Como cada año, este 25 de noviembre presenciamos de nuevo muchos tipos de movilización para denunciar el incremento del número de víctimas por violencia de género, por el aumento de víctimas de acoso, por el aumento de víctimas de violación, por el aumento, en definitiva, de la violencia estructural que el patriarcado ejerce hacia las mujeres, que se materializa en desgracias día tras día.

Pero cotidianamente mostramos una cierta insensibilidad a la realidad diaria de muchas mujeres de clase trabajadora que tienen que lidiar con una doble opresión, de clase y además de género que, lejos de ser reconocida, aumenta en intensidad conforme la crisis estructural del sistema se ceba con la clase obrera.

Uno de los mecanismos más potentes de reproducción del sistema patriarcal es la invisibilización, el silencio, el no nombrar las cosas por su nombre, ya que lo que no se nombra no existe. Porque las palabras sí importan, defendemos denominarla violencia de género pues eso implica reconocer y subrayar que se trata de una violencia derivada de la construcción social y cultural de la masculinidad y la feminidad, fruto del patriarcado, y que sucede tanto en ámbitos privados como en los públicos.

Ha costado mucho denominarla de esta manera, de hecho hasta hace tres días (literalmente) la ley de violencia de género no reconocía esta violencia como tal cuando no existe relación amorosa previa entre agresor y víctima … entonces ¿qué es la violencia de género?

Se trata de una violencia que afecta a las mujeres por el mero hecho de serlo. Constituye un atentado contra la integridad, la dignidad y la libertad de las mujeres, independientemente del ámbito en el que se produzca. 

VIOLENCIA DE GÉNERO es el grado extremo de la larga serie de discriminaciones e injusticias que sufrimos las mujeres, enmarcadas en un sistema, el capitalista, basado en la explotación de un ser humano sobre otro y en la violencia como método de apropiación de recursos y cuerpos. Esta violencia de genero se encuentra sustentada en la división sexual del trabajo, que supone un reparto diferente de roles de género y una marcada inferioridad de la mujer en las posiciones de poder. La división sexual del trabajo está impuesta por el patriarcado, que es aliado natural del capitalismo.

De modo que, a la explotación compartida por el conjunto de la clase obrera, la mujer trabajadora, en el capitalismo asume, además de la explotación intrínseca a la contradicción capital-trabajo, la de la reproducción de la clase y la responsabilidad de los cuidados, creándole las bases materiales para que la mujer trabajadora sufra en mayor medida la opresión y la violencia machista.

Para mantenerse el sistema capitalista, necesita que las mujeres sigamos cargando con la reproducción, con las tareas de cuidados de las personas, organizando el trabajo necesario para sobrevivir, prestando servicios afectivos... por eso le es imprescindible naturalizar relaciones de sumisión y violencia. Valores que vienen arrastrados a través de la estructura familiar burguesa, y que perpetuán y refuerzan las religiones. La religión católica, principal bastión y representante del patriarcado en nuestro estado, recibe dinero y prebendas del erario público para difundir sus mensajes sobre la debida obediencia de la mujer ante el hombre y reforzar nuestro rol de esposas sumisas. Desde sus púlpitos se lanzan mensajes de odio y misoginia.

La violencia patriarcal, tiene múltiples expresiones. Se da en el ámbito privado pero no está únicamente circunscrita a ese ámbito.

Para calcular las verdaderas cifras de la violencia reiterada y sistemática contra las mujeres y niñas habría que sumarles el resto de agresiones que incluyen los desprecios a la dignidad que forman parte cotidiana de la vida de muchas mujeres, aunque salgan fuera de la esfera penal. 

Se silencia, en primer lugar que el capitalismo alimenta y sustenta la violencia contra nosotras para apropiarse de una gran cantidad de trabajo gratuito y, en segundo lugar, deja de ser considerada violencia la que se comete directa y diariamente con la explotación de nuestra mano de obra peor pagada y con condiciones laborales cada vez de mayor miseria.

La violencia tiene muchas caras, así bajo las más diversas manifestaciones encontramos violencia física, violencia psicológica, violencia verbal, la violación, el acoso sexual en el trabajo, la pornografía, la explotación sexual, la heterosexualidad obligatoria, el embarazo forzado, el aborto forzado, las relaciones sexuales obligadas, la trata y el tráfico de mujeres, la explotación laboral, los feminicidios, ... todas esas son las caras más visibles de la violencia patriarcal contra las mujeres en nuestra sociedad, pero todas ellas caminan paralelas, se desarrollan y aumentan en estos momentos de crisis estructural. 

Los asesinatos, expresión extrema y visible de la violencia patriarcal, es la punta del iceberg de una violencia generalizada, hay todo un conjunto de violaciones contra los derechos de las mujeres, actos y conductas tendentes a ocasionarles daño, que en ocasiones culminan con muerte violenta de las mismas y eso es FEMINICIDIO.

Y si hubiera voluntad política de acabar con esta lacra, se dotarían de fondos las medidas que ayuden a las víctimas, como los mecanismos de integración, se contrataría y se formaría a suficiente personal especializado, no se toleraría actitudes ni comentarios machistas a los jueces que juzgan los casos de violencia de género, se apoyaría a las víctimas en todas los aspectos necesarios para que puedan reconducir su vida, para que puedan cambiar su domicilio a otra población si esto fuese necesario, para que puedan proteger a sus hijos y hijas de los delirios y las locuras de una persona que está enferma y ejerce la violencia contra su propia familia.

Eliminar la discriminación y conseguir la igualdad de derechos para las mujeres es el primer paso para lograr erradicar la violencia de género. Y para ello es necesario poner negro sobre blanco varios matices que presuponemos asumidos: la mujer trabajadora no es un sujeto subalterno del varón.

No sólo queremos tener los mismos sueldos, queremos también tener los mismos derechos.

No queremos ser las primeras en quedarnos sin trabajo o en reducir nuestra jornada laboral para cuidado de nuestras niñas, niños y mayores.

No queremos mitigar a consecutivos gobiernos las consecuencias de las (para algunos bolsillos) suculentas privatizaciones de servicios sociales que indirecta o directamente repercuten en más trabajo, que no más empleo, para nosotras.

No queremos callar cuando nos levantan la voz, o nos cortan la palabra, o nos agreden verbal o físicamente por no ser sumisas y acatar las opiniones de los que se creen que nos instruyen.

O escuchar por parte de los compañeros varones las explicaciones de lo que queremos decir, cuando por nuestra boca ha salido alto y claro, y no necesitamos que un varón lo avale.

No queremos obligaciones ligadas a la presupuesta estética femenina comercial que nos imponen.

No queremos tener que justificar que somos capaces de llevar una vida normal después de haber sufrido una violación múltiple. 

Creemos que las movilizaciones entorno al 25 de noviembre deben abandonar la estela interclasista y deben volver a poner el punto de mira en las mujeres de la clase obrera, que por su clase social, son las que más sufren la violencia del sistema patriarcal y capitalista.

CONTRA VIOLENCIA PATRIARCAL … VIVA LA LUCHA DE LA CLASE OBRERA

Secretaría Feminista del Comité Comarcal de l'Alacantí