Nabi Saleh es una aldea de unos 600 habitantes situada en un bonito valle frente a la colonia judía de Halamish, al noroeste de Ramala, en la ocupada Cisjordania. Allí, en una modesta casa vive la familia palestina Tamini: Bassen y Nariman y sus hijos, Mohamed, de 14 años de edad, y Ahed Tamini, de 17 resplandecientes primaveras. Como cada viernes, y así desde 2008, año en que los colonos les robaron su manantial de agua obligándoles a disponer solo de 12 horas de agua al día e impidiéndoles bañarse en aquel lugar, los Tamini, junto con las demás familias palestinas del municipio, manifiestan enérgicamente su repulsa a la ocupación israelí. Una presencia insoportable cargada de provocación, despotismo y hostigamiento, que casi siempre degenera en historias de piedras, detenciones, botes de humo, pelotas de goma y muertos, como Rushdie, el tío del pequeño Mohamed. Y en cada ocasión, la adolescente Ahed Tamini, poniendo en riesgo su propia vida, coge con determinación su móvil y graba sin parpadear las cargas brutales del ejército invasor sobre su familia y camaradas. Después cuelga las impactantes imágenes en su canal de You Tube, convirtiendo la cámara –como ella misma dice - en “un arma contra la ocupación israelí, y para contrarrestar su propaganda que intenta, con la colaboración de los poderosos medios de comunicación occidentales, identificar a los palestinos con terroristas”.

Heroína palestina

Eso es precisamente lo que ocurrió el 15 de diciembre, unos días después de que el presidente del imperio, Donald Trump, declarara Jerusalén como capital de Israel. Un día infernal, dantesco. Los/as palestinos/as, también los/as de Nabi Saleh, no lo pensaron dos veces lanzándose a la calle para manifestar su cólera contra tamaño desafío. Los enfrentamientos con el ejército israelí, armado hasta los dientes, tampoco se hicieron esperar. Rápidamente las piedras lanzadas por los habitantes de la humilde aldea contra las fuerzas represoras silbaban por doquier; y las balas de acero envueltas en goma, de 6 cm de longitud y 3 cm de diámetro, disparadas por la impávida soldadesca sionista, herían y hacían sangrar a numerosos/as palestinos/as. Uno de esos proyectiles asesinos impactó contra el joven Mohamed, el hermano de Ahed, destrozándole el rostro y dejándole en coma sobre la tierra lacerada de aquella estoica hondonada. Ahed Tamini, cerca de él en aquel instante, no pudo contener su indignación al ver caer de bruces a su hermano pequeño, y sin mediar palabra alguna, cerró con fuerza sus puños, apretó sus dientes con enorme rabia y, envuelta en su largo cabello rubio y rizado de fiera leona, se abalanzó sobre el esbirro del ejército ocupante mordiéndole y abofeteándole sin tregua ni descanso.

Hoy, esa imagen, símbolo de la lucha de los/as palestino/as contra la ocupación, recorre el mundo entero, como antaño lo hicieron las instantáneas imperecederas de la joven vietnamita, Kim Phuc, quemada por el napalm y huyendo de la barbarie yanqui o la de la paloma blanca posada sobre el hombro de Fidel aquel 8 de enero victorioso de 1959 en La Habana. Pero Ahed Tamini, por ahora, tendrá que pagar por su arrojo y valentía, como ya pagaron injustamente su padre y su prima Nur: en las cárceles de sus verdugos. Los mismos que en un juicio militar a puertas cerradas, y sin garantías judiciales según su abogada Gaby Lasky, le piden por “peligrosa agitadora” diez años de privación de libertad. Suficiente ignominia como para que nosotros/as, desde esta publicación revolucionaria, exijamos - en estas fechas feministas con mayor pasión todavía - la libertad inmediata de esta heroína palestina y el reconocimiento internacional del pueblo y Estado palestinos.

José L. Quirante