Empezaba yo el día con un chiste de mal gusto de la Revista Mongolia con respecto al perfil de los votantes de Trump: "Buen momento para recordar a los hombres mayores de 45 años que no vuelvan a hacerse un chequeo médico". Y quizá esa broma explique por sí misma lo que pasó anoche.

Quienes votaron a Trump ayer son justamente quienes no tienen un seguro médico para hacerse chequeos o tienen grandes dificultades para tenerlo. En el mapa se ve claramente dónde tuvo lugar el vuelco electoral, principalmente en lo que allá llaman "El Cinturón del Óxido". Allí se sitúa gran parte de la industria pesada y manufacturera del país y una de las que más está sufriendo las consecuencias de la globalización neoliberal: el cierre masivo de fábricas que van siendo deslocalizadas a países donde la mano de obra sea más barata y el consecuente aumento del paro y la pérdida de expectativas de futuro para la clase trabajadora.

La izquierda mayoritaria, una vez más, se mueve entre el análisis paternalista y el directamente criminalizador, que bebe de los mismos medios de comunicación que han intentado encumbrar, sin éxito, a la criminal de guerra Hillary Clinton como representante del progresismo estadounidense. Se habla del voto racista, el voto paleto, de los muy conservadores mayores de 45, de las mujeres misóginas e incluso de fascismo (algo con lo que no se debería frivolizar) “¡Hasta los latinos pobres han votado a Trump!”, exclamaban escandalizados y completamente perdidos los analistas. Había hasta quienes se planteaban si se debería dejar votar a quienes “no saben”, a los obreros, claro. Pero lo cierto es que quienes han dado a Trump la victoria son los mismos que dieron a Obama la presidencia en las anteriores elecciones, cuando hacía promesas de reformas que nunca llegaron. No parece que esta gente sea muy racista a priori.

Descartando entonces la hipótesis de que los estadounidenses son millones de pequeños Hitler que han salido de la nada (quizá de las matanzas de afroamericanos a manos de la policía durante el gobierno de Obama), sólo nos queda la explicación más sencilla: los yanquis, particularmente la clase trabajadora, que es mayoría, han votado a quien ha basado buena parte de su campaña en una propuesta proteccionista y de recuperación de la economía productiva frente a la especulativa, al que les ha hablado de reindustrializar un país a base de poner fuertes aranceles a las importaciones. Quizá pocos se hayan enterado de las propuestas estrella del candidato republicano porque, al no haber gustado nada su proyecto a las élites financieras, las grandes multinacionales de la información han presentado a este candidato como un loco fuera de control y a Hillary como una mujer sensata y feminista, candidata de Wall Street por excelencia quien, por cierto, aumenta o mantiene su apoyo en las regiones del país más beneficiadas por la globalización, como California. El principal factor que explica el vuelco, por tanto, ha sido la clase social con un interés objetivo, y no la alienación de los pobres fanáticos y palurdos llenos de odio que no saben lo que hacen.

Con esto quiero concluir dos cosas. Primero: la clase obrera, a pesar del circo electoral, está menos alienada y tiene sus intereses más claros de lo que algunos suelen pensar, incluso en EEUU; y si el análisis que hace la izquierda occidental desde su falsa superioridad intelectual es que son tontos, xenófobos, gordos y que no saben votar, le esperan otros 70 años de derrotas y retrocesos.

Por otro lado, olviden el alarmismo de los mass media. En EEUU no ha ganado un nuevo Hitler, ha ganado un candidato republicano normal y corriente (dentro de lo conservador que pueda ser un republicano normal, claro) por motivos corrientes, cuyas propuestas proteccionistas, incluyendo la cancelación de tratados como el TTIP, chocan frontalmente con los intereses de la oligarquía española (España exporta a EEUU 40.000 millones al año) y la gran mayoría de la UE y, por tanto, con todos los medios de comunicación propiedad de grandes corporaciones.

O mejor dicho: sí, estén alarmados, porque ante el imperialismo siempre hay que estarlo. Pero todo lo alarmados que teníamos que haber estado estos 8 años mientras la desigualdad, las deportaciones masivas, el racismo y el número de guerras de EEUU batían su récord con la indiferencia, o incluso el aplauso, de quienes veían en Obama un señor muy simpático que decía unas cosas muy bonitas y contaba buenos chistes.

Bruno Cossío