La primera vez que en las elecciones presidenciales el pueblo galo tuvo que elegir entre lo malo y lo peor, entre la peste y el cólera, fue el 5 de mayo de 2002. Unos días antes, el candidato del Partido Socialista, Lionel Jospin, se había defenestrado inopinadamente en la primera vuelta, dejando en liza dos perros viejos de la política del país vecino: el derechista Jacques Chirac y el fascista Jean Marie Le Pen. Ambos politicastros eran la herencia de 14 años de promesas incumplidas, de desencantos populares y de humillantes cohabitaciones entre el socialdemócrata François Mitterand y la derecha más reaccionaria. En aquella ocasión el vencedor fue el ex alcalde de París. Y muchos franceses y muchas francesas durmieron tranquilamente aquella noche. Ahora, para las próximas elecciones presidenciales previstas también a doble vuelta los días 23 de abril y 7 de mayo, las cosas se complican más.

Tras los mediocres mandatos del febril Nicolás Sarkozy (2007-2012) y del pusilánime François Hollande, actual presidente de la República, el escenario se repite de nuevo: las trabajadoras y los trabajadores desilusionados con la política llevada en su contra, una izquierda dividida y el Frente Nacional de Le Pen capitalizando gran parte de la decepción popular, y con más fuerza que en 2002. De los once candidatos y candidatas (9 hombres y 2 mujeres) que se presentan sólo dos se mantendrán en la segunda vuelta. Y todo indica que serán la hija de su padre, la xenófoba Marine Le Pen, y un convencido defensor del capital, seguramente el ultra liberal Emmanuel Macron, un oportunista de tomo y lomo surgido de las filas socialdemócratas con la pretensión de hacer creer que la lucha de clases es historia del pasado y que todo depende de la capacidad de emprender. Sea como sea, esta situación obligará a los franceses y a las francesas que quieran impedir que la extrema derecha gobierne en Francia el próximo lustro, a responder favorablemente a la llamada de un Frente Republicano que muy probablemente lanzará el candidato ultra liberal desde la noche del 23 de abril. Y es que el sistema capitalista es muy astuto: alimenta el huevo de la serpiente por si acaso es necesaria, y con la cooperación objetiva de las renuncias de la izquierda del sistema, presenta su candidato “respetable” para que de manera “civilizada” siga defendiendo sus intereses. Y voilà, como se dice en Francia, “le tour est joué”. Es decir, todo listo para seguir explotando y expoliando a la clase trabajadora y demás capas populares con el valor añadido de haber evitado lo peor. Como, por ejemplo, ha ocurrido recientemente en Holanda.

Defender el socialismo

Sin duda, en el país vecino existen fuerzas políticas que desean acabar con el sistema capitalista, y dos de esos once candidatos mencionados, los representantes de Lucha Obrera y del Nuevo Partido Anticapitalista así lo proclaman, pero ha sido tan grande la debacle de una formación con tanta raigambre en la clase obrera como fue el Partido Comunista Francés renegando del marxismo y de una práctica revolucionaria, que hoy la clase obrera francesa se siente huérfana y desorientada, hasta el punto de adherir en gran número a las ideas de la también defensora del capitalismo Marine Le Pen. Por esta razón, y ante el desolador panorama que se dibuja en Europa y en el mundo, no de populismos sino de neofascismos, se hace más necesaria que nunca, la existencia de fuerzas revolucionarias capaces de insertarse en el seno de la clase obrera y defender el socialismo como la única solución a todos sus problemas. Lo demás es perpetuar la ignominia y la injusticia social. 

José L. Quirante