudita e India. Nunca en la historia reciente se había llegado a tal cifra, que se estima seguirá creciendo en 2018.

La OTAN no hace más que reforzar su armamento, y obliga a sus miembros a un incremento constante del gasto militar anual. España ha aceptado, bajo el gobierno del PP, llevar el gasto militar al 2% del PIB, y el gobierno del PSOE ya ha declarado su voluntad dar cumplimiento a ese compromiso. España participa en las guerras de expolio imperialista en toda ocasión que se le presente, con cualquier gobierno. En estos momentos Guardias Civiles y militares mercenarios tienen el mando de la guerra en Mali.

Hoy no es posible participar en la competencia interimperialista, y en el reparto del expolio del planeta, si no se forma parte de la estructura militar internacional, si no se hacen aportes a la guerra imperialista. Por eso los distintos gobiernos de este país asumen disciplinadamente los mandatos de la OTAN. Esta lógica está dando lugar a una cúpula militar internacional, formada por los altos mandos con control de grandes efectivos militares, que tutela toda la política capitalista.

Recientemente se han realizado, cerca de las fronteras rusas, las mayores maniobras de la OTAN después de la Segunda Guerra Mundial, las Trident Juncture III.

En Canarias las fuerzas de la OTAN han vuelto a realizar maniobras, después del fracaso de las realizadas en 2004 que fueron ampliamente rechazadas por la población de las islas. Las GRUFLEX 2018 incluían efectivos de EE UU, Italia y Portugal, y desembarcos en Fuerteventura, Gran Canaria y Tenerife.

El gobierno de España ofrece la posición estratégica de los territorios de Andalucía y Canarias, para hacer valer su posición dentro de la OTAN, para compensar sus carencias en la modernización armamentista. Esto es una servil entrega de la soberanía de España.

Tanto en los países nórdicos como en Canarias se dieron respuestas a estas maniobras de la OTAN. Pero es necesario reactivar con más energía el frente contra la guerra imperialista y por la paz. El Frente Antiimperialista Internacionalista (FAI), que empieza a caminar en nuestro país, es un factor fundamental de esta estrategia, sobre el que es necesario trabajar con todas nuestras capacidades para darle mayor desarrollo.

El imperialismo no puede sobrevivir sin guerra, pero esa guerra imperialista, ineludible para el sistema, llevará al imperialismo a su propia destrucción. Hoy el enfrentamiento es entre la Humanidad, la clase obrera internacional, y los pueblos del mundo y la lógica de la guerra imperialista del capital transnacional. No hay otro desenlace posible que la victoria de las fuerzas que abrimos camino hacia una nueva civilización, no hay otro desenlace posible que la destrucción revolucionaria del capitalismo. A partir de ahí la guerra será una cuestión resoluble en el nuevo orden surgido de la constitución de la clase obrera como clase hegemónica mundial, como clase rectora en la sociedad socialista y el comunismo. A partir de ahí será posible la paz.