En 2012 vimos la lucha a vida o muerte que los mineros asturianos, una vez más, afrontaron. El gobierno tenía previsto hacer recortes en el sector del carbón. Los mineros respondieron a esta agresión como hacía tiempo que no se veía. Se vieron prácticas obreras casi olvidadas, como los mineros británicos dando dinero para la caja de resistencia. Estos alegaron que en los años 80 los mineros españoles hicieron lo mismo con ellos.

No obstante, el debate estaba servido obviando estas prácticas solidarias: ¿apoyar a los mineros o cerrar de una vez las minas de carbón? Unos apoyaban el seguir con la explotación de las minas de carbón, otros, digamos los ecologistas, por cerrarlas. Las dos posturas son tan ingenuas e incompletas como cómodas para cada uno de los contendientes.

Una de las posturas, seguir con la explotación de las minas de carbón, implica seguir emitiendo CO2 y por tanto continuar poniéndonos la soga al cuello con el calentamiento global. Cambio climático que afectará (ya lo está haciendo) principalmente a las clases explotadas.

Eso sí, mantener las minas abiertas garantizarían los puestos de trabajo, no entremos en las condiciones laborales, y muchas familias podrían seguir tirando para adelante. Recordemos que Donald Trump ganó un fuerte apoyo entre los mineros de la región de los Apalaches al garantizarles que reabriría las minas de carbón. Promesa que ha cumplido derogando la ley creada por el régimen de Obama que mandó cerrar las minas favoreciendo las energías renovables. Esta opción sería pan para hoy y muerte para mañana.

La otra postura pide cerrarlas, admitiendo que ayudaría a reducir las emisiones del CO2 y mitigar los efectos del cambio climático. ¿Pero de qué viven esos mineros? ¿Abandonar sus pueblos, “reciclarse” en otra profesión? ¿Más turismo? ¡Eso sí, turismo sostenible! Esta es una visión corta pues no sólo habría que pensar en qué hacer con los mineros, si no en qué hacer con los trabajadores de las centrales térmicas que serían los siguientes.

Con lo expuesto, sugiero que debemos de huir de las posturas moralistas, individualistas y de cortas miras. La solución a este dilema – mantener o no los trabajos asociados a la emisión de CO2 – no es nada fácil y nos urge resolverla, pues nos va la vida en ello.

Primero, apreciar que las emisiones cesen en un país no implica gran cosa. Este es un problema de ámbito global. O se soluciona a escala mundial o no se soluciona. Resolver este problema nos fuerza a crear estructuras combativas internacionales. Segundo, el capitalismo tiene todo un sistema integrado energético basado en los combustibles fósiles, si se cierran las minas tienen el petróleo, con lo cual, pensando en nuestro ámbito de acción, debemos coordinarnos con los trabajadores de países productores de petróleo. Ahora mismo el petróleo es la sangre del capitalismo, le da la energía necesaria para continuar con la extracción de plusvalía. Por consiguiente, es imprescindible tener un plan energético de transición a energías limpias que obedezca a los intereses de la clase obrera, -no olvidemos que hay parte de la burguesía que tiene su programa de transición elaborado por Nicholas Stern, antiguo economista en jefe del Banco Mundial. Asimismo, este plan a elaborar, basado en el valor de uso, debe hacer posible que nuestras condiciones materiales no se deterioren y perpetúe la vida.

Concluyendo, el plan a elaborar debe entender y considerar las condiciones locales, regionales y globales, pues es la única manera de poder acabar con esta dicotomía absurda en la que nos encontramos por falta de miras internacionales y de carecer de organizaciones obreras de ámbito internacional.

Manuel Varo López